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Erick ayudó a recoger todas las pruebas que pudo en el callejón, requisó extraoficialmente el arma de la lugarteniente y respondió las preguntas de los compañeros que habían sido enviados a la escena del crimen. Se quedó hasta que los de científica le dijeron que ahí ya no había nada que hacer. Intercambió con ellos los teléfonos y les indicó que avisaran a sus compañeros de Brigada para que procesaran las pruebas y les informaran de las posibles novedades.

Cuando llegó a la nave a las tres de la mañana en un taxi, entró y conectó el sistema de seguridad. Alicia salió a recibirle con cara de pocos amigos a la sala de operaciones que hacía de estancia principal y distribuidora de aquel piso franco.

– ¿¡Te has vuelto loco!? –gritó–. ¡Dime por qué narices la sala de primeros auxilios parece un maldito quirófano! –Le dio golpecitos con el dedo índice en el pecho en cuanto llegó a su altura–. ¡Por qué he tenido que salir al Hospital del Henares en mitad de la noche para requisar el instrumental que Jason necesita! –Los golpecitos del pecho se fueron intensificando hasta el punto de hacer retroceder a Erick–. ¡Y nada más y nada menos que para salvar la vida de la mujer que nos lleva volviendo locos durante todo el maldito operativo! ¡¿En qué demonios estabas pensando?!

– Alice... –Erick le agarró la mano acusadora.

– ¡No, Erick! –Con un brusco movimiento logró soltar la mano que le había agarrado–. Espero que tengas una muy buena explicación para que no coja el teléfono y llame al comisario Víctor ahora mismo –recriminó volviendo a apuntarle con el dedo índice.

– No puedo darte esa explicación –respondió–. Aún no –Le acarició la mejilla y la besó en la frente–. Confía en mí, por favor –susurró suplicante sobre su coronilla.

Alicia era como la hermana pequeña que nunca había tenido, una mujer analítica, inteligente y racional. La compañera perfecta, guapa, dulce, sin un ápice de arrogancia y con la humildad que muchos de sus compañeros de Brigada habían perdido el día en que les entregaron la placa.

Alicia le miró. No dijo nada. Dio media vuelta sobre sus talones y fue en dirección a la cocina.

– Alice... –suspiró.

La agente se quedó clavada en la puerta de la cocina, pero no se dio la vuelta.

– Prepararé café. –Fue a dar un paso al frente, pero dejó el pie en el aire un segundo antes de volverlo a bajar–. Todo esto. –Se giró y señaló a la sala de primeros auxilios–... es una mierda Erick. Espero que sepas lo que estás haciendo.

Alicia tenía motivos suficientes para estar enfadada. Los tres se encontraban en serios problemas, y la situación podía complicarse aún más si la lugarteniente perdía la vida en manos de Jason por su inusual y estúpida decisión. Erick se acercó a la pizarra magnética, cogió la foto de la lugarteniente y la miró.

– Ni se te ocurra morirte. –Arrugó la foto en un puño–. No me compliques más la vida –dijo para sí entre dientes.

Tiró la foto de Ayshane sobre la mesa en la que hacía unas horas habían estado cenando y se dirigió a la sala de primeros auxilios. Sin hacer ruido, entró. Desde la puerta miró cómo Jason, concentrado, cosía el agujero de la bala que la lugarteniente había tenido alojada en la cadera. Cuando terminó, se levantó sin mirarle y se quitó los guantes de látex. Los tiró a una pequeña papelera metálica que había acercado con anterioridad hasta la camilla que cumplía la función de mesa de operaciones. Con el antebrazo ensangrentado se quitó el sudor de la frente. Fue entonces cuando le miró.

– He recogido algunas muestras de tejido para confirmar que es ella y he guardado la bala para que la cotejen en balística.

– Pero sabemos que es ella.

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⏰ Última actualización: Jan 31, 2021 ⏰

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