Lo que nos pasó.

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Desperté como siempre, de madrugada a las tres de la mañana temblando de miedo y empapada en sudor frío.

Desde hace casi medio año he estado teniendo esta pesadilla, siempre es lo mismo.

Escucho a Tarobá, mi novio gritar mi nombre mientras una mano lo jala por la capucha de la sudadera y lo arrastra hacia las cataratas que están en la ciudad.

Grito: Tarobá, Tarobá desesperada corriendo en su dirección. La mano tiene un tatuaje en la muñeca con la inscripción Boi.

Con miedo y tragando saliva me acomodo el cabello para volver a dormir, cosa que no consigo.
La mañana llega y yo como todos los días en que sueño eso tan espantoso, amanezco con ojeras poblando mis ojos.

Miro el rostro reflejado en el espejo con la mirada fija en mi. Los ojos color miel que dependiendo de la luz cambian a verde, azul y marrón oscuro, el cabello negro como la noche y la piel bronceada que ahora está verdosa del asco y la ansiedad que provoca la pesadilla.

—¿Naipí? , se te hará tarde para la escuela. Tu novio ya está aquí.

—¡Ya voy mamá!

Antes de bajar , ya arreglada me coloqué maquillaje sobre las bolsas de mis ojos , agarré mis cosas y en la sala de estar vi a Tarobá.

Tarobá era mi novio un chico de dieciocho años de cabello castaño oscuro y piel de caoba alto y guapo. El solo verlo sonreír mejora mi día. Sonrio pero mi cara se congeló en una mueca de terror al verlo completamente.

Iba vestido con vaqueros de mezclilla azules y la sudadera negra de mi pesadilla. Su anterior expresión de alegría y amor se tornó en preocupación.

—Nai, ¿qué tienes?

Me abrazó y su olor a pino y chocolate invadió mis fosas nasales mientras él acaricia mi cabeza prometiendo que todo saldría bien. Me estaba empezando a relajar cuando volteé a la ventana de la cocina.

Lo que vi me dejó helada.

Había un tipo de unos cuarenta y algo con los ojos azules de hielo, complexión robusta y tez clara, tenía una cicatriz a mitad de la cara y una barba que era el único atisbo de vello en su cabeza. Me miraba con los ojos de témpano clavados en mi.

Volteé a arriba, que era la única forma de ver a Tarobá a la cara y me cercioré de la persona que miraba a través de mi ventana.

—¿Qué es lo que ves, Nai?

Su mirada fue en dirección a la ventana y no vió absolutamente nada, no había nadie ahí.

—No, no es nada amor. - dije no muy convencida de mis palabras.

—¿Segura Nai?

—Claro que estoy segura. Mejor ya vámonos a la escuela.

Él se apartó de mi y sonrió, depositó un tierno beso en mi frente y fue a la cocina donde mi madre pareciera estar cocinando.

—Entonces volveremos en la noche señora. — ¿la noche? ¿Qué ocurre en la noche?.

—Claro que sí cielo, si tu padre también está de acuerdo en ello. — mi mamá hablaba con Tarobá sin prestarme demasiada atención.

Hasta La Muerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora