CAPÍTULO 1.

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Me encontraba sola en aquella sucia y vieja biblioteca de nuevo. Como odiaba estar así, pero a la misma vez veía la hipocresía que había entre los grupos de "amigos" que había a mi alrededor y me encantaba estar siempre sola, sin ese tipo de gente. Pero lo cierto es que deseaba un cambio en mi vida, ¿de verdad no había nadie que pensase como yo? Yo quiero ese tipo de gente en mi vida.

-Eh, rarita, ¡despierta! 

-¿Qué pasa?-le contesté lo más borde que pude.

-Estás en el sitio de Raúl.

-¿Y quién es ese Raúl?

-Lo tienes delante nena, pero basta de charla, tengo que leer.

No quise decirle nada más y preferí levantarme y sentarme lo más lejos de él que pudiese, pero ese chico tenía pinta de todo menos de ser un buen lector. Lo que estaba más que claro era que yo haciendo amigos era de lo peor, pero no era del todo mi culpa, todos me llamaban rara, ¿por qué? Yo no era rara sólo por no pensar lo mismo que ellos, ¿soy rara por no querer falsos amigos? ¿Por no haberme emborrachado nunca en mis 15 años? Intentaba pasar de aquellos comentarios, pero ya comenzaban a hartarme, no pretenderían que después de ser así conmigo yo les mirase con buena cara y les contestase de buena manera. 

Estaba de tan mal humor que dejé a medias el trabajo de latín y me fui con notables gestos de indignación.

Llegué a la parada del autobús y había un grupo de chicos que se reían entre ellos y estaba claro que estaban felices. Yo no hice mucho caso, seguí con mi historia en mi cabeza y cada vez me resignaba más. Me subí al autobús y los chicos siguieron mis pasos. Me senté en el último asiento, me gustaba sentarme allí porque nadie podía ver lo que yo estaba haciendo pero yo desde allí podía verlo todo. 

-Hola, me llamo Mario, ¿te importa si me siento aquí?

-Hola, no, no me importa.

Vaya por dios, se había acoplado un chico de los del grupo que no paraban de reírse, que suerte...

-Gracias, ¿vives por aquí?

-Sí.

-Que suerte, esto es precioso...

-Sí, es muy bonito.

Mario parecía muy simpático pero yo y mi don de gentes apagaban su simpatía del todo.

-Oye Mario lo siento por si he podido sonar borde, no llevo un buen día.

-No te preocupes, todo el mundo tiene un mal día. ¿Qué te pasa, agobiada por los exámenes? He visto que salías de la biblioteca.

-Sí, estoy en la etapa final y no debo relajarme...

Opté por el camino de mentir, ya que jamás iba a volver a ver a Mario y me ahorraba el explicarle mis penas. Además solo era un desconocido que estaba siendo amable conmigo en el autobús, todo el mundo hace eso. Excepto yo, que soy un caso aparte.

-Te entiendo, pero debes relajarte y salir de vez en cuando, ya sabes, una cena con tus amigos o salir un rato a la discoteca. La mente necesita descansar de vez en cuando y un poco de ocio nunca viene mal. 

En ese justo momento el autobús paró enfrente del hospital, mi parada. Menos mal.

-Ya, bueno...esta es mi parada, tengo que irme pero encantada de conocerte.

-Igualmente.

Traté de poner una sonrisa en mi cara para no parecer la más borde del universo pero creo que fue la sonrisa más falsa que vio en su vida porque se quedó mirandome con una cara desconcertante.

Total, me daba igual, era la primera y la última vez que lo vería, la impresión que le causase no me importaba demasiado.

El diario de MarlaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora