Capítulo único

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Tomoe descansaba sobre la rama de un arbol, observando como Nanami despedía energéticamente a los turistas del templo. A pesar de sus 52 años de edad, seguía siendo la misma adolescente risueña de siempre.

Con el paso del tiempo, su amor por ella había logrado trascender todo tipo de barreras, enamorándose perdidamente de su escencia y embriagandose con la calidez de su alma.
Tocó su corazón de la forma mas intensa que existía, desterrando cientos de emociones y deseos que creyó haber sepultado siglos atrás.

Podia ver el lazo inquebrantable que lo conectaba a Nanami amarrarse en su dedo meñique, sentenciandolos como compañeros eternos. Como almas gemelas.

Como si fuera capaz de escuchar sus pensamientos, la muchacha se giró con una sonrisa, invitándolo a bajar.

—Últimamente pasas horas observandome en silencio, ¿Ocurre algo? —comentó, dirigiéndose al interior del santuario.

Touché. Tomoe se encogió de hombros, tratando de evadir la pregunta. No buscaba atormentar a Nanami con sus preocupaciones, la susodicha ya tenía una lista extensa de plegarias para cumplir como para sumarle sus inseguridades personales.
No obstante, si algo le había acentuado la edad, era su permanente insistencia.

—¿Tomoe? —persistió, colocando una mano en su mejilla.

—Nanami, yo... —reafirmó el agarre, cerrando ligeramente sus ojos mientras disfrutaba del contacto. Decidió que, por única vez, se lo diría. —Verte crecer... No me gusta.

—¿Me veo vieja, verdad? —preguntó, golpeando fuertemente el corazón de Tomoe con su melódica risa.

Movió su cabeza de un lado al otro. —Yo... No quiero que tú también desaparezcas —murmuró, arrepintiendose al segundo de haber pronunciado aquellas palabras.

Decirlo solo lo volvía más real.

La joven sintió una presión en el pecho, como si alguien se empeñara en estrujarlo hasta dejarlo seco.
Conocía la vida solitaria que mantenía su pareja, y temía que después de su muerte la soledad lo llevara a descarrilarse otra vez.
Durante los últimos años concentró todo su empeño en integrarlo a la sociedad mágica y ofrecerle amistades en las que pudiera apoyarse cuando ella ya no estuviera. Jamás podría irse sabiendo que lo abandonaba a su suerte.
Y aún así, ser consciente de que su muerte los obligaría a separarse, era un martirio constante.

Aferró sus brazos a la espalda de su esposo, ocultando su cabeza en el hueco de su cuello. Quería impregnar su memoria de aquel aroma hasta asegurarse de que, incluso en otras vidas, lo recordaría.

Pequeñas lágrimas brotaron de sus ojos, preocupando al familiar. Quizás había hablado demás.

—Pero Tomoe, no desapareceré —pronunció suavemente, como si aquello fuera un disparate. —Mientras tu corazón lata, jamás me iré de tu lado. Aunque no puedas verme, estaré contigo, aguardando y velando por tu seguridad hasta que finalmente volvamos a encontrarnos.

La abrazó con la misma intensidad, leyendo entre líneas las palabras de la castaña. Entonces, finalmente entendió su sufrimiento. Nanami no quería dejarlo solo y que ese sentimiento se apoderara nuevamente de su vida.

—Prometeme una cosa —se separó un poco, poniéndose sería. —Cuando parta de este mundo, tu y Mizuki abandonaran el templo y permanecerán juntos.

La petición le tomó por sorpresa. Estar atado el resto de su eternidad a esa serpiente albina le parecía un castigo. No obstante, era consciente de que ella también se preocupaba, a su pesar, por Mizuki, quien tampoco había vivido buenas experiencias en su pasado.

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𝐋𝐀𝐓𝐈𝐃𝐎𝐒 𝐌𝐔𝐃𝐎𝐒 ━━𝐛𝐢𝐭𝐱𝐡𝐯𝐢𝐛𝐞𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora