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Casa de retiro: "Gaia".

- Esta es una de nuestras mejores habitaciones - Me dijo una de las enfermeras que me estaba ayudando a acomodarme a mi nuevo hogar mientras la otra ponía mi maletas al alcance de mis manos.

- Parece un buen lugar para descansar... - Le respondí con una leve sonrisa. 

Sabía por unas amigas, quienes me habían recomendado el establecimiento, que siempre decían lo mismo de todas las habitaciones.

Había intentado ingresar a la residencia durante un poco más de un año, pero las habitaciones con vista al mar eran muy requeridas, y había lista de espera para ingresar. Parece que no soy la única persona que piensa que partir de esta vida contemplando la inmensidad del océano es una buena idea...

Así fue como me llevó menos de una semana adaptarme a "mi última morada". Sabía que después de este lugar no había otro, no que sea tangible por lo menos, pero eso era algo que a mi edad ya estaba más que asimilado, y de cierta forma, algo que espero para continuar con mi viaje.

El personal de la residencia era extremadamente amable y servicial, lo que provocaba que el ambiente fuera ameno, tranquilo, y libre de cualquier energía negativa.

Compartía el día a día con mis amigas Telma y Sasi, a quienes conozco desde hace décadas. Ellas siempre fueron mujeres muy activas, por lo que nunca dejaba de hacer cosas en su compañía. Siempre digo que su amistad me llegó en el momento adecuado.

El lugar me acogió tan rápido, que en el primer "festival de la experiencia" que presencié, participé cantando, lo que resultó ser algo mágico. Siempre había querido cantar en pleno ocaso con un piano acompañándome, contemplando y escuchando el mar.
Desde ese día tuve una fan, que me confesó tiempo después, que había cambiado de sector para poder estar cerca de mí, y así conocerme mejor, porque ella sentía que debía hacerlo.

Eso me pareció bastante curioso y llamativo, pero a mi edad acepto algunas cosas sin más.

No teníamos asignado personal de salud en específico, pero quién no supiera eso, pensaría que Artemis era mi enfermera particular.

- Permiso... Buen día... - Escuché una voz que iba adquiriendo fuerza mientras las puerta iba abriéndose.

Yo estaba leyendo aun metida en la cama. Me gustaba los domingos saltarme el desayuno y remolonear hasta el almuerzo, eso siempre y cuando Artemis me lo permitiera, lo que no era el caso este domingo.

- Buen día Artemis... - Le respondí con una sonrisa. - Te dije que no es necesario que me traigas el desayuno, no me gusta que te tomes esa molestia.

- No te preocupes Camila, lo hago con gusto. Además ya estoy acostumbrada a hacerlo.

Cerré el libro y lo deje sobre la mesa de luz mientras Artemis desplegaba las patas de la bandeja y la posicionaba en la cama.

- ¿Tenés está atención con más habitantes del recinto? - Indagué.

- Solo con alguien más: mi madre.

Lo dicho por ella absorbió mi completa atención.

- ¿Tu madre está acá?

- Así es. - Me respondió, mientras con un leve movimiento de su mano derecha me dio a entender que comenzará a desayunar, y así lo hice mientras pensaba en quién podría ser la madre de Artemis. No había visto que ella se acercara a alguien que pareciera ser su pariente.

- ¿Ya le llevaste el desayuno a tu mamá? - Le pregunté mientras ella corría un poco las cortinas para iluminar más el ambiente.

- Ya no puedo hacer eso... Abro un poco la ventana, si tenes frío me decís.

El reloj (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora