Capítulo 1

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El atardecer iba cayendo sobre la ciudad, Altaïr. Poco a poco el sol se iba escondiendo para dar paso a la luminosidad de la luna. Era finales del mes de enero, pleno invierno y temperaturas gélidas fuera de aquella estación en la que yo me encontraba esperando el tren que me llevaría de vuelta a casa.

Me encontraba sentada en uno de los asientos que miraban hacia el panel de llegadas y salidas, que a cada minuto iba cambiando, dando prioridad a los trenes que llegaban. Mientras esperaba la hora en la que me tocase subir a ese tren, mi móvil sonó. Era mi madre, y al descolgarlo dijo: "Sila, ¿llegaste bien a la estación? Sentimos tu padre y yo no haberte llevado. ¿Cuándo nos volverás a hacer una visita?"

Solté una carcajada al aire y dije: "Mamá, hace menos de una hora que no me ves y... ¿ya quieres que vuelva?" Ella respondió: "¿Cuándo te darás cuenta de que el tiempo contigo se pasa muy rápido? Eres mi niña y lo seguirás siendo hasta el día que me muera".

Sonreí y dije: "Mamá, tengo que colgar. Cuando esté en el tren te llamo. Te quiero". Ella suspiró al otro lado del teléfono y, a continuación, con una voz melancólica dijo: "Cuídate mucho. Te quiero".

Miré a mi alrededor y cada vez la estación estaba más repleta de gente; parejas que se despedían, niños que decían adiós a sus abuelos y otros que cogían trenes para volver a sus casas después de una larga jornada laboral...

Faltaba escasa media hora para embarcar, cuando de repente el panel de la estación se apagó. Todos los que estábamos allí nos quedamos parados. Esperé unos minutos hasta que volviese a iluminarse cuando por megafonía una voz masculina dijo: "Estimados viajeros, lamentamos comunicarles que debido a las fuertes lluvias ha habido un contratiempo en las vías del tren en dirección al norte".

Suspiré y dije hacia mis adentros: "Esto no puede ser". Me levanté y fui hacia la garita de información la cual ya estaba atestada hasta arriba de gente pidiendo alguna explicación.

Miré el reloj y marcaban las ocho y media de la tarde. Llegó mi turno y la chica que se encontraba en información muy amablemente preguntó: "¿En qué la puedo ayudar?" Me giré para ver si el panel estaba de nuevo iluminado, pero no tuve suerte, así que con la misma amabilidad que me había preguntado aquella chica respondí: "¿El tren con destino a Lesath en qué punto se encuentra?"

Miró hacia su pantalla del ordenador y dijo: "Lamento decirle que su tren se encuentra afectado por las lluvias". Cogí el móvil, mi maleta y dije en voz alta y enfadada: "¡Maldita sea!"

Una señora que se encontraba a mi lado con un par de bolsas preguntó: "¿Se encuentra usted bien?" Sonreí y dije: "Sí, perdone".

Vi que justo enfrente había una puerta que daba a la calle, así que decidí tomar un poco el aire y llamar a mi madre y a la compañía para ver cómo iban a solucionar el problema, ya que debía estar en Lesath por la tarde para dar una conferencia en la Universidad.

Mi padre nada más coger el teléfono dijo: "¿Ya estás de camino a Lesath?" Di un pequeño golpe con la punta de la bota a la barandilla que se encontraba a mi izquierda y dije: "Me han cancelado el trayecto, parece que hay fuertes lluvias y han dañado la catenaria".

Oí a mi padre como se lo decía a mi madre y ella preguntó: "¿Qué vas a hacer? Tendrás que poner una reclamación a la compañía". Suspiré y dije: "Sí, supongo. De momento quiero saber qué va a pasar y luego tomaré cartas en el asunto".

Mi padre parecía estar nervioso y dijo: "¿Quieres que te vaya a recoger?" Sonreí y dije: "Muchas gracias, pero es de noche, la carretera va a empezar a helar y son setenta kilómetros por una carretera que no es fácil. No os preocupéis, me las apañaré".

Al terminar la conversación mi padre dijo: "Llámanos con lo que sea". Asentí y dije: "Sí, no os preocupéis".

Colgué y en ese instante dije en voz alta: "¿Por qué tiene que pasar esto hoy?" El chico que se encontraba a mi lado soltó una carcajada y preguntó: "¿Problemas?" Asentí con la cabeza y dijo: "A mí también me han cancelado el tren". Suspiré y sonreí.

Una gota cayó sobre mi frente, miré al cielo oscuro y otra gota cayó de nuevo, así que parecía que la tormenta se acercaba. Entré en la estación de nuevo y el bullicio de la gente era incesante. Gritos hacia la zona de información de familias desesperadas buscando ayuda...

Miré hacia el panel que se había encendido solo para las llegadas y salidas hacia el sur y negué con la cabeza. Miré la hora y eran casi las nueve y media de la noche. Apenas había comido nada durante el día, así que me acerqué a la única cafetería que estaba abierta.

Entré dentro y la cajera nada más verme dijo: "Coja una bandeja para servirse. Le cobraré a la salida". Sonreí y me acerqué al puesto de bocadillos. Cogí uno de jamón y queso caliente y una botella de agua.

Mientras estaba pagando, un relámpago hizo que las vías del tren se iluminasen de tal modo que parecía que fuese de día y el estruendo fue ensordecedor. La cajera me miró y dijo: "Parece que esta noche va a ser movidita". Sonreí por complacerla y pregunté: "¿A qué hora cierran?" Miró la hora y dijo: "En dos horas". Asentí con la cabeza mientras ella me tendía la mano para darme el cambio de mi compra.

Visto que la noche tenía pinta de ser bastante larga, cogí mi maleta y me fui a sentar a la zona más cercana a la puerta de entrada, donde corría una pequeña brisa que hacía que se disipara algo el calor y el ambiente cargado de la estación.

Mientras estaba comiendo aquel bocadillo de un sabor que ni era queso ni jamón, mi móvil sonó y sin mirar quién era dije: "¿Sí?" Sonreí al escuchar las palabras de Adriel preguntando: "¿Ya vienes de vuelta?" Suspiré y dije: "Estoy atrapada en la estación, hay fuertes lluvias y el resto te lo puedes imaginar". Él suspiró y preguntó: "¿Hasta cuándo? ¿No vas a llegar a tiempo para la charla?" Me toqué el reloj y dije: "Adriel, no lo sé. En cuanto tenga algo de información te lo haré saber. Imagino que hasta mañana no se arreglará". Él incómodo preguntó: "¿Dónde vas a pasar la noche?"

Miré a mi alrededor y dije: "Creo que no tengo otro remedio que quedarme esperando en la estación. Ha empezado a llover muy fuerte y marcharse de aquí sería arriesgado". Adriel no se quedó muy conforme y dijo: "En cuanto sepas algo llámame, te echo de menos".

Sonreí y dije: "Yo también". Las once de la noche y la compañía seguía sin dar señales de vida. Saqué el portátil que llevaba en la bolsa de mano y lo encendí. Al ver que parecía estar muerto recordé que después de la reunión que tuve por la mañana con mi jefe no lo había cargado.

Busqué un enchufe, pero todos estaban ocupados. Me levanté y de nuevo fui a la cafetería a pedir un espresso que me mantuviese despierta.

Me senté en aquellos incómodos asientos de hierro forjado y mirando hacia la lluvia di un pequeño sorbo al café. En ese instante y después de haberme quemado los labios, el mismo chico con el que había coincidido en la puerta preguntó: "¿Está ocupado el asiento?"

Lo miré y dije: "No, para nada". Él sonrió y dijo: "Hola". Le contesté de la misma forma mientras seguía bebiendo de manera muy lenta aquel espresso que en condiciones normales me hubiese durado dos sorbos y que aquella noche duró el triple.

La estación del recuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora