Siempre espero lo peor de los demás ¿Por qué esperar algo que jamás llegará?. Prefiero estar lista para enfrentar la peor situación a tener que terminar con las esperanzas por el suelo. No. Quizás soy muy negativa ante la mirada de otros, pero yo me considero alguien realista, alguien que siempre está preparada para cualquier situación. Creo que lo hago por el hecho de que soy muy insegura de mi misma, no me creo capaz de muchas cosas porque así me lo dijeron. No sé de lo que soy capaz, pero prefiero quedarme así, no necesito sobresalir en nada de lo que hago.
No recuerdo muy bien la última vez que estuve bien conmigo misma, quizás fue con mi mejor amiga justo antes del accidente, aún no puedo olvidar ese terrible accidente en el que...
—¿Señorita Beatriz?— la psicóloga de nuestro instituto me sacó de mis pensamientos, por alguna razón sus ojos azules aún me sorprenden, tienen cierto brillo que...—¿se encuentra bien?—No —Por hoy terminamos la sesión— ella acomodó sus anteojos y se dirigió a mi con una voz llena de lástima— Se que es difícil todo por lo que estas pasando, y que te es muy difícil recordar todo aquello, pero poco a poco verás como hablarlo te hará sentir mucho mejor— Solo pude asentir porque tenía un nudo en la garganta que me impedía hablar sobre la muerte de Emilia.
Levanté mi mochila del suelo en donde la había dejado al entrar, y me dirigí hasta la puerta. En el pasillo hay sillas para los otros alumnos que esperan por su cita diaria con la psicóloga María Sánchez, una mujer de unos 40 o 50 años, con cabello negro con algunas canas poco visibles, ella es delgada, siempre se peina una coleta de caballo con su cabello lacio y algo descuidado.
En una de las sillas había un chico de cabello oscuro estaba un poco despeinado, llevaba puesta una campera roja, tenía metidas ambas manos en los bolsillos de la misma, sus piernas estabas abiertas, parecía dormido, hasta que abrió sus ojos, unos hermosos ojos color miel que se cruzaron con los míos.
¡DIOS SANTO! No me di cuenta de que me había quedado viéndolo muy atentamente, desvíe la mirada y sentí como en sus labios se formó una sonrisa al notar mi nerviosismo. Seguí mi camino por los largos pasillos del colegio ignorando por completo al chico de campera roja. Pero una voz seductora y masculina me detuvo.
— Beatriz, ¿no es así?— yo seguía inmóvil, sin poder girarme a enfrentarlo, sentí como se levantaba de la silla y se dirigía hacia mí desde atrás hasta quedar delante mío, demasiado cerca que hasta creí que podría escuchar mis pensamientos.
—¿Q-quién eres?—le pregunté. Maldije para mis adentros por haber tartamudeado.
—Eso no es importante, solo quiero saber si recuerdas algo del accidente— ¡¿QUE?! LO DIJO COMO SI FUERA UNA CHARLA SIN IMPORTANCIA ALGUNA, COMO SI ESO NO SIGNIFICARA NADA PARA MI. MALDITO BASTARDO VOY A ARRANCARTE LA CABEZA.
—¿Disculpa?¿QUIÉN DEMONIOS TE CREES PARA HACERME ESA PREGUNTA?— sentí como la ira recorría mis venas en cada parte de mi cuerpo.
—Soy una persona curiosa que quiere saber sobre el accidente donde murió Emi...—antes de que pudiera terminar su nombre mi mano había abofeteado su mejilla izquierda con tanta fuerza que hizo eco en los pasillos.
—No te atrevas a siquiera decir su nombre, ni siquiera la conocías, púdrete imbécil— comencé a caminar muy rápido, quería alejarme de ese chico a toda costa, él no dijo ni una sola palabra, solo se que no había cambiado su expresión burlona. Ni siquiera lo conozco, no es de mi salón y mucho menos de mi vecindario, jamás lo había visto hasta hace un momento, pero aún así él sabe mi nombre ¿cómo? No lo sé, pero espero que no sepa nada más de mí.
Ya todos se habían ido de la escuela, el lugar estaba desierto, no sentí miedo, muchas veces pasé por estos pasillos de la misma forma que ahora y nunca me pasó nada. La primera vez que salía de una sesión tuve tanto miedo que cuando escuché al portero caminar hacia mí salí corriendo muerta de miedo hasta la salida, resulta que se había caído una hoja de matemáticas y el señor Rafael solo quería regresarmela.
Pude ver la gran puerta marrón de salida, justo cuando iba a abrirla, unas manos muy fuertes me sujetaron de una manera violenta desde atrás, una de sus manos tapó mi boca, y la otra se pasó por mi cintura. Intenté gritar, intenté soltarme pero nada servía, era muy fuerte, no había nadie en la escuela, este hombre me podría hacer cualquier cosa, por un momento pensé en no luchar pero recordé a mi hermano menor, Víctor.
No dejé de luchar, peleé por mi vida. Me arrastró hasta un salón y luego cerró la puerta con la mano que anteriormente estaba en mi cintura.
—¿Podrías dejar de moverte? Maldita sea, parece que tienes hormigas en el culo— esa voz, sus palabras salieron como susurros, es el imbécil de campera roja. Sin pensarlo dos veces abrí mi boca y mordí su mano— Maldita sea, Beatriz, ¿qué te sucede?— dijo soltandome para así intentar calmar el dolor de mi mordida.
— Eso te enseñará a no hacer bromas tan horriblemente pesad...—Me tapó la boca de nuevo pero esta vez estaba frente a mí, demasiado cerca, yo estaba contra la pared al lado de la puerta del salón, esta tiene una ventana pequeña por la cual el chico de campera roja se asomó, como esperando que alguien pase, estaba completamente serio, en sus ojos color miel pude notar que se trataba de algo peligroso, por esa razón no me moví ni un milímetro. Escuché como algunas personas pasaban corriendo por el pasillo hasta la puerta de salida, escuché algunas voces, dos hombres y una mujer.
—Shhhh corran más rápido pero sin hacer ruido idiotas— dijo la mujer con algo de rabia contenida, se oía enojada. Al sentirlos más cerca, el chico se apartó de la puerta y se puso a mi lado.
—Todo es culpa de Brandon, lo sabes muy bien Celeste— dijo uno de los hombres, algo agitado.
Brandon...
Celeste...
No debía olvidar esos nombres.
—Cierra la maldita boca imbécil —dijo el segundo hombre.
Escuché como la puerta se abría, pero no la cerraron, estaban muy apurados por irse. Algo malo pasó, algo muy malo. Necesito saber qué pasó.
—¿Quiénes eran? —le pregunté al chico de ojos color miel.
— No lo sé, yo estaba por seguirte y entonces...
— ¡¿Ibas a seguirme?! ACOSADOR— dije alarmada pero a él no pareció importarle en nada.
—Si, si como quieras, no me da vergüenza admitir que quería seguirte pero luego vi a tres personas, yo iba a entrar a mi sesión pero me escondí para poder ver lo que hacían, ellos entraron a la oficina de la Señora Sánchez, escuché sus gritos —Abrí mucho mis ojos al imaginar lo que le habían hecho a la Señora Sánchez— pero lo que llamó aún más mi atención fue escuchar tu nombre, la mujer fue la que preguntó por ti.
—Mierda...—No sabía que decir, si me quedaba un segundo más en la oficina de la Señora Sánchez no estaría aquí ahora. Se hizo un nudo en mi garganta.
—Por eso vine corriendo a buscarte, sabía que estabas sola y que de seguro esos tres te iban a asesinar— Comencé a temblar por el miedo que la muerte me producía. Pude haber muerto. Sentí como me faltaba el aire así que apoyé mi espalda en la fría pared para no perder el equilibrio. Al parecer él se dio cuenta de mi miedo y me tomó por los hombros y me abrazó.
—¿Ella está...— pregunté sabiendo que él entendería lo que quería decir, pero no podía decirlo completo...
—Si, así es— me dijo mientras acariciaba mi cabeza y de mis ojos escapaban algunas lágrimas.
—¿Podrías decirme tu nombre? —pregunté como si fuera una niña, como si no tuviera fuerzas— Necesito distraerme con cualquier cosa, por favor.
— Mi nombre es Jake, tranquila nena— me dijo abrazándome con más fuerza y calidez—Yo te protejo.