Capítulo 1

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Bajo la luna oscura ella camina, oyendo tu pena

los perros negros aúllan anunciando su llegada.

La Señora de las Tinieblas es reina

y las encrucijadas son su morada.

Mas ten mucho cuidado con ella;

piensa muy bien antes de cualquier deseo pedirle;

jamás la llames si no sabes con quién tratas,

que la Señora de las Tinieblas no está para bromas,

y a las profundidades del abismo podrá arrastrarte

si tu fidelidad a ella no has de mantener.

Estaba lloviendo a cántaros. Los truenos retumbaban, haciendo que la casa temblara de a ratos; la tormenta llevaba varias horas sin cesar. Dayanara oía los truenos, uno tras otros, y se preguntaba cuándo acabarían, mientras se tapaba hasta la cabeza, intentando en vano dormirse.

En la habitación contigua, Ángela, su hermanastra, susurraba palabras en un idioma para ella desconocido. ¿Acaso intentaba hablarle al Dios del Trueno para solicitarle que detuviese semejante alboroto y la dejase descansar?

Se levantó y se calzó las pantuflas. Caminó hasta la habitación de su hermana y se paró al lado de la puerta para observarla. Ella se encontraba sentada sobre su cama, con una piedra de color negro en una de sus manos, y con los ojos cerrados a ese objeto le hablaba.

—Ángela… —susurró Dayanara—. ¿Por qué no duermes? No creo que logres nada con esta tormenta. Ya sabes… Tus poderes no funcionan nada bien cuando el cielo está así de negro y cubierto. Solo la magia negra prospera en estos climas.

—Ya sé que mi magia blanca no tiene cómo funcionar bajo esta tormenta… —espetó la joven hechicera de cabellos rubios plateados—. Estoy intentando algo diferente.

—¿Cómo qué? —preguntó Dayanara, recostándose contra la pared. Sus cabellos de color negro azabache le caían en rizos hasta la cintura. Sus ojos negros se mostraban curiosos, y brillaban de una manera especial cuando presenciaba actos de magia. Si alguien hubiese querido adivinar cuál de las dos era una bruja, seguramente hubiese optado por ella; pero la magia no corría por las venas de la morena, a pesar de que ella deseara que esto fuera así.

—Algo intermedio… —respondió Ángela—. Pero esta maldita piedra no responde.

—No creo que a tu madre le guste lo que estás haciendo  —replicó la morena, pensando en lo correcta que era su madrastra respecto al tipo de magia que practicaba. Ella solo buscaba beneficiar a los demás, y se prohibía favorecerse a sí misma, cosa que su hija sí hacía, solo que casi siempre en secreto.

«La magia blanca no necesariamente tiene que ser para beneficiar al prójimo», Ángela solía decir. «Mientras no dañe a nadie al practicarla, no pasa nada. No necesito ser altruista como mamá». Y su madre al principio no estuvo de acuerdo con sus prácticas, pero con el tiempo terminó accediendo, siempre y cuando nadie saliera dañado y no le revelase su poder a ninguna persona. Esa era la única condición. Nadie podía sospechar que eran brujas.

—No tiene por qué saberlo —replicó Ángela—. Además, no está en casa y dudo que vuelva pronto con esta tormenta. —Linda, la madre de Ángela, trabajaba como enfermera en un hospital por las noches, lo cual le permitía usar su magia para sanar a los pacientes sin levantar sospechas. Ellos se levantaban sintiéndose mucho mejor, y más de un milagro había ocurrido en aquel hospital. Cosas que nadie se explicaba, pero que nadie adjudicaba a la buena mujer.

Señora de las tinieblas (Entre Dioses)Where stories live. Discover now