Confesiones inesperadas

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Los preparativos están listos, cada una de las cosas se encuentra en el sitio que debe estar. Desde muy temprano Antonio fue decorando la casa con diferentes adornos luminosos, debía de darles una buena impresión a sus amigos y más si Lovino cenaría con él esa noche. Veneciano, quien había llegado de primero junto a Ludwig, le ayudo a Antonio a organizar la mesa y terminar un postre que no logro hacer el día anterior. 

-¿Crees que mi fratello se demore? – preguntó dejando el plato faltante en la mesa. Ludwig se disponía a esperarle en la sala. 

-Sabes como es él, - se quitó el delantal blanco con decorados de tomates que traía puesto para no ensuciarse la ropa, guardándolo en una de las gavetas del comedor –  cuando se trata de comida no demora en llegar.

El timbre sonó minutos después de que el ibérico mencionara eso. Rápidamente fue abrir la puerta, no podía hacer esperar a la persona que tocaba, sin embargo sabía quien era.

Romano, viendo que se demoraban en abrirle la puerta, comenzó a tocar desesperadamente el timbre, estando al punto de dañarlo. El frío que hacia le provocaba estornudos fuertes, esperaba no enfermarse por culpa del bastardo. Frunció el ceño al escuchar como quitaban la tranca a la puerta y esta se abría.

-Ya era hora. Te tardaste un millón bastardo. – fue el saludo que le dio Lovino a Antonio sin siquiera mirarle. – Si sabes que tienes invitados deja la puerta sin tranca.

-Si solo tarde unos segundos Lovi. – abrió completamente la puerta, dándole a que pasara.

Recordó el beso de ayer por el muérdago colgado en la puerta, colorándose de tan solo pensarlo, entro empujando al español, quien con un suspiro cerro la puerta tras de si. Se adentro en la casa dejando a Antonio detrás ni se inmuto en quitarse el abrigo. Lo dejaría por ahí tirado.

Lovino no podía mirar a Antonio a la cara sin recordar el beso y el hecho de que le entrego la carta ayer no ayudaba del todo. Pensaba ignorarlo toda la cena y hablar con él luego de que se fueran todos. Si es que no escapaba antes.

-¡Fratello llegaste! – grito alegre Veneciano abrazándolo por detrás, colgándose por el cuello del mayor.

-¡Estúpido, me estas ahorcando maldición! – grito Lovino dándole un codazo en las costillas, zafándose de él. Veneciano no tardo en echarse a llorar tirado en el suelo diciendo lo malo que era por tratarlo así.

Ludwig apareció segundos después de escuchar al menor de los italias llorar a ver que había sucedido, viendo que Lovino no se encontraba muy lejos de su hermano supo lo que sucedió.

-Deberías tratar mejor a tu hermano, Lovino. – dijo ayudando a Veneciano a levantarse, este sollozaba por el golpe.

-¡No me digas lo que tengo que hacer! ¡Yo hago lo que quiera maldición! – cruzo los brazos y desvió la mirada, enojado.

-Lovi, no empieces. – mencionó el ibérico parándose a su lado. Romano se limitó a sacarle el dedo e irse a tumbar al sillón más cercano. Antonio negó ante la actitud que mostraba.

Tal vez se estaba pasando un poco con el español, pero no sabía como actuar. Las cosas le salían sin que pudiera detenerlas. Frunciendo el ceño se tiro en el sillón como si estuviera en su casa, puesto que prácticamente lo estaba. Jamás olvidaría todas las cosas que Antonio y él hicieron en aquella casa al ser apenas unos niños.

En la esquina de la sala diviso el árbol de navidad sin encender. Se encontraba más lleno de adornos que la navidad pasada. Noto que algunos adornos era nuevos. Levantándose con mucha flojera del sillón, fue a prender las luces del árbol.

Antonio siguió a Romano sin que se diera cuenta. La actitud que muestra con su persona le preocupa. No entendía como de un día para otro este estuviera así. ¿Le abría molestado el beso? A él le encanto.

Carta a Santa Bastardo (Spamano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora