Escuchar el silencio

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La fila para ingresar al club nocturno más exclusivo en Hell's Kitchen, uno de los barrios de Manhattan, era larga como una pitón reticulada. Red caminó junto a las personas alineadas con paso relajado. Deslizó la mirada por el tumulto y algo le captó la atención o, más bien, alguien. Un hombre de cabello azul sobresalía entre las tantas cabezas de tintes comunes.

No detuvo el andar, pero tampoco apartó la vista. Tenía las manos en los bolsillos del jean, el rostro volcado al suelo y parecía estar solo.

Cuando llegó hasta el empleado en la puerta, chocó el puño con el del gigante.

—Concurrido esta noche.

—Siempre es así, Red.

—Deja pasar al azul.

—Me meterás en problemas. Ni has entrado y ya captaste a alguien.

Red se encogió de hombros y esbozó una sonrisa ladeada.

—Me conoces. Me atrae lo exótico.

—¿El del cabello azul?

Red asintió y le dio unas palmadas tras el hombro antes de entrar al club donde era head bartender. Era rápido para las conquistas y disfrutar de una buena sesión de sexo, pero era muy serio con respecto al trabajo. Poseía una excelente capacidad para resolver problemas y unas habilidades de comunicación inmejorables, además, era organizado.

Faltaba poco para que abrieran y antes debía conversar con el equipo sobre cómo se distribuirían esa noche. Le gustaba mantener la adrenalina alta por lo que no permitía que ninguno de los bartenders se acostumbrara a la rutina.

Era un ser fluctuante, creía que en la variedad estaba el gusto y lo extendía hasta en las sábanas. Se aburría con facilidad, por lo que se procuraba un acompañante dispuesto y distinto cada vez que le apetecía revolcarse un rato.

Dos horas después, cuando el club estaba a máxima capacidad, la música no permitía ni escuchar los propios pensamientos y las personas se apretujaban contra la barra para ordenar alguna bebida, lo divisó.

Bailaba en medio de la pista, solo, con los ojos cerrados. Red permaneció enfocado en el hombre, hipnotizado. Se movía a su propio ritmo, más tranquilo que el que imponía el tema que sonaba.

—Estás a cargo —ordenó al que seguía en rango sin apartar la vista del hombre de azul.

Se dirigió hacia él, sorteó cuerpos que se corcoveaban por doquier, otros que le pasaban las manos por los costados, espalda o abdomen con clara intención de comunicarle su disponibilidad, pero Red tenía un solo interés esa noche.

Se detuvo tan cerca de él que debió sentirlo, puesto que abrió los ojos y los enfocó en los suyos. El hombre no dejó de moverse y desvió la vista como si no estuviera allí.

Red le acercó la boca al oído.

—¿Solo? —No obtuvo respuesta—. Soy Red, ¿tú?

No le contestó, sino que continuó danzando la melodía interna. La furia creció dentro de Red, no solían ignorarlo, en realidad, todo lo contrario. Era el que marcaba el paso, el que señalaba a quien deseaba y esa persona elegida volaba hacia él sin desperdiciar un segundo.

Deslizó los dedos por los del joven de azul y este apartó la mano tan de súbito como si lo hubiera quemado.

Red trabó las mandíbulas. Trató de que conectaran los ojos, pero lo rehuía. No le permitiría ganar esa batalla silenciosa. Comenzó a moverse al mismo ritmo que Blue, como lo llamó por dentro, y, de a poco, se aproximó hasta que quedaron a la distancia de un suspiro. La música era rápida y alocada, pero ellos bailaban de forma lenta, sin tocarse, pero tan cerca que casi parecían uno.

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