Gusto mortal

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Noche uno

Observa desde las sombras de una esquina de la habitación. Su mirada se mueve de un lugar a otro para prestar atención hasta el mínimo movimiento que realiza la chica. Sus pupilas se dilatan y se queda lo más estático posible cuando ella mira hacia la dirección donde se encuentra, curiosa y sintiendo que hay algo presente, solo que, en lugar de caminar hacia la oscuridad, se queda al lado de la cama para quitarse los zapatos y con delicadeza levanta la sábana para acostarse, se cubre con ella, se coloca sus audífonos y le da a reproducir a la música en el móvil.

Ahora le resulta más sencillo admirar la belleza. Ve cómo lentamente el pecho se levanta y baja y cómo su boca se encuentra entreabierta. Mira su cabello castaño dispersado en la almohada blanca. Admira todo de ella, quiere más, pero sabe que aún no es su momento, todavía no la puede tener. Si aquel día ella hubiera dejado de respirar por completo en la soledad de la habitación y la última pizca de arena hubiera caído, sería toda suya y se hallaría en su poder toda la eternidad.

Avanza entre la penumbra con la intención de estar lo más cerca de ella y sentir que está a casi nada de tenerla. Sin embargo, al mismo tiempo desconoce del todo cuándo sucederá. Lo peor es que no puede hacer nada para lograr su cometido. Todo debe ocurrir con normalidad, como lo dicta el destino.

En un rápido instante la pierde. Su cuerpo sigue inerte en la cama. Puede ver cómo respira, solo que ahora con mayor lentitud, pero no está ahí, no se está presente. La furia comienza a recorrer cada parte de su cuerpo. Le resulta imposible lo que siente y ve. No logra comprender cómo es que el alma de la chica está perdida. Él más que nadie sabe la ubicación de cada una. Jamás en su existencia había desconocido la ubicación de alguna, lo que lleva a que la confusión acompañe a la ira e impotencia por ver extraviado su tesoro más valioso. No obstante, con esa rapidez con la que ocurrió su mayor desgracia también sucede lo que hace que todo sentimiento se desvanezca. Sabe dónde está y va por ella.

Se arrastra entre los árboles sin inmutarse por cómo las ramas se enredan entre su vestimenta, solo se deja guiar por esa alma que lo llama a gritos y pide que se la lleve.

La identifica en otro cuerpo, el cual se encuentra riendo a más no poder con unos chicos pelirrojos. Su mente se aclara con lentitud y deja de sentir que la ha perdido. Él ya ha estado ahí, ya ha estado en todos los lugares.

Ningún estudiante del colegio se percata de su presencia, pasan de él como si no existiera y eso es sumamente favorable porque puede llegar a la chica sin problema alguno. Se vuelve a sentir extasiado, a tal punto de querer tomarla de una vez por todas, pero se retiene, de alguna forma lo logra. Contempla maravillado todo lo que quiere.

Comprender lo que ocurre entre ella y los chicos no es parte de él. No presta atención a otra cosa que no sea lo que quiere, así que cuando ve cómo fuegos artificiales llenan todo el patio del colegio y los tres echan a correr entre carcajadas para no meterse en problemas, ni si quiera se inmuta, solo los sigue para no volver a perderla. Recorre cada pasillo del enorme castillo lleno de cuadros con personas que hablan, alumnos con varitas que hacen hechizos, chicos volando en escobas lanzándose pelotas y otro persiguiendo una diminuta color dorada. Nada hace desconcertarlo de lo que más ansía. Alguien casi lo logra; un hombre grande de cabello negro y una mirada tan frívola que nadie se atreve a verlo a los ojos.

—Profesor... —escucha cómo uno de los jóvenes llama al hombre con miedo.

Esa palabra la guarda para nunca olvidarla.

Sabe que muy pronto también lo podrá tener.

Los días, tardes y noches pasan como un simple parpadeo para la sombra que persigue a la chica. Él desconoce el tiempo porque no sabe si quiera que existe. La observa hacer tantos hechizos, reír y disfrutar de lo bien que la pasa en esa realidad que cuando se da cuenta cómo su alma empieza a oscurecerse es muy tarde para intentar detener el proceso. Es muy poco lo que ha avanzado y casi imposible de ver, pero él no la quiere así, no puede permitir que eso avance más. Sin embargo, desconoce cómo hacer que se detenga, hasta que lo hace luego de la intensa pelea de varitas que ella tuvo junto a un hombre mayor. Fue tan intensa, con demasiada furia y rencor que causó aquello. Al ser victoriosa y verlo muerto en el piso, la calma vuelve.

Gusto mortal ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora