4

18 3 16
                                    




2017

Malena


—Jones, ven aquí —Michelle, la encargada me llamó al acabar mi turno.

—¿Si? —contesté al entrar en la oficina.

— Siéntate, tenemos que hablar.

Joder, eso sonaba a malas noticias

Me senté en la incómoda silla de madera y crucé las piernas con nerviosismo.

—Voy a ir directo al grano. Hay demasiados empleados y tenemos que deshacernos de algunos. Estás despedida.

Me pasó un sobre blanco sin decir nada más y la miré con la boca abierta.

Zorra desalmada. Cogí el sobre de la mesa con rabia y salí de ahí dando un portazo.

Entré de forma violenta en el vestuario, cogí las pocas pertenencias que tenía y las metí en el bolso con furia.

La garganta me quemaba por estar intentando contener el llanto, y sentía que me iba a romper en cualquier momento en mitad de la calle. Quería llegar a casa lo antes posible para meterme en la ducha y dejarlo todo salir.

El autobús de las seis estaba vacío excepto por un par de drogadictos que tenían la música puesta a todo volumen.

Me senté con los cascos puestos y apoyé la cabeza en la ventana. Still Waiting de Sum 41 sonaba con fuerza en mis oídos. Repetí la canción una y otra vez hasta llegar a mi casa.

Estaba rezando en mi cabeza para no toparme con mis padres. Sabía que esto iba a traer una discusión, y estaba muy cansada como para lidiar con ellos.

Como lo supuse, estaban en el viejo sofá que se había vuelto marrón gracias a los años de humo de cigarro que había recibido.

Mi madre fue la primera en girarse, y un rápido vistazo le dejó saber que algo había pasado.

—Suéltalo —habló sin más rodeos.

—Me han echado del trabajo.

Mi madre chasqueó la lengua con sarcasmo y apagó el televisor. Ambos se levantaron con expresiones amargas en su rostro y di un par de pasos hacía atrás.

—Vamos a hacer esto fácil. Vas a ir a recoger tu mierda y vas a salir de aquí en menos de veinte minutos —habló mi padre con la mandíbula apretada.

—Pero papá, no podéis echarme. Prometo conseguir otro trabajo. No ha sido mi culpa, hay demasiado personal y tenían que despedir a alguien —las lagrimas corrían libremente por mi cara y el miedo de quedarme en las calles se había apoderado de mí.

—¿Quieres hacer esto por las malas? —gruñó mi madre.

Se acercó a mí de forma peligrosa y cogió un puñado de mi pelo.

—Fuera de aquí, puta inútil. No haces más que jodernos la vida. Vete y no vuelvas.

Me soltó con repulsión y corrí a mi habitación en cuanto se apartó.

Cogí tres bolsos y metí todo lo que pude en ellos. Metí un par de cosas también en el bolso que usaba en el instituto y di una vuelta por el cuarto para asegurarme de que había cogido todo lo esencial. Me metí al baño para coger el cepillo y la pasta de dientes, tampones y compresas. Salí del apartamento sin decir nada y me las tuve que arreglar para caminar un par de calles hasta llegar al parque.

Estaba vacío. Había oscurecido y el frio era atroz.

Mi teléfono sonaba en el bolsillo de mi chaqueta, y me hice la falsa ilusión de que era mi madre quien me estaba llamando para decirme que podía volver a casa.

Almas De TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora