libro: la sociedad contra el estado.

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Copérnico y los salvajes 1

«On disoit à Socrates que quelqu’un ne s’estoit aucunement amendé en son voyage: Je croy bien, dit-il, il s’estoit emporté avecques soy.»2 Montaigne

¿Podemos plantearnos seriamente cuestiones en torno al poder? Un pasaje de Más allá del bien y del mal empieza así: «Dado que, desde que hay hombres, ha habido también, en todos los tiempos, rebaños humanos (agrupaciones familiares, comunidades, estirpes, pueblos, Estados, Iglesias), y que siempre han sido muchísimos los que han obedecido en relación con el pequeño número de los que han mandado; teniendo en cuenta, por tanto, que la obediencia ha sido hasta ahora la cosa mejor y más prolongadamente ensayada y cultivada entre los hombres, es lícito presuponer en justicia que, hablando en general, cada uno lleva ahora innata en sí la necesidad de obedecer, cual una especie de conciencia formal que ordena: “se trate de lo que se trate, debes hacerlo incondicionalmente, o abstenerte de ello incondicionalmente”, en pocas palabras,

1 Estudio aparecido por primera vez en Critique, n.º 270, noviembre de 1969.

2 «Díjose a Sócrates que cierta persona no se había enmendado en un viaje que hiciera. “Lo creo —repuso el filósofo—. ¿Acaso no se había llevado a sí mismo consigo?”» (la traducción de este pasaje la he tomado de Juan G. de Luaces, del tomo I, p. 178, de los ensayos de Montaigne, publicados en 1968 por la editorial Iberia de Barcelona [N. del T.])

“tú debes”»3 . Poco preocupado, como en él era habitual, de lo verdadero o lo falso en sus sarcasmos, Nietzsche, no obstante, aísla y circunscribe con exactitud un campo de reflexión que, siendo antaño patrimonio exclusivo del pensamiento especulativo, se encuentra desde hace aproximadamente veinte años sometido a los esfuerzos de una investigación con vocación propiamente científica. Nos referimos con ello al espacio de lo político, en el centro del cual el poder plantea su interrogante: temas novedosos en antropología social, objeto de estudios cada vez más numerosos. El hecho de que la etnología haya tardado tanto en interesarse por la dimensión política de las sociedades arcaicas —siendo, no obstante, su objeto preferente— no puede sustraerse, y trataré de demostrarlo, a la misma problemática del poder: se trata de un indicio más bien espontáneo, inmanente a nuestra cultura y, por tanto, inmerso en su tradición, de aprehender las relaciones políticas tal como se establecen en otras culturas. Pero el retraso se subsana y las lagunas se colman; existen ya bastantes textos y descripciones para que podamos hablar de una antropología política, calibrar sus resultados y reflexionar sobre la naturaleza del poder, su origen y, por último, sobre las transformaciones que la historia le impone según los tipos de sociedad en las cuales se ejerce. Es un proyecto ambicioso, pero es una tarea necesaria que lleva a cabo la extraordinaria obra de J. W. Lapierre, Essai sur le fondement du pouvoir politique4 . Se trata de un trabajo que reviste un gran interés, ya que en este libro se encuentra reunida y estudiada por primera vez una gran cantidad de información que concierne no solamente a las sociedades, sino también a las especies de animales so-

3 He tomado este pasaje de la traducción de Andrés Sánchez Pascual, Madrid, Alianza editorial, 1988, p. 128 [N. del T.].

4 J. W. Lapierre, Essai sur le fondement du pouvoir politique, Publications de la Faculté d’Aix-en-Provence, 1968. (Este libro en concreto no está traducido al castellano, pero del mismo autor y sobre la misma temática puede consultarse: El análisis de los sistemas políticos, Barcelona, Península1976 [N. del T.].)

ciales, y, por añadidura, el autor es un filósofo cuya reflexión se efectúa sobre los datos proporcionados por las disciplinas modernas, como son la «sociología animal» y la etnología. Se trata, pues, aquí de la cuestión del poder político y, legítimamente, J. W. Lapierre se pregunta ante todo si este hecho humano responde a una necesidad vital, si se desarrolla a partir de un factor biológico, en otras palabras, si el poder tiene su lugar de nacimiento y su razón de ser en la naturaleza o, por el contrario, en la cultura. Ahora bien, al término de una discusión paciente e inteligente de los trabajos más recientes en biología animal, discusión que por otro lado no era nada académica, aunque se podían prever las conclusiones, la respuesta es clara: «El examen crítico de los conocimientos adquiridos sobre los fenómenos sociales entre los animales y especialmente sobre los procesos de autorregulación social nos ha mostrado la ausencia de toda forma, incluso embrionaria, de poder político...» (p. 222). Despejado este terreno y asegurada la investigación de que no vale la pena ningún esfuerzo por esa vía, el autor se dirige hacia las ciencias de la cultura y de la historia, para interrogarse —sección que por su volumen es la más importante de su estudio— «sobre las “formas arcaicas” del poder político en las sociedades humanas». Las reflexiones que siguen han encontrado su estímulo especialmente en la lectura de esas páginas consagradas, digamos, al poder entre los salvajes. El abanico de las sociedades consideradas es impresionante; en todo caso, lo suficientemente abierto como para disipar cualquier duda eventual al lector más exigente en cuanto al carácter exhaustivo de las muestras presentadas, porque el análisis se efectúa con ejemplos tomados en África, en las tres Américas, en Oceanía, en Siberia, etc. En resumen, una colección casi completa, tanto por su variedad geográfica, como de tipología, de lo que el mundo «primitivo» podía ofrecer de diverso a la mirada del horizonte no arcaico, sobre cuyo fondo se delinea la figura del poder político en nuestra cultura. Lo cual señala el alcance del debate y la seriedad que se requiere para el examen de su conducta. Con toda facilidad uno se imagina que estas docenas de sociedades «arcaicas» no tenían en común más que la determinación de su arcaísmo precisamente, determinación negativa, tal como señala Lapierre, que establecen la ausencia de escritura y la economía llamada de subsistencia. Así pues, las sociedades arcaicas pueden diferenciarse profundamente entre sí, de hecho, ninguna se parece a otra y se está muy lejos de la monótona repetición que volvería grises a todos los salvajes. Por tanto, es necesario introducir un mínimo de orden en esta multiplicidad con el fin de permitir la comparación entre las unidades que la componen, y ésta es la razón de que Lapierre, aceptando, poco más o menos, las clásicas clasificaciones propuestas por la antropología anglosajona para África, considere cinco grandes tipos: «desde sociedades arcaicas en las cuales el poder político está más desarrollado, hasta aquellas que presentan [...] muy poco, incluso ausencia de poder propiamente político» (p. 229). Así pues, se ordena a las culturas primitivas en una tipología fundada, en resumidas cuentas, sobre la mayor o menor «cantidad» de poder político que cada una de ellas ofrece a la observación, pudiendo esta cantidad de poder tender a cero: «ciertas agrupaciones humanas, en condiciones de vida determinadas, que les permitían subsistir en pequeñas “sociedades cerradas”, han podido prescindir del poder político» (p. 525). Reflexionemos sobre el principio mismo de esta clasificación. ¿Cuál es su criterio? ¿Cómo definiríamos lo que, presente en mayor o menor cantidad, permite asignar tal lugar a una determinada sociedad? O, en otras palabras, ¿qué entendemos, aunque sólo sea a título provisional, por poder político? Debe admitirse que la cuestión reviste importancia, porque en el intervalo que se supone separa a las sociedades sin poder y a las sociedades con poder, debería darse al mismo tiempo la esencia del poder y sus fundamentos. Ahora bien, a tenor de los análisis, muy minuciosos por cierto, del señor Lapierre, no se tiene la impresión de asistir a una ruptura, a una discontinuidad, a un salto radical que, arrancando a los grupos humanos de su estancamiento prepolítico, los transformaría en sociedad civil. ¿Debemos entonces pensar que entre las sociedades con signo positivo y aquellas otras con signo negativo, la transición es progresiva, continua y cuantitativa? Si así fuera, la misma posibilidad de clasificar a las sociedades desaparece, ya que entre los dos extremos —sociedades con Estado y sociedades sin poder— nos encontraríamos con una infinidad de gradaciones intermedias, pudiendo llegar a hacer de cada sociedad particular una clase del sistema. Por otro lado, a este resultado llegaría todo proyecto taxonómico de esta especie, a medida que se hiciera más amplio nuestro conocimiento de las sociedades arcaicas y que, por consiguiente, se desarrollaran más sus diferencias. De ello se deduce que tanto en un caso como en el otro, tanto en la hipótesis de la discontinuidad entre el no poder y el poder, como en el de la continuidad, ninguna clasificación empírica de estas sociedades puede iluminarnos, al parecer, sobre la naturaleza del poder político ni sobre las circunstancias de su aparición, y que el misterio del enigma continúa.

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⏰ Última actualización: Feb 11, 2015 ⏰

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