Capítulo 5: La laguna

54 3 0
                                    

A partir de aquel día, salía todas las mañanas a caminar o a correr por el parque. Dejaba la bicicleta aparcada en alguna parte, no importaba mucho el lugar, y salía desde allí hacia la infinidad de árboles. Ese era siempre mi punto final: de cualquier lugar a la arboleda, de la arboleda a cualquier lugar. Muchas veces no lo veía, pero otras lo encontraba entre los árboles. En esas ocasiones hacia todo lo posible para que me viera. Mentalmente me decía que estaba siendo una tonta, pero realmente no me importaba, solo quería estar cerca de él.

Algunos días caminábamos juntos por el bosque, hablando de cosas sin importancia. Los días de lluvia, cuando todo estaba oscuro, se ofrecía a acompañarme hasta donde dejaba la bici, y muy pocas veces me escoltaba hasta mi casa, yo pedaleando y él corriendo. Era tan encantador; siempre pensaba eso cuando salía de mi casa, y hoy no era la excepción. En estos últimos días también empecé a hablar más con mi madre. Al menos nos saludábamos, y poco a poco estaba volviéndose mi propio y exclusivo halcón otra vez. Por suerte, ya se había acostumbrado a mis salidas matutinas, sino hubiera sido un augurio tener que mentir cada vez que salía de casa.

Llovía. Más que eso, parecía que el cielo iba a caerse a pedazos. Estaba tan oscuro que no parecía que fueran las 9 de la mañana. Antes de salir tomé una sudadera enorme color verde musgo que era de mi madre. Supe que ese día, si lo veía, iba a acompañarme a casa, así que aparqué lo más lejos posible la bicicleta del bosque, así tendríamos más tiempo para hablar. Empecé a trotar desde allí lo más rápido que pude para mojarme menos, aunque mi idea no funcionó. Las gotas de lluvia me golpeaban en la cara cada dos segundos, provocando que mi vista se encegueciera un poco, aunque eso no dificultó mi llegada al bosque. Había hecho ese camino tantas veces que ya lo recordaba de arriba a abajo. Algunos días tomaba desvíos para no aburrirme, pero el bosque era tan tupido que terminaba perdida por varios minutos hasta que encontraba el camino de siempre. Uno de esos días descubrí que había otra laguna, una diferente a la que mi madre me llevaba cuando era una niña. Esta parecía más profunda, el agua era casi negra y no se veía ningún pez, ni nada que estuviera vivo en realidad. Por el contrario de su aspecto tan sombrío, alrededor de la misma había pequeñas florecillas rosadas, del color del cielo cuando atardece. Ambas cosas contrastaban muy bien. Al acordarme de ella, decidí tomar ese camino para ir a la laguna. Caminaba entre los árboles con cuidado de no resbalarme por el barro ocasionado por la lluvia, y me adentré en el bosque. Cuando llegué, distinguí entre el diluvio a una persona. Estaba de espaldas, pero reconocí fácilmente su contextura: era Louis. No se dio cuenta de que estaba allí, así que fui silenciosamente hacia donde estaba. Con las manos unidas junté un poco de agua, y se la lancé. No creía que fuera a enojarse porque en realidad ya estaba mojado. Solté una risilla y él se dio vuelta justo a tiempo para que un poco de agua le llegué a la cara.

-¿Qué diabl... -se detuvo cuando me vio. Tardo un poco en reconocerme -Allie -Su cara sorprendida mostró una gran sonrisa -¿Qué haces aquí? -preguntó.

-Estaba caminando, como todos los días, y me desvié para venir a este lago. Hace unos días pasé y parecía un lugar hermoso, aunque ahora con toda esta lluvia me parece todo lo contrario.

Mirándolo con más detalle, la laguna estaba hecha un asco. El agua tranquila ahora estaba interrumpida por miles de gotas que caían de las densas nubes, dejando estelas a su alrededor. Las flores rosas, ahora negras como la tormenta, estaban marchitas y sin vida. No entendía como sólo una lluvia podía ocasionar tal cosa. Me acerqué más para tomar una flor muerta, pero con tanto fango alrededor no tarde en resbalarme. Me estaba preparando para la asquerosa caída, pero nunca llegó.

-Deberías tener más cuidado,por si no lo sabias... -Se acercó a mi oído y me susurro -...llueve.

No pude evitar reírme. Eché la cabeza hacia atrás mientras el agua me empapaba, pero no me importaba mucho. Louis puso su mano en mi nuca y me levantó suavemente. Hizo que lo mirara a los ojos, y cuando lo hice supe que no podía sentirme más atraída, sus ojos centelleaban, como si dentro de ellos estuvieran estallando miles de pequeños fuegos artificiales. Se acercó poco a poco, hasta que nuestros labios se tocaron y pude sentir la suave mezcla de sus besos y el gusto de la lluvia. Me atrajo hacia él y nos besamos con más intensidad, al ritmo de la lluvia, que cada vez era más fuerte. Estábamos los dos totalmente mojados, pero si a él no le importaba, a mí tampoco. Mi cabello mojado se pegaba a mi rostro y estaba encima de mis ojos. El peso que sentía por la ropa empapada había desaparecido mientras Louis me sostenía entre sus brazos. Parecía aquel beso con el cual las niñas soñaban, y sería completamente idéntico de no ser por el lúgubre lugar donde nos encontrábamos. Mientras a mi alrededor todo parecía muerto, yo me sentía más viva que nunca.

Ángeles de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora