~Narradora~El salón estaba lleno de gente. La música y la luz cubría el lugar como una enorme ola. Meliodas se quedó parado en la entrada de una estancia tan enorme como su orgullo; Las paredes eran de un azul muy oscuro inspirado en el océano y a lo largo de los pasillos habían grandes ventanales, algunos abiertos, porque el salón, a pesar del frío de afuera, resultaba agobiante por el calor. Las grandes lámparas doradas que colgaban del techo, estaban llenas de velas con tamaños exagerados y frente a él se encontraban unas gigantescas escaleras, adornadas por una gran alfombra roja.
Entrando y saliendo entre los invitados había personas de todo tipo. Las personas estaban vestidas a la moda, con elegantes trajes y vestidos. A su derecha se encontraban un grupo de mujeres de las que estaba seguro no llevaban corsé bajo los amplios vestidos de terciopelo, tul y satén.
Cuando terminó de admirar el elegante lugar, procedió a tomar la mano de la pelirroja, quien no podía evitar emocionarse ante la idea de bailar toda la noche luciendo su gran vestido rojo en una estancia tan grande y bella.
En cuanto llegaron abajo, un elegante mayordomo de negro se les acercó con la intención de ofrecerles champagne en finas copas de cristal. Meliodas, deleitado por el delicioso sabor de la bebida no dudó en dar otro sorbo más, hasta que casi tira la copa al escuchar una aguda e irritante voz detrás de ellos.
—¡Meliodas, Liz! ¡Que gusto verles de nuevo! —la dueña de la voz, era una mujer de un cabello castaño, adornado y peinado en un chongo, decorado por bellos listones verdes oscuro que hacían juego con su amplio vestido.
—¿Alicia? —fue el turno de la pelirroja para hablar, y se emocionó en cuanto la vio, pues aquella mujer era de su agrado.
—¡Que elegantes se ven! Son la pareja perfecta, encajan como si estuvieran hechos el uno para el otro —hablaba la castaña mientras juntaba sus manos y les lanzaba una mirada llena de dulzura.
—No esperaba verte aquí, pero si tú estás aquí quiere decir que...
—¡Hermano! —se lanzó un peliplata hacia el rubio en forma de abrazo.
—¡E-Estarossa! —pronunció el rubio en un intento de no tirar la copa.
—¿Eh? ¿Dónde está Zeldris? —preguntó Estarossa buscando con la mirada a su hermano menor como si pensara en que se estuviera escondiendo.
—No quiso venir, dijo que tenía mejores cosas que hacer.
El rubio formó una mueca en sus labios, como si le disgustara la idea de haberlo dejado solo en casa. Sin duda su padre no debía enterarse.
—Ya veo... ¡Bueno, no nos vamos a aburrir sólo porque él no esté aquí! ¿No es cierto Alicia? —dijo de pronto acercándose lentamente hasta la ojiverde con una sonrisa. A veces Meliodas se compadecía de ella, pues su hermano podía llegar a ser algo molesto muchas veces. Sin embargo, ella parecía feliz junto a él, siempre se reía o lo veía discretamente con una mirada tierna.
—Si no les molesta, iré por más champagne —se excusó el rubio, pues no quería seguir viendo como su hermano y su cuñada se divertían con pequeños mimos. Liz tampoco se quedaba atrás, empezaría a hablar de la boda y no quería sentirse abrumado con todo eso.
Comenzó a caminar entre las personas, disfrutando de la música, no tenía a donde ir, por lo que decidió detenerse en una columna de mármol. En donde nadie notara su presencia, tan alejado de todos que casi dio con el balcón, mientras veía a las parejas bailar, admiraba a los vestidos sacudirse y observó que todos iban perfectamente sincronizados, como si se hubieran puesto de acuerdo en sus vestuarios e incluso en sus movimientos de baile.
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Una flor para un demonio
RomanceSer incapaz de sentir otra cosa más que miedo; esa era la vida de Elizabeth Goddess. Tras contraer un matrimonio forzado, Elizabeth es corrompida por su esposo Mael, el patán que odia ser amable. La familia Goddess y los Demon usan sus bienes para...