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A la mañana siguiente me sorprendió que mi vecina tocase al timbre insistentemente. ¡Enseguida pensé que se tenía que marchar y me dejaría al cuidado de Luisa de nuevo! Tras la tarde anterior yo estaba encendido, ya había perdido mi virginidad y Luisa también la suya, y creo que a los dos nos gustó. Sin embargo, yo no podía esperar lo que iba a pasar a continuación.

Nada más abrir la puerta la empujó y entró como una furia en mi casa. Venía sola y nada más entrar cerró tras ella y sin más me preguntó qué le había hecho a su hija.

— ¿Yo nada? —dije temeroso de que algo malo pasaba.

— ¿Cómo que nada? ¡Tú sabes bien lo que le hiciste ayer, ¡sin vergüenza! ¡hijo de puta! ¡Se lo diré a tu madre o yo misma te daré ahora una paliza! —me espetó empujándome con ambas manos, haciéndome chocar por sorpresa contra la pared del pasillo a mi espalda.

En ese momento quedé estupefacto y no supe qué hacer ni qué decir, mientras entre empujones me llevaba hasta el salón. Me vi perdido la verdad y cuando me arreó la bofetada me caí al suelo pero por el miedo que tenía en el cuerpo más que nada.

Allí siguió insultándome mientras comencé a llorar desconsoladamente sin saber dónde meterme. Creo que me eché al suelo y me puse en posición fetal temiendo lo peor. Luego se fue y yo me quedé allí tirado en el suelo. La oí alejarse y cerrar la puerta sin mucho escándalo, tal vez para no alertar a otros vecinos del bloque.

A partir de ahí no sé bien cuanto tiempo pasó, pero seguí allí tumbado en el suelo el tiempo suficiente para sentir cómo el frío me calaba los huesos a pesar de que era verano.

Aquél día fue muy triste, uno de los peores momentos de mi vida, había cruzado la línea roja y éste era mi merecido, o bueno, el principio del mismo —pensé.

Al final me recompuse y me asusté aún más, no quería ver a mi madre y que volviese la vecina a contarle lo que había hecho, no quería estar presente. Así que opté por irme de mi casa. Cogí la cartera y salí corriendo, no paré de correr hasta que el dolor en el riñón se hizo insoportable y casi vomité.

Hacía calor, estaba ya próxima la hora del mediodía, así que me fui a un parque de mi ciudad, compré una botella de agua en un kiosco y me la bebí de un tirón a pesar de lo fría que estaba. Luego busqué un sitio donde resguardarme del intenso calor y me tumbé en unas sombras sobre el césped. Una vez allí continué llorando.

Recuerdo que ese día pasó muy despacio, llegó la tarde, el sol fue bajando inexorablemente mientras yo seguía bajo aquellos árboles, luego llegó la noche, se hizo tarde y no quería volver a casa, ¡no podía hacerlo!

¿Con qué cara le diría a mi madre lo que había hecho? Me sentí fatal. Odié mis hormonas y me odié a mi mismo por sucumbir al deseo salvaje de sexo sin pensar en las repercusiones y seguí llorando hasta que me quedé dormido...

La brisa de la mañana me despertó, ¡ya eran las seis! Y el alba abría paso al nuevo día que se presentaba. Entonces me acordé de mi pobre madre, aunque me odiase al enterarse de lo que había hecho, también estoy seguro de que estaría preocupada por mí así que decidí volver.

Cuando entré en casa mi madre acudió a mi encuentro, ¡había pasado toda la noche en vela por mi culpa! Yo me eché a llorar de nuevo, le dije que lo sentía. Ella me abrazó fuerte y lloró conmigo

— Pero hijo, ¿dónde has estado, qué te ha pasado y sobre todo por qué no me has avisado?

Me quedé petrificado. ¡Aparentemente no sabía nada! Pero, ¿cómo era posible?

— Lo siento, debí haberte llamado pero no lo hice, lo siento mucho mamá —le dije entre sollozos—. En este momento no puedo explicártelo, estoy muy cansado —añadí.

Caluroso VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora