¡Que extraterrestres más pesados!

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Una tarde como cualquier otra, en un campo de béisbol, un equipo jugaba para pasar el tiempo cuando el bateador envío la pelota fuera del campo empezando a correr para llegar a la siguiente basé o hasta volver a su posición original.

Uno de ellos, más bajo que el resto, intentó atrapar la pelota siendo alentado por sus amigos, aunque sin éxito.

Un muchacho que estaba volteado viendo a una linda mujer pasar a su lado, volteó cuando los demás intentaron advertirle de la pelota que se dirigía a él.

Cuando volteo tenía una sonrisa desvergonzada por dónde caía baba, sin durar mucho cuando la pelota impacto contra su rostro golpeándolo con un poste y después haciéndolo caer de cara contra el piso, quitándole esa expresión. El nombre de ese chico es Ataru Moroboshi.

—Este no es mi día.— dijo para sí mismo cuando levantó un poco el rostro.

Un monje enano, que iba pasando, se puso frente a él mirándolo desde arriba.

Ataru se levantó deprisa indignado. —¡¿Se puede saber qué es lo que miras?!

El monje lo miro entre impactado y asustado levantando su sombrero para verlo mejor mostrando sus enormes ojos saltones. —¡E-E-Esa cara que tienes es la cara más horrible que he visto nunca!— al decir eso apuntando lo, hizo que Ataru cayera al piso de manera cómica.



Caw

Caw

Caw



—Chico, quiero decir que en tu cara hay escrita una horrible profecía.— el monje se encontraba todo golpeado después de que Ataru lo golpeara con su propio bastón por lo que dijo.

—¡Tonterías! Yo no creo en horóscopos, profecías ni idioteces por el estilo. ¡Hasta nunca!

—¡Espera! ¡No puedes ir en esa dirección. Si te vas, te pasará algo horrible!

—Pero si no voy por ahí no podré ir a casa.— dijo con voz burlona, para después seguir su camino, viendo con la boca abierta cómo unas chicas que entrenaban pasaban por su lado.

—Pobre muchacho, espero que no le llegue a pasar nada malo. Recemos.— unió sus manos empezando a rezar.

Por otro lado, desde la vista de unos binoculares, Ataru Moroboshi era observado y juzgado por su falta de comportamiento inconfundible.

—Atrápenlo.

Un señor mayor y un hombre que parecía un gorila, eran los que lo observaban desde la parte trasera del auto, con otros dos en los asientos delanteros.

Condujeron en reversa hasta ponerse a su lado, dónde lo metieron a la fuerza dentro del auto, y arrancaron a toda prisa.

—¡Ey! ¡¿Que están haciendo?! ¡Suéltenme, que a mí no me van los hombres!— se agitó intentando de que el que parecía gorila lo soltara.

—A mi tampoco.

El auto era escoltado por otros dos autos con ametralladoras, y seguidos desde el cielo por helicópteros.

Urusei YatsuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora