Un gran paso con pequeños tropiezos.

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n un lejano pueblo, ahí ha de ser, el pequeño lugar donde esta historia contaré. En el diminuto pueblo de Leiryth; aquí se desarrolla una gran historia que conmigo oirás si continúas leyendo esta lectura.

Leiryth, lugar caído, soez y baldío, con días grises e inviernos eternos, lugar donde todo solía ser dolor y aquel que viviera diferente y se sintiera distinto al respecto era juzgado por ser feliz. En este oscuro lugar, donde reina la maldad y la discriminación a todo tipo de felicidad, hace ya un tiempo atrás un viejo inventor sin mucho que desarrollar y mucho tiempo para derrochar, decidió montar un local que no existiese en otro lugar, con el fin de dejarle algo que cuidar a su pequeña hija para cuando le llegase su hora de marchar de esta vida.

Una mañana al despertar decidió dar el primer paso, construyó un segundo piso en su hogar, trasladó todas sus cosas personales arriba y estableció su pequeño negocio en el primer piso de su casa. Renovó totalmente ese lugar, convirtiéndolo en su pequeño taller, lo pinto con colores alegres y llamativos tanto en su interior como en el exterior, a simple vista parecía más una tienda de dulces que un taller en realidad; salió junto a su pequeña y se colocó en la acera frente al local se agachó para tomarla en sus brazos y junto a ella admirar el resultado, aquel viejo se sentía muy feliz, nunca se le había visto tal cara de orgullo y en sus ojos se veía la luz de un sueño naciendo, volteo a ver a si hija y con una enorme sonrisa preguntó:

- ¿Te gusta? .-haciendo una pequeña pausa para voltear su mirada otra vez hacia el frente. - Es todo nuestro, y algún día será tuyo mi niña.

La niña solo veía algo anonadado por tanto color, aquello que su padre señalaba mientras la cargaba en brazos, el viejo volvió a sonreír con orgullo beso la mejilla de la pequeña y volvió a dentro del local. Pasaron los días y los pueblerinos empezaron a notar que había algo distinto en la avenida, los colores del taller llamaban la atención hasta de los pájaros que rondaban por el cielo del pueblo, era imposible que este pasara desapercibido. Al inicio nadie quería entrar, las personas pasaban al frente de los ventanales del local con caras largas, tan tristes como siempre, leían el rotulo y miraban hacia a dentro; con un ojo comparativo y el otro algo ofensivo, el complemento perfecto para sus miradas despectivas e incrédulas, rondaban con un paso algo acelerado y más de una vez tomando uno que otro atajo para darse la oportunidad de admirar dos veces, por si acaso.

No creían que fuera real lo que aquel viejo prometía. Murmuraban en las calles que era una obra del engaño y que aquel que estuviere dispuesto a entrar al lugar sería solo para ser estafado.

- ¿Reparador de corazones? *Pff * es una completa locura, cree ese viejo que podrá engañar a alguien con esas promesas blasfemas ¡PATRAÑAS! Eso es lo que son realmente, pobre niña, será ella quien pague de grande por las mentiras de su padre.-

Eran parte de los comentarios que se oían en la noche a las afueras del local, por parte de las señoras que se reunían a conversar. Aun así, el viejo inventor nunca se rindió seguía con su afán de tener un negocio único y darle algo a su hija para recordar y continuar.

Se levantaba cada día entre semana a las seis de la mañana, se alistaba y montaba a su pequeña hija en la parte delantera de su bicicleta, andaban por todo el camino a la escuela, siempre siendo puntuales, exactamente una hora antes de la entrada a clases gritando a los cuatro vientos: ¡REPARAMOS CORAZONES, REPARAMOS CORAZONES! Con voz de júbilo, alegría y fe, sin embargo, recibieron más de un tomatazo por parte de los vendedores de la feria e incluso de algunos de los clientes que se encontraran haciendo sus compras en el momento, los cuales les aseguraron más de una caída de la bicicleta a ambos de vez en cuando. Los vendedores se ubicaban cerca de la zona camino a la escuela, lugar favorable para ellos, ya que por allí pasaba el inventor todos los días cumpliendo su ruta; lanzaban lo primero que tuviesen al alcance, normalmente solían ser tomates, limones e incluso si era día de recolección de basura aprovechaban y apartaban las legumbres y frutos echados a perder, los colocaban en una caja y aguardaban a las 6:45 a.m. hora exacta en la cual el vendedor pasaba frente al puesto de la feria.

Los fines de semana eran algo diferentes para el inventor y su hija, preferían quedarse en el local a esperar a sus clientes los cuales no pasaban de ser dos o tres máximos, mientras en la feria los abusivos reponían todos los tomates que se darían por perdidos durante la semana en sus intentos de callar al inventor. En los mejores días, la gente que los reconocían les sonreía, otros solo los miraban fijamente y en su mente los hacían trizas; ya el viejo comenzaba a perder la fe, lo que no sabía es que más adelante el éxito vendría a sus pies.

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Continuará.

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⏰ Última actualización: Feb 20, 2021 ⏰

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