El continuo rumor que se extendía por la plaza llegó a los oídos de Nancy y su madres tan solo al salir del edificio.
El rumor las atrajo como una ola arrastra al mar los objetos en la arena. Así cruzaron la calle y la vereda, Y se encontraron de pronto al pie de la plaza. Se sintieron complacidas con el sonido de la música, con los alaridos de vendedores ambulantes, el sonido de los pájaros en las copas de los arboles, y la charla de la masa de visitantes que se reunían como todas las tardes a eso de las cuatro.
Al pasar por el kiosco, Nancy tapó sus oídos en tanto se ajustaban al grito de las bocinas. Sin embargo los viejos músicos que agitaban sus guitarras, acordeón y tololoche, no eran sensibles ya al estrépito; había pasado varias horas desde que los viejos empezaran a tocar y tenían la habilidad de comunicarse a base de señas con la mano, miradas y empujones. Así atendían la comunicación sin romper el hilo de canciones que tejían con maestría los ancianos amigos. Sin duda aquellos casi anónimos músicos se habían ganado un reconocimiento del cual no gozaban.
Los niños pequeños andaban casi desnudo por el calor y los padres los dejaban andar libres mientras ellos se ponían al día con sus charlas. Se aproximaron corriendo hacia Nancy lanzando risas por el aire y dieron un par de vueltas en derredor. Ellos la conocían pues el años pasado se divirtieron jugando con las flores caídas bajo los árboles. Hicieron coronas de flores que ciñeron en las sienes de Nancy y la llevaron a lavar sus desnudos pies, calzados de polvo, a la fuente, y usaron los cabellos de sus pequeñas cabezas para secarlos. Ella a cambio los entretuvo con canciones y juegos, y les enseño a trenzar flores en sus cabellos, a las niñas, y a cazar moscas y atarlas en un hilo, a los niños. De lo divertidos, no notaron como las flores perecieron en el fango bajo los pies descuidados.
Estaban situadas ya entonces a unos diez u once pasos de la salida sin que las protegiera del sol la sombra de los árboles. Allí al frente se extendía un largo callejón con puestos igual de estrechos, que vendían sus talas y sus dulces. Ya al fondo, el callejón se convertía en un mercado altamente poblado, con sus olores de comida frita, flores, vegetales y humedad. Para Nancy, caminar entre esos olores traía recuerdos de su perdida infancia.
Allí se extendían filas de puestos variados en tamaño, pero igual de estrechos, con apenas espacio entre ellos y que daban hasta donde la vista alcanzaba. Estos eran vigilados de cerca, de modo que solo un foráneo muy poco informado se atrevería a robar.
Nancy y blanca, que se paseaban con evidente comodidad, no causaban extrañeza a los vendedores del marcado que ya conocían a las dos chicas de hace años.
Se abrieron paso. Hasta el fondo se encontraba un restaurante improvisado, con unas mesas y sillas de un plástico rojo viejo y roído, con unas letras en la que se leía "tecate" entre el ruido de las maquinas y los olores de la carne cruda y las verduras viejas. A ellas no les arruinaba el apetito aquello y se sentaron en una mesa. Una mujer salio de detrás de una lona igual de vieja que todo lo demás en ese puesto. Era una mujer con sobre peso vistiendo una blusa estampada con flores amarillas y azules con un cabello hecho para atrás en una cola de caballo y un delantal de plástico blanco delante. Se acercó riendo hacia Nancy y Blanca. Ella la miraban como anticipando su llegada.
- hola. Que bueno que llegan.
Las chicas respondieron al cálido salido con una sonrisa sincera y posteriormente un abrazo.
- entonces? Van a ordenar?
- nos encantaría. Morimos de hambre. Especialmente Nancy.
Las madre y la hija pidieron sus ordenes según su costumbre. Luego se hubo servida la mesa y las chicas comenzaron a comer. Una vez terminado y aun sentadas en la mesa, la madre quiso atener un asunto pendiente con su hija. La mujer rompió el silencio
- hija. Recuerdas porque te pedí que me ayudaras en la empresa? Me preocupaba que pasaras demasiado tiempo sola en tu cuarto como lo hiciste el año pasado.
Hasta entonces Nancy permanecía en silencio. Tenia la mirada puesta en la calle, que de veía a través de una lona que rodeaba el puesto. Tenía la impresión, casi promesa de que vería a alguien importante pasar por ahí.
- quiero que con vivas... Con gente de tu edad. No quiero pasar el mismo disgusto de aquella vez.
Nancy comenzó a resoplar fuertemente. La madre intento calmar a la chica a fin de que no se hiciera daño cuidando de no llamar demasiado la atención; Nancy no temía el armar escenas en publico, disgusto de su madre.
- detente.
La chica siguió agitando su respiración cada vez más a costa de su angustiada madre. Era el modo en que nancy escapaba de hablar de temas que no quería tratar.
- ya basta chalaca. Te va a sangrar la nariz.
Nancy continuó hasta que su madre rodio la mesa e intentando cubrir la boca y nariz de su hija con la mano se llevó un ligero mordisco.
- pinchi plebe mal educada.
Nancy estalló en una risa convulsa.
- te hice decir una grosería. Yo gané.
Blanca, furiosa con la impertinente muchacha, hizo zumbar su mano por los aires hasta estallar en la cara de su hija. El sonido de la cachetada llamó llamó la atención de los presentes. Se hizo el silencio por algunos segundos, hasta que el llanto crudo de la muchacha se hizo presente.
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El color del amor verdadero
RomanceUna adolescente que sueña con enamorarse del chico perfecto encuentra en un joven adulto con intelecto sobresaliente, un fuerte interés romántico y una amistad verdadera que se convertirá con el tiempo en una relación desastrosa que despertara sus...