Capítulo 3

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Tras pasar una más que inolvidable semana junto a Haley y las demás, me encontraba realmente preparada para ir a la playa, exceptuando un pequeño problema.

Me daba pánico ponerme el biquini. Odio mi cuerpo, por encima de todas las cosas. Más que a mi madre, más que a Helen, más que al reggaeton, más que a madrugar.

Me sobraba tripilla y tenía los muslos un poquito gordos de más. Tenía muchísimos complejos, y era horrible.

Aún así, me compré varios biquinis negros, unas gafas de sol y algo de ropa para las fiestas de verano a las que seguro que tendría que ir.

Realmente, no me gustaban las fiestas, ya que, al no beber, mis fiestas consistían en aguantar a la gente borracha de mi alrededor.

 

El día 30 de junio en casa de Hayley fue un caos. Todo estaba lleno de maletas abiertas, montones de ropa por todos lados y neceseres. Todo con un fuerte olor a desorden.

Sí, olor a desorden. No lo confundáis con el olor a polvo, no. Es muy diferente. Es peor aún, te tapona los orificios nasales y te estresa y todo.

Tras un agotador día de discusiones, peleas, caos y el olor a desorden, por la noche todo estaba listo para marchar a Huntington Beach al día siguiente.

 

El comienzo del día siguiente no fue lo que se dice perfecto, ya tuve que madrugar, cosa que llevaba peor que fatal.

A las 6:30 AM, Hayley entró en mi habitación y me ordenó que me despertara con un grito ensordecedor.

Tras intentar seguir durmiendo, Hayley apareció con un cubo de agua que me tiró encima.

Tras gritarle lo mucho que la odiaba y acordarme de todos sus muertos, me puse en marcha.

No entendía eso de levantarse cinco horas antes de la hora a la que había que estar a casa de Jenn.

Desayuné un vaso de leche acompañado con una galleta, ya que no tenía nada de apetito.

Me vestí con unos pantalones cortos vaqueros de talle alto y una camiseta de Slipknot, unas Converse negras y me recogí el pelo rubio y tan seco como el esparto en una coleta, mostrando mi nuca rapada en un intento de refrigerarme la cabeza. Nada de maquillaje, para variar.

Resulta que tanto madrugar era para ir a comprar ropa para la playa. Aún más ropa. Como si no lleváramos tres maletas ya cada una...

Tras comprar por mi parte unas gafas de sol, otras Converse y otras Doc Martens, ambas negras, y por parte de Hayley medio centro comercial,  fuimos a casa de Jenn.

 

A las 11:30 AM, estábamos en casa de Jenn, preparadas para el viaje.

Sentadas alrededor de la mesa de la cocina de Jenn, Hayley, Gelia y yo comentábamos lo que esperábamos del viaje. Jenn se estaba terminando de preparar, Judy aún no había llegado y a Mia no la dejaban venir por haber suspendido.

Teníamos las mismas expectativas: Playa, piscina, fiesta, rollos de verano, música y fiesta otra vez.

A eso de las 12:00 PM, todas estábamos en casa de Jenn. Cogimos nuestras maletas, las subimos al coche y nos pusimos en marcha.

Entre las pequeñas discusiones de Jenn y Judy, las bromas de Hayley, mis conversaciones con Gelia sobre lo que íbamos a hacer en la costa, llegamos a una gasolinera en Santa Clarita, donde tras hacer nuestras necesidades y comprar algo de comida, reemprendimos el viaje.

Entramos a Huntington Beach, dejamos las maletas desperdigadas por el salón de casa de Jenn.

La casa de Jenn era una mansión enorme azul celeste por fuera, con grandes ventanales blancos, y por dentro era grande y espaciosa, y en el jardín tenía una piscina kilométrica y cuadrada.

Cogimos unas toallas y, como ya llevábamos los bikinis, salimos a dar una vuelta. Fuimos a la playa y nos echamos a tomar el sol, aunque a mí personalmente me daba un poco de cosa, por mis complejos y todo eso.

—Ay, qué hambre. ¿Os apetece comer algo?—dijo Hayley al cabo de un rato, frotándose el estómago.

—Sí—contestamos todas al unísono.

Nos duchamos en casa, me cambié mi camiseta de Slipknot por una de Red Hot Chili Peppers, me puse unos pantalones iguales a los de antes, sólo que en esta ocasión, con los bajos rotos, con un bikini negro debajo, y mis frecuentes Doc Martens en mis pies.

Cuando nos disponíamos a irnos, me di cuenta de que se me había roto la batería del móvil

—Chicas, tengo la batería del móvil rota, y llevo otra en la mochila, pero tendría que esperar unos 15 minutos. Id saliendo y quedamos en el McDonald's.

Las chicas se negaron, pero tras convencerlas, se fueron.

Cambié la batería y me retoqué el pelo. En 20 minutos estaba de camino hacia McDonald's.

Llegué a un cruce y por la prisa no miré hacia los lados, y cuando iba a mitad, sentí que caía al suelo y  un fuerte dolor, aunque nada con lo que mi cuerpo lleno de cicatrices no pudiera.

Me costaba mucho no desmayarme, pero aguanté por los pelos, aunque no podía abrir los ojos y sentía un leve pitido en los oídos.

—¡¿SE PUEDE SABER QUÉ COJONES TE PASA?!—dijo una voz masculina, profunda y ronca en un grito que tenía un matiz alterado.

Era, probablemente, la voz más bonita que mis estúpidos e insignificantes oídos habían tenido el privilegio de escuchar.

Conseguí abrir levemente los ojos, aunque me dolía todo.

Lo primero que ví fue una Yamaha negra tumbada en el suelo.

Lo siguiente, un casco tirado en el suelo.

Después, lentamente miré a la dirección donde había oído esa voz, y vi unos ojos color café que me observaban con una combinación de hostilidad y preocupación.

Iba atando cabos, y conforme lo hacía, se me nublaba más la vista y la mente.

Llegué a la conclusión de que me habían atropellado, aunque al ir con una velocidad baja, no había resultado muy herida.

En ese momento, todo se volvió negro, tan negro como un trozo de carbón.

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⏰ Última actualización: Feb 12, 2015 ⏰

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a falta de un buen títuloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora