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Entre la visita del ginecólogo y el largo baño relajante, Luna casi había conseguido olvidar la presencia de Pansy en la casa.

Y cuando Theodore entró en el dormitorio para acompañarla al salón le sonrió, contenta.

—Estás guapísima. Tienes mejor cara y pareces relajada.

—El médico ha dicho que estoy perfectamente, así que no hay ninguna razón para preocuparse.

—Me alegro, mi pequeña. Tu salud es importante para mí —sonrió Theodore, tomándola del brazo.

Pero cuando estaban bajando la escalera, Luna vio a Pansy bajo el arco que daba al salón.

Y se quedó helada.

La ayudante de Theodore había cambiado el tanga por un vestido de diseño que moldeaba cada una de sus curvas y se sintió avergonzada por el sencillo pantalón y la blusa premamá.

Casi le daban ganas de volver a su habitación para cambiarse de ropa.

Pero como no quería que Pansy se diera cuenta de que estaba celosa, se agarró al brazo de Theodore e intentó sonreír.

—De haber sabido que no íbamos a vestirnos para cenar hubiera elegido algo diferente —dijo Pansy, toda falsa inocencia—.

Como normalmente le gusta arreglarse por las noches... —añadió, mirando a Theodore.

—Lo más importante es que Luna esté cómoda.

Y como hemos venido aquí precisamente para estar solos, no tiene sentido vestirse de manera formal.

A Luna le dieron ganas de echarle los brazos al cuello.

—Vamos, mi pequeña, la señora Trelawney y el doctor Karounis están esperándonos para cenar.

La cena, imaginó, debía ser deliciosa.

Pero ella no registró sabor alguno, pendiente como estaba de la conversación que mantenían Theodore y su ayudante.

Cuando Sybill llevó el postre y su prometido seguía concentrado en Pansy, Luna se levantó y tiró la servilleta sobre la mesa.

—¿Ocurre algo? —preguntó Theodore.

—No, estoy bien. Me voy a la habitación.

Cuando llegó al pie de la escalera, Sybill la tomó del brazo.

—¿Quieres que te ayude?

—No hace falta, gracias.

—Pero el señor Nott...

—El señor Nott sabe que estoy bien, no te preocupes.

Desde luego no se había molestado en acompañarla, pensó cuando llegó al dormitorio.

Evidentemente, su conversación con Pansy era más importante.

Suspirando, se acercó a la ventana para mirar el jardín, iluminado por la luz de la luna.

Tenía una cualidad mágica que la intrigaba y quizá un paseo le sentaría bien, pensó.

Poniéndose un jersey sobre los hombros, Luna bajó la escalera agarrándose a la barandilla...

Enfadada con Theodore por haberla vuelto paranoica con su preocupación.

Podía oír voces en el comedor, pero salió al jardín por la puerta de atrás y respiró la brisa del mar que acariciaba su cara.

Hacía fresco, pero era una noche preciosa, llena de estrellas.

En la distancia podía oír el sonido del mar y eso la tranquilizó un poco.

Falsas TraicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora