ELIAD WEMBLEY
Un hombre de aproximadamente 1.80, ojos grisáceos y cabello oscuro se acercó a nosotros dos, a pesar de que su mirada estaba claramente clavada en la chica de ojos miel. Su acercamiento me transmitía miles de sensaciones, y he de admitir que ninguna de ellas positiva.
-¿Que haces aquí?- Había escuchado demasiado esa pregunta en el poco rato que llevaba hablando con Astrid.
-Estaba plantando algunas flores, como siempre.- Ella respondió al hombre intranquila, notaba una tensión en ella que intentaba ocultar, tal vez porque yo estaba ahí.
El hombre dirigió esta vez su mirada hacía mi y cambió completamente de expresión, probablemente para hacerme creer que era un tipo agradable. Llegué a esa conclusión en ese mismo instante a través de mis pensamientos, que lo único que él aspiraba a conseguir era darme una simple buena impresión, cosa que conmigo no funcionaba. Puede que me anticipara en su momento al juzgar sin conocerlo de nada, pero preferí guiarme por mi sentido de la intuición, la cual me dijo que debía salir corriendo de ahí, aunque decidí quedarme.
-¿Que hace usted con mi hija?-No solo cambió de expresión, si no que comenzó a tratarme de usted, intentando parecer un hombre mayor agradable y educado.
¿Hija? Así que era el padre de Astrid pensé. Algo no cuadraba, necesitaba ver a su madre, o sus papeles de nacimiento, sus ojos no tenían nada que ver con los de ella, ni su físico, y ni mucho menos la expresión de sus miradas.
-Somos compañeros de instituto, estaba paseando por este campo y la he visto de lejos así que he decidido acercarme a saludarla- Le respondí con una sonrisa, jugando a su mismo juego, algo me dijo que debía contar la historia de como me la había encontrado de una forma básica y mejorada para evitar mal entendidos.
Astrid me miró y asintió.
-Oh, está bien, bueno Astrid ¿deberíamos irnos no? Se va a hacer tarde y necesito que me ayudes a una cosa en casa.-
-Si claro, adiós Wembley.- No se pensó ni un poco su respuesta, fue totalmente automática, como si su única opción fuera hacer caso a su padre.
¿Se va a hacer tarde? Que excusa más barata, ¿tarde para que? ni siquiera el cielo había enseñado todavía el atardecer. Puede que al final no fuera necesario eso de salir corriendo, pero seguía sin transmitirme buenas vibraciones aquel hombre de mirada ceniza.
Al día siguiente Astrid no fue al instituto, y lo más raro es que al otro tampoco, ni al siguiente.
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Quiero recordar que estoy hablando de la chica perfecta y popular que saca notas que probablemente no saque en mi vida. Una persona que no falta a clase ni aunque tenga 40 de fiebre. Y aunque es cierto que no la conocía como tal, eso era algo que todos sabían.
La curiosidad es algo que forma parte de mi personalidad, pero siempre intento pensar con la cabeza, y esta situación me parecía sospechosa. Aquel día decidí romper la incertidumbre y preguntar al grupo de chicas populares con las que Astrid pasaba los descansos, concretamente a Abby Paige.
-¿Sabes algo de Astrid?- le pregunté directo.
-¿Que Astrid?- Rodé los ojos al escuchar su respuesta.
-Astrid Jones, tú amiga, ojos miel, cabello marrón.-
-Ahh si, hace días que no viene, no sé porque.-
-¿Y te da igual?- Le respondí firme.
-Y-yo no he dicho eso.-
-Da igual.- Me fui de allí.
Abby siempre está dispuesta a sonreír tal y como indica el significado de su nombre, pero solo vive pendiente de su propia sonrisa. Estaba claro que a nadie le importaba una mierda Astrid, no me había servido de nada preguntarle, por algo le advertí que ser popular solo te atrae personas interesadas. Aunque no lo parezca también tengo sentimientos, y honestamente me daba pena ver la ingenuidad de Jones para creer que al ser popular la gente la valoraba, me gustaría hacerle ver que no era así. Al fin y al cabo lo sé por propia experiencia.
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Pétalos de riesgo.
Roman pour AdolescentsEliad Wembley no es de los que llaman la atención, más bien se pasa los días observando, buscando algo que le interese. Suele fallar en el intento. Astrid Jones en cambio, es una chica que a vista de todos es perfecta, todos menos Wembley. Su descon...