Un miembro de la familia no muy agraciado.

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Narra: Gianni Ricci.

Sentí que mis párpados se abrieron pesadamente y el pestañeo invadió mis ojos. Al sentir la vista borrosa, miré a mi alrededor y divisé una pequeña lámpara, alumbrando con luz tenue. Definitivamente esta no era mi habitación.

Traté de levantarme y un dolor punzante martilló en mi cráneo. Elevé una mano a mi cabeza, aturdido por la sensación desagradable que me ocasionaba.

Tras recordar la sonrisa maliciosa de mi hermano y el gas que inundó la habitación, me sobresalté, a pesar del dolor que me impedía ponerme de pie. Recordé sus duras palabras y su afán de querer asesinarme clandestinamente.

Octavio se había ido muy lejos.

Aún recuerdo sus palabras hirientes, me dijo que yo no era digno de ser hijo de Giovanny Ricci y que llevar casi su nombre me quedaba muy grande. Octavio era esa clase de hermanos egoístas que todo lo querían para ellos, en cambio yo era condescendiente con él.

Hice a un lado la gran cobija de estampados de matrioshkas que estaba sobre mí, entonces mi mente me hizo reaccionar de una manera sorpresiva al entender que estaba en una casa rusa, y eso significaba solo una cosa; me encontraba con los enemigos de mi padre.

El corazón se me aceleró por completo, nunca en mi vida me habían secuestrado.

Escuché unos pasos provenientes del pasillo y me levanté de inmediato, inquieto, ignorando el dolor busqué alguna salida. Divisé unas ventanas de cristales y corrí hasta ellas, por suerte no estaban aseguradas. Me acerqué, la abrí y sentí el aire de la noche fría golpear mi rostro. Dudé un poco por la altura pero cada vez escuchaba los pasos más cerca.

Entonces fue así como me abalancé, hasta caer en la grama, adolorido por los efectos de la altura.

Traté de levantarme, mas no pude, el tobillo se me torció.

Apreté los labios suprimiendo los lamentos de dolor para que nadie pudiera encontrarme. Escuché otros pasos más provenientes de algún lugar.

No podía ver absolutamente nada, la arboleda me turbaba la vista así que arrastré sobre mi cuerpo para llegar a esconderme en uno de los pequeños árboles del jardín.

Al esconderme, se podía ver una figura de una mujer en la ventana de la habitación que había abandonado, se llevó un radio cerca de sus labios para hablar, sin embargo no escuché lo que decía. Luego de decir varias palabras apartó la radio de la cercanía de sus labios y ató su cabello en una coleta.

Diez minutos de eterna agonía al no poder mover las extremidades de mi cuerpo, era frustrante porque sentía que en cualquier momento me iban a atrapar e iba a ser asesinado por los enemigos de mi padre. Y lo sabía porque se podía escuchar el movimiento de los pasos de hombres, tal vez pisándome los talones.

De pronto, el silencio reinó y exhalé aliviado, pero no por mucho tiempo, pues sentí el frío del cañón de una arma en mi cabeza.

—No te muevas—Me ordenó una voz, se escuchaba pasiva e intimidante, con una pizca de diversión. Llevaba un acento como a lo mexicano.

—¿Lo han encontrado? —cuestionó el otro—. ¿Es él?

—Sí, lo hemos encontrado —respondió—. Las manos arriba, niño.

—¿Q—Quiénes son, qué quieren de mí? —cuestioné con voz temblorosa.

El mexicano soltó una carcajada.

—Está temblando, Inácio —dijo con sorna. Giré mi cara y el cañón de la arma volvió a regresarla al mismo lugar.

—Sabía que los hijos de Giovanny eran unos pendejos maricas.

Gianni nunca dejará de ser mío. +18 (Reescribiendo) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora