Sesión 3: ¿Qué estás dispuesto a sacrificar?

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No dijo una palabra, simplemente posó la mano sobre mi espalda baja y pretendió, como era costumbre, que todo entre nosotros era perfecto.

—Tenía mucho tiempo sin verlos—Lucrecia Windsor tenía esa sonrisa luminosa en la cara que yo me moría por quitar de una bofetada y que aparecía solo cuando estaba cerca de mi esposo.

Si no fuese por su cobardía, desde hacía bastante tiempo que se habría arrodillado para comérsela a Evan.

—Hemos tenido trabajo—sus ojos vivaces lo miraron con curiosidad y algo más.— Mucho.

Era la excusa que usábamos por default para justificar nuestra ausencia en estas estúpidas reuniones familiares. No sabía qué odiaba más sobre ellas: que fuesen de la realeza o que tuviera que enfundarme en un apretado vestido que hacía a mis bragas meterse hasta lo más profundo de mi culo.

Normalmente pasaba la velada intentando resistir el impulso de sacármelas y pretendiendo que las braguitas no estaban violándome mientras charlaba como todo una dama.

Lo cierto era que aún no lograba comprender cómo había terminado allí; atendiendo una cena de beneficencia, rodeada de los jefes de Estado de los países aledaños en la enorme propiedad representativa de los Dunkworth y pretendiendo ser la esposa perfecta de otro hombre más de la realeza.

Para ser objetivos, yo tenía de real lo mismo que tenía de prudente: nada.

Era siempre una odisea mantenerme en un papel que no me agradaba pero que adopté por elección, porque a Evan nunca le había importado ni me había exigido tomarlo. Yo debía elegir cómo quería ser, él me lo había repetido desde el inicio y aun así, lo hacía para intentar agradar a su familia, que tenían el palo de escoba más enterrado en el culo que mi esposo.

—Trabajar tanto no es bueno para la salud. Evan, tú ni siquiera tienes necesidad de...

—Algunos queremos hacer de nuestra vida algo más productivo que solo respirar—forcé una sonrisa, deleitándome con su cara crispada.

—Siena—advirtió él, su voz tomándome por sorpresa. Me hablaba tan poco últimamente que siempre me resultaba extraña escucharla.

Lucrecia se pasó una mano por el largo cabello oscuro, su nariz ganchuda en alto, simulando la de un cuervo y sus orbes negras como el carbón amenazando con incinerarme viva. No era mi culpa que fuese una inútil cuyo único propósito de vida era solamente ése, vivir a expensas del dinero que les otorgaba el Estado como figuras representativas de la monarquía.

—Veo que tu esposa no cambia—se colocó una máscara de practicada impasibilidad.— ¿No resulta cansado estar con alguien tan... Impulsivo?

Resistí el impulso de arrancarle el feo tocado de su real cabecita y estaba a nada de responder cuando Evan lo hizo por mí.

—Es bastante entretenido, a decir verdad.

Giré el cuello para mirarlo sin poder ocultar la sorpresa. Me tomaba con la guardia baja cuando me hacía un cumplido, más después de meses sin siquiera dirigirme la palabra por días enteros.

Lucrecia se irguió y suspiró.

—Algunas cosas nunca cambian.

—Lucrecia, ¿puedes venir un segundo? Nece...Ah, Evan, Siena—se dirigió a cada uno y nos hizo un gesto de reconocimiento con la cabeza a modo de saludo.

Rupert era la completa antítesis de su esposa: mientras ella era una perra frígida enviada por el mismísimo Lucifer para atormentar a los hombres en la Tierra, él era amabilidad y elocuencia. Tenía el corto cabello pelirrojo, unos ojos afables acompañados de una sonrisa fácil y una complexión robusta que te instaba a abrazarlo siempre que estaba cerca.

15 Razones para permanecer. [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora