Capítulo I

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Somerton, 22 de agosto de 1840.

Thomas Croft estaba solo en la biblioteca de Somerton Court. Era de noche y estaba cansado, lo demostraba su postura sobre el sillón orejero, sus seis pies de recia humanidad estaban desparramados sobre el mueble. Abstraído, contemplaba el líquido ámbar de su vaso, balanceándolo con pereza a la luz dorada de las velas que iluminaban parte de la estancia.

A esas alturas de la celebración, no le importaba si el contenido del vaso era whisky, ron o coñac. No obstante, tampoco tenía ganas o estómago para averiguarlo, solo le gustaba tener las manos ocupadas, hacer algo, aunque fuera banal.

Parpadeó, los destellos del cristal los veía emborronados, como si alguien hubiera pasado los dedos por los haces de luz. Era una sensación bastante incómoda. Las gafas que usaba desde los veinte años solo le permitían ver mejor, lo cual le confería dar una impresión errónea de su forma de ser.

Asunto que Thomas prefería que fuera así. Cuando alguien lo conocía, se llevaba la idea de él que era muy serio e incluso anodino, hasta que él decidía si mostrarse tal cual era, o no.

Rio para sus adentros, le encantaba ser un lobo con piel de oveja. Tal como su padre, Michael Martin, el hombre que sí se merecía ese apelativo desde que tenía siete años, en vez de quien lo engendró: Alexander Croft, conde de Swindon, el cual fue cualquier cosa, menos una buena persona.

Por lo menos debía agradecer que no corrió la misma mala suerte que su primo Frank, lord Somerton, de llevar el mismo nombre que su progenitor, ni se parecía físicamente a él. Thomas era una versión masculina de su madre y, solo por eso, ya se sentía bendecido.

El estigma que había dejado Alexander no fue tan evidente, pero sí dejó huellas en él y su hermano, Alec.

Había cosas que él jamás repetiría del antiguo conde; no fornicaba como si el mundo se fuera a acabar, no apostaba más de lo prudente, no golpeaba a mujeres y niños, no robaba y se había asegurado de no convertirse en un alcohólico.

Sonrió. Sí, ese momento estaba un poco ebrio. Aun así, esa situación no se repetía más que un par de veces al año, y procuraba estar consciente de sus actos y sus sentidos no se encontraban del todo embotados. Thomas podía estar doce horas bebiendo sin emborracharse, siempre y cuando no cometiera el error de vaciar su copa en un minuto, por lo que siempre un simple trago podía durar hasta una hora en sus manos.

No le gustaba perder la voluntad y el alcohol solía arrebatarla con facilidad.

A sus oídos llegaba el sonido amortiguado de una fiesta que llegaba a su fin, la mitad de los invitados ya se habían retirado a descansar en la posada del pueblo, otros, con más suerte, estaban alojando ahí mismo, en Somerton Court, el hogar de Frank, quien ya debería estar disfrutando de su luna de miel, al igual que su otro primo, Ernest, el hermano de Frank.

Fue una maldita boda doble.

De todos los escenarios imaginables, ese nunca lo imaginó. Ya todos habían asumido que Frank jamás se casaría, y que Ernest, tarde o temprano, sería quien daría los herederos del marquesado de Somerton.

Pero la vida, a veces, daba sorpresas, y muy gratas.

Frank y Ernest, eran sus compañeros, sus primos y más que eso, sus mejores amigos. Thomas se sentía feliz por ellos, quienes habían encontrado el amor, estaban formando sus familias. Se veían tan ridículamente enamorados y completos con sus esposas.

De pronto, Thomas se sintió inquieto.

―Sabía que aquí estarías, hijo. ―La cálida voz de Michael, su padre, le ayudó a eludir ese sentimiento―. Supongo que estás decidiendo si vas a dormir en la biblioteca, o no ―comentó al tiempo que se sentaba en el sillón que estaba al frente del de su hijo―. Sé que no hay habitaciones disponibles aquí y en la posada. ―Rio―. Nosotros alcanzamos apenas. Estamos apretados en dos habitaciones; a Margaret le tocó compartir la cama con Laura y Charity. Esas dos no dejarán dormir a tu madre con su incesante cacareo. Alec, Lawrence y Gabriel están en otra. No soporté sus ronquidos. Son demasiado para mí esos tres.

[A LA VENTA EN AMAZON ]Tentando al demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora