Capítulo III

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―¿Y tiene alguna sospecha de quién puede estar saboteando su gestión? ―interrogó Thomas, serio.

Bernie no pudo ocultar la sorpresa en su rostro, no porque Thomas mencionara la palabra «sabotaje», sino porque él no le estaba echando la culpa a ella, a su trabajo, a la empresa o a su género. Derechamente, estaba culpando a un tercero.

Se aclaró la garganta para recomponerse un poco de la impresión.

―La lógica me dice que puede ser la competencia. Sin embargo, cada uno de los ataques que hemos sufrido no tiene firma, advertencia o mensaje, aparte del mismo acto, que sindique a un perpetrador.

―¿Esta fábrica tiene algo en especial que los demás quieran? ―prosiguió Thomas con su interrogatorio. Era imperativo contar con todos los antecedentes.

Bernie se quedó pensativa por unos segundos.

―En realidad, no. Como todas las demás fábricas de este país, tenemos una alta demanda a la cual responder. La mitad de la tela de algodón producido en el mundo, proviene de Lancashire. La competencia está en quién produce más y, en esta ciudad, estamos dentro del promedio.

―¿Nada?, ¿está segura? ¿No hay ningún contrato por el cual haya tenido que competir?

―Bueno, gracias a lord Hastings, somos proveedores de muchos atelieres de Bond Street. No obstante, eso no nos hace particularmente especiales ―desestimó Bernie.

Thomas bebió un poco de vino y se dio cuenta de que su cuenco ya estaba vacío, al igual que el de las hermanas Shaw. La última vez que comió un almuerzo tan frugal fue cuando tenía siete años y, al igual que en esa ocasión, todavía sentía hambre.

El hambre le hacía recordar el abandono de su progenitor.

Se deshizo de esa sensación. Odiaba cuando él volvía a su memoria. Era mejor usar su cerebro en hallar respuestas.

―¿A quién beneficia si Shaw y compañía se va a la quiebra?

―A cualquiera que desee comprarla y que tenga el capital necesario. También podría beneficiar a las demás fábricas para expandirse... Incluso he sospechado de mi tío Sheldon. ―Y al terminar de hacer esa declaración, Bernie y Georgie arrugaron sus narices.

No era tan querido el tío Sheldon.

―Según tengo entendido, es él quien posee una cuarta parte de esta empresa ―añadió Thomas.

―El otro cuarto pertenecía a mi padre y nosotras lo hemos heredado. Lord Hastings posee la mitad restante ―confirmó Bernie.

―¿Y su tío no ha intervenido en su inusual administración?

―Él está más preocupado de recibir su parte de las ganancias a tiempo. La vida en Londres es costosa...

―Y cree que un representante de lord Hastings es quien dirige la empresa ―añadió Georgie―. No nos creyó cuando le informamos que él había apoyado el nombramiento de Bernie.

―Decididamente, su tío no las conoce ―acertó a decir Thomas. Sheldon Shaw era el típico inversionista que solo pone capital y solo se preocupa de recibir el dinero de las ganancias, sin involucrarse más allá―. ¿Y él no se ha quejado por sus pérdidas?

―Me he asegurado de que él no se entere. Recibe su parte íntegra ―afirmó Bernie con un tono que denotaba cierta soberbia.

A Thomas no le gustó aquella respuesta.

―¿A costa de quién? ¿De lord Hastings? ―interpeló con acidez.

―No, señor Croft ―negó Bernie, entrelazando sus dedos. Thomas no pudo evitar mirar el muñón de su dedo amputado. Sin embargo, también notó que los otros dedos también tenían unas profundas cicatrices. Pudo haber sido peor. ¿Cuándo habría sucedido aquel accidente? Imaginó el sufrimiento de Bernie. La miró a los ojos, ella sabía que él se había distraído―. Supongo que lo ha notado, pero yo ya no estoy en edad para casarme, por lo tanto, ya no necesito una dote para aportar a un matrimonio que jamás sucederá. ―Se encogió de hombros, indolente. No obstante, Thomas pudo ver más allá de ese gesto, había amargura―. Y como necesitaba dinero para mi vejez, hace unos años invertí el dinero que me dejó mi padre para mi dote. Ahora está dando buenos dividendos en la «Leeds and Selby Railway».

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