El destino de las estrellas binarias.

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Senku observaba con atención el rostro de Gen, mientras, el pelinegro jugaba con su hijo.

Gen se notaba diferente, pero lo hablaría con él en su momento, no frente al niño.

El pequeño Yoru ya era un fuerte niño de cinco meses, y un detalle que Senku amaba era que su bebé tenía una pequeña peca debajo de su ojo derecho, como él, pero en vez de ser sólo una manchita un poco oscura, era un puntito brillante, como si una de las estrellas en sus ojitos se hubiera escapado y se hubiera posado allí.

— Cuando estuve arriba conocí a los míos — le dijo Gen, cierto día luego de su llegada—. Algunos son muy diferentes, no pueden venir a la Tierra porque destacarían demasiado, no quieren levantar sospechas... Algunos tienen pecas de estrellas, son muy bonitas... Hay quienes parecen que les tiraron un balde de purpurina encima.

>> Es común que nazcan con mechones de pelo plateado... Es diferente al gris que está de moda, estos brillan, como si estuvieran hechos de estrellas... Y las canas también son así.

— Están muy unidos a las estrellas— dijo Senku con una sonrisa.

— Las estrellas son nuestras madres, venimos de ellas— dijo Gen, con una sonrisa—. Eso creen... Lo creen tanto como los humanos en sus religiones.

Senku asintió, pasó su mirada de su amado a su bebé, y estiró sus brazos, pidiendo cargarlo, Gen se lo dió sin dudar.

El peliblanco sostuvo al bebé frente a él, sus manos lo sostenían con firmeza por debajo de sus axilas, los pies del bebé se apoyaban sobre su regazo.

— Estás muy grande, Yoru-chan— el bebé habló incoherencias que lo hicieron sonreír, Senku atrajo a su hijo contra sí, acomodando la cabeza del niño en su hombro mientras lo rodeaba con los brazos—. Te pareces mucho a Gen, hijo... Ahora tengo dos bebés, me los voy a confundir.

Gen rodó los ojos por ese comentario tan bobo.

— Lo amo, Gen— murmuró el menor, pequeñas lágrimas se alojaban en sus ojos.

El pelinegro se acercó a él rápidamente, tomó su rostro y limpió las lágrimas de los bordes de sus ojos, Senku tomó su mano, dejándola reposar en su mejilla, la acarició con su dedo pulgar y le sonrió.

— Te amo también, te amo tanto, Gen.

Notó las estrellas de sus ojos temblar un segundo, antes de que el rubor subiera a las mejillas del pelinegro y juntáramos sus labios con los de Senku en un beso lento.

En ese momento estaban tranquilos, estaban sólos y la lluvia afuera alejaba a las visitas, pero el primer mes luego de su aparición había sido una completa locura.

Ya no eran solo familiares y amigos los que venían a visitar a Gen, casi todo el pueblo había tocado la puerta para al menos darle felicitaciones, buenos deseos, y una gran bienvenida, casi siempre lo acompañaban con comida casera, aunque Gen se había negado a aceptarla al principio, Senku la tomaba por él y también era el encargado de devorarla.

Hasta los ancianos que una vez se encontraron en el parque vinieron, aunque fueron un par de señoras que pidieron que lo acompañará al asilo para saludar a los demás, cosa que habían hecho y Gen había terminado marcado en pintalabios de nuevo, para que Senku dijera que otra vez, lo estaba engañando, para risa de aquellos adorables abuelitos.

No era nada para sorprenderse, todos lo amaban, pero estaban agotados de tanta gente, así que los tres se refugiaban en su casa.

En las últimas semanas, ya había pasado todo el auge de la noticia del regreso de Gen, aunque a ellos no les gustaba mucho la idea de ir al centro por un paseo o salir de la comodidad de su dulce hogar para cualquier cosa que no fuera extremadamente importante, ya que atrapaban mucho las vistas de los curiosos, llamaban la atención con Yoru en brazos y la gente saludaba a Gen todo el tiempo, Senku lo encontraba algo molesto.

Pasaban mucho tiempo junto, recuperando el año que habían perdido, y no sólo en su sentido más íntimo, recuperaban el tiempo perdido con muchos mimos, principalmente, pero también hablaban mucho de su hospedaje en el espacio.

La estrella que Senku veía era su nave, que se había instalado cerca de la Tierra todo ese tiempo.

En su interior, corroboraban el estado del bebé desde que era casi concebido, con apenas unos días y aún en una formación muy básica, lo controlaban con sumo cuidado, y eso habían echo durante todo el embarazo.

Por los tres meses posteriores al nacimiento, esperaban a que la salud del bebé se mostrará fuerte, completamente lista para ir a la Tierra, o de no ser así, se quedaría con ellos para regresar a su propio planeta.

La idea era triste, pero no podían enviar a un niño que no sabrían con certeza si sobreviviría.

No era el caso deYoru, él era un niño fuerte.

Al igual que su padre, o madre en realidad, como habían arreglado años atrás, su amado Gen.

— Senku, ya sé por qué te veo brillar— comentó Gen un día, sonrió al recordar la razón.

Los tres estaban en el patio, el pequeño Yoru estaba acomodado en el regazo de Senku, ambos miraron al pelinegro, esperando la respuesta.

— Sabes esto que dicen los humanos... De que cuando encuentras a la persona indicada se detiene el mundo, o creen ver corazones o escuchar campanas.

Senku asintió para que siguiera hablando, él no creía mucho en esas ideas del tipo "amor a primera vista".

— Nosotros lo tenemos más claro... Vemos brillar a esa persona que nos acompañará en el amor— dijo, sus mejillas estaban teñidas de vergüenza—. Le decimos "encontrar a nuestra estrella binaria".

— ¿Estrella binaria? — Senku alzó las cejas, con una sonrisa.

Se sentía un idiota por nunca pensar en las estrellas binarias como una metáfora para ellos.

Las estrellas binarias son un raro fenómeno de los infinitos que ocurren en el espacio, dos estrellas, parejas, que orbitan una alrededor de la otra, en un perfecto equilibrio, girando en círculos una frente a la otra.

Las estrellas binarias son compañeras de la infinidad.

— Si fueras como yo... Un Hijo de las Estrellas, también me verías brillar— dijo Gen.

— Gen, para mí brillas aunque no comparta nada de tu raza— dijo—. Brillas tanto que podría ver en la oscuridad si voy a tu lado.

Gen rió.

— Ven, amor— Senku extendió un brazo hacia él, el pelinegro se acurrucó a su lado, el mayor pasó su brazo sobre sus hombros—. Mi dulce estrella... Nuestro destino era estar juntos, desde un principio, desde que éramos niños... ¿Verdad?

Gen asintió.

— Desde antes inclusive— dijo—. Somos estrellas binarias por toda la eternidad, desde el comienzo de los tiempos.

A Senku le comenzó a doler el rostro por sonreír.

— Amor, deja de llorar— dijo Gen.

Miró a Yoru en sus brazos, Gen frente a él, los tres calentitos en la sala, protegidos de la lluvia del exterior.

— ¿Ves? Ya me hiciste llorar también— Gen limpió sus ojos, rió con pena.

— Lo siento, cariño— se disculpó el menor, corrió las lágrimas de sus mejillas sin mucho cuidado.

Compartieron una mirada antes de que Gen se acercara a él para unir sus labios.

Fusionados en aquel beso, sentías todos los planetas, las estrellas y hasta las galaxias alinearse, todo estaba en el lugar correcto, como debería ser.

El astronauta perdido nunca se sentía sólo si estaba con su universo, y ahora, aún menos, porque había una pequeña estrella que los acompañaba a ambos.





solo falta el epilogo

Sweet Star  [Sengen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora