El que llama a la puerta

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Pasaba la media noche, tal vez las dos o tres de la madrugada, y tan cerca de la reserva de Arrollo Moreno, las calles permanecían vacías y silenciosas.

Había vuelto de una reunión y llevaba al menos un par de horas en cama; mi gato dormía junto a mis pies y mi perra, que por su condición epiléptica permanecía dentro del departamento, dormía cerca de la cabecera.

Justamente esta condición, la de la conducta errática y nerviosa de mi perra, su deambular por el cuarto con sus garras tintineando el suelo, así como el sopor profundo que antecede al sueño, fue que, como Edgar, dudé haber escuchado los primeros tres golpes en mi puerta.

Permanecí en silencio unos segundos con mis ojos clavados en el techo; el visitante intensificó su llamado: tres golpes claros sobre la puerta.

Me levanté de un salto, pero en silencio, y caminé sobre puntillas la breve distancia de mi cama a la puerta y, acercando mi oído, hablé.

- ¿Quién es? -Pregunte extrañado

Una voz un poco más grave que la mía y vagamente familiar contestó al otro lado

- ¿Qué pasa contigo? – y añadió en tono amenazador - ¡Abre la puerta! 

- ¿De qué hablas?, ¿Quién eres? - Repliqué

- ¡Abre la puerta! 

- ¿Para qué?, ¿Quién eres?

Hubo un silencio; continuó:

- ¡Sé quién eres y lo que estas haciendo y quiero que me dejes en paz!

- ¿De qué me hablas?, ¿Qué te estoy haciendo?

- ¡Abre la puerta! - Insistió

Tomando valor y arreciando un poco la voz, contesté:

- ¡No voy a abrir la puerta; no sé quién eres o que quieras y no te estoy haciendo nada!

- ¿Vas a detener esto de una vez? - Preguntó en un tono coloquial.

No respondí

- Soy una persona de dialogo, y me gusta estar en paz, pero se quién eres, y lo que estás haciendo, así que deja de hacerlo o vas a tener muchos problemas.

Y fueron estas sus palabras de despedida.

Apenas sus pasos dejaban el eco, me abalancé al patio y miré por la puerta de cristal que conecta este con el pasillo, pero el esmerilado de sus cristales no me dejó ver más que una figura difusa que se perdió en el recodo de las escaleras. 

Después de poco dormir y entresueños caóticos, bajé las escaleras por la mañana y me monté en mi motocicleta; poco antes de arrancar, observé en el espejo retrovisor como alguien, desde el departamento del fondo, me miraba levantando discretamente la cortina; era muy de mañana y no había iluminación suficiente como para precisar su rostro.

Los días continuaron dentro de la rutina del puerto; el desempleo y la precaria realidad económica derivada de la inestabilidad política global habían dejado el edificio casi vacío, y aunque pregunté a un par de desconocidos, nadie atinó decir con certeza quién habitaba el departamento del fondo.

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⏰ Última actualización: Mar 03, 2021 ⏰

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