Parte sin título 1

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          Cuando era chico tenía un velero. No de esos enormes que vemos atracados en Puerto Madero. El mío era más bien pequeño, de color blanco a rayas. Pero era lo suficientemente espacioso para guardar todos mis sueños. En el podía vivir las aventuras más extraordinarias y peligrosas. Orgulloso e invencible, lo capitaneaba desde lo más alto. Ninguna tormenta ni marea, por traicionera que sea, podía derribarlo.

   Lo armamos en una tarde con Marcelo, mi amigo imaginario de la infancia, el más leal de los compañeros. En mi casa no querían que juegue con el, temían que me lleve por el camino de la inocente picardía. Pero no me importaba y me escapaba a cualquier hora para verlo. El me hacía sentir un niño como los demás: libre e irresponsable. Extraño aquellos tiempos donde era tan fácil mudarme a los rincones de la alegría y salirme de las aburridas obligaciones.

   El nacimiento del velero fue un gran acontecimiento. Multitudes de juguetes fueron al bautismo. Incluso Ben, mi maloliente y hambriento perro, estaba allí. 

   Apenas vimos a la máquina, tan rebelde y altanera, enfrentar a la marea, la nombramos Mafalda.

   Todavía está tallado en mi memoria el momento en que con Marcelo despedíamos a nuestro velero. Agitando los pañuelos por el aire, y con una enorme sonrisa, lo veíamos escaparse luchando contra el inmenso río que nacía de la manguera del patio, hasta perderse  por el desagüe en busca de una gloriosa aventura .

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⏰ Última actualización: Jun 02, 2021 ⏰

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