"¿Como puedes seguir aquí después de todo este desastre?"
Me preguntó entre sollozos, mientras se encontraba sentada frente al mar. Esta era su playa favorita, le encantaba ver el atardecer desde aquí.
Así fue como pude encontrarla.
Ahí estaba, contemplando el mar tempestuoso, mientras la lluvia caía sin cesar.
-Te vas a enfermar, ven. Vamos al auto. -Le dije, tan calmado como pude. No era la primera vez que se escapaba así. Pero esperaba de todo corazón que fuera la última.
-Respondeme. -Ordenó. Podía sentir la miríada de emociones en su voz.
-Cristina... -Te lo diré en el auto. Sólo sal de la lluvia, no quiero que te enfermes. -Supliqué.
No se inmutó. Simplemente volteó el rostro para seguir viendo aquel mar que rugía en conflicto.
Suspiré pesadamente y caminé hacia ella. La lluvia fría empapaba cada centímetro de mi ser.
Me senté junto a ella, a unos pocos centímetros de distancia.
-¿Mal día? - Pregunté.
Ella solo asintió.
-¿Quieres hablar de eso? -Pregunté.
Aunque ya sabía la respuesta. Silencio. Los únicos sonidos que se escuchaban era el de las olas chocando y la lluvia golpeando la arena.
Esto se había vuelto una especie de juego entre nosotros. Siempre que ella tenía un muy mal día, correría a esconderse en algún lado, apagaría su teléfono, no le diría a nadie.
Siempre me las he arreglado para encontrarla.
Pero, temo el día en que no logre hacerlo.
Simplemente nos quedamos ahí, mirando las olas.
-Eres preciosa. -Volteé a mirarla. -Para mí eres una de las personas más amorosas, trabajadoras, y brillantes que conozco.
Ella aún no me miraba. Pero sabía lo que iba a decir después.
-Soy un desastre. -Dijimos al unísono.
Al fin volteó a verme, sorprendida.
Sus rubios y humedos cabellos estaban pegados a su rostro, sus oojoestaban hinchados de tanto llorar, su nariz estaba enrojecida.
Y yo no podía evitar encontrarla hermosa. Sí, ambos éramos un desastre.
- Tienes el alma más hermosa que he visto, no temes dar todo de tí en todo lo que haces, aunque eso pueda lastimarte. - Trato de no dejar que el ardor en mi pecho afecte mis pensamientos. - Me preguntaste como es que me sigo quedando, después de tanto.
En este punto me miraba fijamente, aquellos preciosos orbes de color azabache miraban directamente hacia mí.
-Tienes un corazón tan grande, que no solo puedes dar mucho felicidad, sino que también puedes albergar mucha tristeza. Tienes mucho amor para dar a los demás, pero creo que también eres muy dura contigo. -Continué. -Dios que cursi suena esto.
Ella se rió un poco, y yo pude sentir como un peso se levantaba de mis hombros.
-A dónde quiero llegar es... Que hay un lado de tí, tu lado vulnerable que temes mostrar, y por eso corre. Pero, cuando ríes, cuando lloras, cuando grita y te enojas, todo eso eres tú. Y eso está bien. -Yo también sonreí, relajándome un poco. -No tienes que correr. Aunque bueno, no me molesta buscarte.
-Aun no me explicas por qué te sigues quedando. -Replicó.
Era una pregunta que sobre la que yo había estado pensando largo y tendido cada vez que salía a buscarla.
Volviendo a ver al mar.
Las aguas se habían calmado, pero la lluvia seguía cayendo.
-Me quedo porque sé que a pesar de todo este desastre, de toda esta tormenta que tienes adentro. Vas a volver a sonreír, como el sol que brilla después de la tormenta. - Sonrío, mientras volteo a ver el horizonte. La lluvia está deteniéndose de a poco, y las nubes empiezan a despejarse. - Y va a ser una sonrisa preciosa, y yo quiero ser el primero en verla.Y... Me gustaría decir que la lluvia cesó y el cielo se abrió, mostrando un hermoso atardecer, pero, bueno. Esto no es un cuento de hadas. De hecho empezó a llover más fuerte.
-Habría sido increíblemente bueno si todo se hubiera despejado cuando dije eso. - Pude sentir como estaba conteniendo su risa.
Pude sentir como recostaba su cabeza en mi hombro.
-Gracias. -Dijo, en un suspiro inaudible.
-Cuando quieras. -Yo también Suspiré, aunque estaba feliz de que la tormenta más importante había pasado. -Ahora levántate, en serio. Vamos a enfermarnos.
-¿Podemos quedarnos un poco más? -Me suplicó, con aquellos ojos saltones.
-Tengo galletas de chocolate en el auto, recién compradas. Dejé la calefacción encendida, así que deben seguir calientes.
Cabe destacar que a mitad de oración ya estaba de pie y caminando hacia el auto.
Mientras íbamos de regreso al fin la lluvia había parado, y ella comía una a una las galletas mientras miraba el atardecer.
No sé si ella se daba cuenta, pero entre cada bocado, así, empapada de pies a cabeza, después de lo que probablemente fue un desastre de día.
Sonreía. Y no pude evitar el reafirmarme.
Sí, por esa sonrisa vale quedarme.