En la tormenta

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- ¿Has terminado con los evaporadores de humedad?


La entusiasta respuesta no se hizo esperar.


- ¡Si!


Rey se giró un instante con una cálida sonrisa en el rostro. Encontró a la niña en el mismo sitio donde había estado en la última hora, quieta y estirada, los pies juntos y las pequeñas manos agarradas a la espalda, lista para recibir más instrucciones. Los enormes ojos sin pupila y completamente azules brillaban alegres, con una inocencia que era casi imposible de encontrar en un sistema como Tatooine.


- Dame un segundo. Solo queda este – comentó antes de volverse de nuevo para dar los últimos apretones a la piqueta con la llave sónica. Su punta desplegable de plastiacero debería haberse extendido hasta encontrar el estrato rocoso bajo la arena y fijarse a él. Debería, o la lona con la que Rey había cubierto el aerodeslizador y que intentaba con tanto ahínco fijar no aguantaría el envite de la tormenta.


- ¡Elpi'da! - la niña soltó un gruñido ante el grito de su madre, Rey casi se podía imaginar su rostro gris tiñéndose de verde por la vergüenza, las gruesas escamas alineadas sobre su cabeza ligeramente erizadas. Unos suaves pasos indicaron a Rey que la madre de la pequeña nikta se había acercado hasta ellas – Elpi'da, no molestes a la Maestra, entra en casa y comprueba las ventanas.


La llave se escurrió del cabezal de plastiacero con un chasquido.


- ¿Estás bien? - preguntó la recién llegada alarmada.


- Si, si. Esto ya está – respondió con voz ahogada, carraspeando levemente mientras comprobaba con unas palmaditas que la lona estaba lo suficientemente tensa, fingiendo más para ella que para la mujer que solo había parado porque había terminado el trabajo, no porque la palabra "Maestra" la hubiese sobresaltado tanto que la boca de la llave se había salido de la piqueta.


Por supuesto, no era la primera vez que alguien la llamaba así. Desde el final de la guerra muchos lo habían hecho, llenando el vacío que de alguna forma había dejado Luke Skywalker, e incluso Leia Organa. El de alguien que supiera de la Fuerza y sus secretos. El de leyenda. Y ella lo había aceptado obediente, sin ninguna réplica, casi agradecida. Al fin y al cabo, nadie cuestionaría a una leyenda por querer estar sola. Ni siquiera Finn lo había hecho. Ni siquiera él. Como si... como si ella le diera miedo.


Una repentina ráfaga de aire la sacó de sus pensamientos. En las últimas horas, el viento había empezado a levantarse cada vez con más intensidad, un azote continuo y muy molesto. No podían quedar más que unas pocas horas.

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