Antes, todo era controlado. Distrito por Distrito, casa por casa, persona por persona. Antes todo era pobreza, tristeza y nadie vivía a su gusto. ¿Y ahora? ¿Dónde me encuentro? ¿Se termino la guerra?
Mi cabeza tiene tubos inyectados que terminan en una maquina. El pitido que da señal de vida me aturde. No sé ni qué hora es. Todo comienza de vuelta. Pienso... Will, Rye, Peeta. Mi querido y valiente Peeta. Se me acelera la respiración, me ahogo en cristales rotos que cortan mis muñecas y cuello. No logro sentir dolor, solo siento espasmos. Grito.
Arranco todos los tubos de mi cabeza y cuando los saco acompañados de llantos desgarradores, me doy cuenta que en el extremo de cada uno, hay una pequeña aguja. Toco mi cabeza con los dedos y cuando los saco, solo sangre. Fría y oscura sangre. Tiro de los sueros de mis antebrazos, cuando comienza a salir la sangre. Gritos y llantos, mientras las lagrimas caen y yo caigo al suelo con ellas. El golpe en mis rodillas llega hasta mis pies. Mi rostro sobre el suelo frio me hace estremecer. La habitación es solo cuatro paredes blancas, con una camilla en el centro llena de aparatos. No localizo la puerta, hasta que veo una pequeña cerradura color plata en la pared. No hay ningún picaporte por donde abrir la puerta, entonces me arrastro con todas mis fuerzas hacia allí y cuando llego miro por el agujero. Veo un pasillo largo, en el que en las paredes hay siluetas de gente que no llego a conocer. Sigo mirando y al final del pasillo veo una imagen en la blanca pared.
El símbolo del capitolio. Me capturaron.
