Capítulo XIV

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Observé la pantalla del móvil que iluminaba mi rostro, decepcionada.

Había pensado que, de tantos mensajes que le envié a Hunter Garritsen, se dignaría en responder alguno de ellos; o a contestar el par de llamabas que le hice luego de que Mitchell saliera de mi habitación.

Dejé el teléfono en la mesa de centro, levantándome del sofá y encaminándome a la puerta para salir de la habitación e ir a comer algo. Aunque no tuviera hambre, necesitaba probar algo que me levantara el ánimo.

Sabía que  estaba decepcionada; el sentimiento era fuerte y amargo. Me estaba sucediendo algo que no podía decifrar. Eran una punzadas que me atacaban el pecho cada vez que Hunter se me aparecía por la cabeza; era tan fuera que me costaba olvidarme de su existencia por más de veinte segundos.

Y no era amor, ¿vale?

No podía enamorarme...ni de él, ni de nadie.

Bajé las escaleras escuchando las voces de Mitchell e Iris; seguramente esos dos estaban reanudando una de las tantas peleas que tenían por no ponerse de acuerdo con algo. Al llegar a la estancia, oí el grito de Yana. Sí, ella, al igual que los demás, estaba harta de ver como la parejita discutía por cualquier tontería.

Entré en la sala, y no pude contener la carcajada cuando la escena en medio de la sala era lo bastante graciosa como para hacerme sonreír; Mitchell, que tenía el rostro sonrojado, intentaba apartar a Iris de encima suyo, mientras esta, con una mano le tomaba el cuello (esperaba a que no lo estuviera ahorcando) y con la otra, intentaba coger el mando del televisor que Mitchell tenía a una distancia de su cabeza; ambos estaban en el suelo.

Sindy no dejaba de reír, Apple y Klark no dejaban de besarse, y Yana no dejaba de gritar que los revoltosos pararan.

—¡Dámelo! —exigió Iris, apretando el cuello de la camiseta del castaño.

—¡No! —fue la contestación de Mitchell.

—¡Qué me lo des, joder!

—¡Qué no te lo daré, joder!

—¡PAREN YA, LOS DOS, MALDITA SEA!

Di un pequeño salto cuando el grito se oyó en toda la habitación. Perjuraba que, si mi amiga no se había desgarrado las cuerdas vocales, estás poseerían la resistencia más impresionante de todas. Aquel grito ensordecedor detuvo las carcajadas de los que estaban sentados en el sofá, detuvieron el forcejeo de Iris, y le devolveron la tonalidad al rostro de Mitchell. Todos estábamos igual de sorprendidos porque Yana (la que era un poco pacífica), parecía hija de Satán; había adoptado el color rojo que antes tenía el capitán de fútbol, y tenía aquellas manos que no habían herido a nadie, apretadas y cerca del rostro de Mitchell.

—¡Estoy harta, joder! ¡HARTA! —le arrebató el mando a Mitchell, y los apuntó—. ¡Siempre es lo mismo! ¡Pelean! ¡Se contentan! ¡Discuten! ¡Y se vuelven a contentar! ¡¿QUÉ MIERDA?! —estaba segura que cualquier vecino llamaría a la policía si Yana no dejaba de gritar—. ¡Ustedes dos, par de inmaduros, se levantaran del maldito piso y se largarán de aquí a resolver sus jodidos problemas en otro lado!

—Pero si estoy en mi casa.

Mitchell se hizo pequeñito debajo de Iris con aquella mirada aterradora que le echó Yana.

—¡Me vale mierda que sea tu casa, gilipollas! —espetó—. ¡Me cago en el rostro de James si los dos no salen de aquí en menos de diez segundos!

Ambos se levantaron del suelo, tan asustados que no se atrevían a contradecir la orden de Yana. Mitchell se arregló el cabello, y con las manos temblorosas, cogió las de Iris y salió de la sala, no sin antes, sacarle la lengua a Yana y marchar con todo el miedo del mundo.

HUNTERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora