Uno

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Estas páginas relatan una historia verosímil que, sin embargo, nunca podría suceder en la realidad. Narran, de hecho, la historia de dos personajes que se encuentran por obra del destino y varias veces más, aunque cada una de ellas es la única, y la primera, y la última. Pueden hacerlo porque habitan un tiempo anómalo que inútilmente buscaríamos en la experiencia cotidiana. Lo establecen las narraciones, de tanto en tanto, y éste es uno de sus privilegios.

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Miró una vez más la brújula atenazada entre sus dedos, siendo levemente iluminada por la luna que se alzaba sobre su cabeza y reflejando la cobertura de oro, las piedras preciosas y la larga cadena de plata que rodeaba su cuello.

Su espalda estaba apoyada en la pared de ladrillos detrás suyo y sentía la transpiración en su nuca, casi recorriendo con gotas el largo de su espalda. Trató de acompasar su respiración y volvió a guardar la brújula, poniéndola debajo del cuello de su camisa sucia y maltratada cuando comprobó la dirección a la que apuntaba.

Era un bar. O eso creía.

Veía con sus ojos esmeralda una casa de madera y ladrillos, con un cartel sucio sujetado por cadenas y con ventanas reflejando la luz de antorchas, gritos malditamente fuertes y personas fuera sujetando botellas daban la clara imagen del tipo de negocio del que se trataba.

Dio una última mirada hacia atrás, con la paranoia carcomiendo su pecho y caminó hacia la puerta como si fuera su sentencia de muerte.

Cuadró sus hombros y alzó levemente la cabeza cuando pasó por el lado de los hombres que estaban apoyados en la fachada del bar, casi tan borrachos como para no dar dos pasos.

Harry los miró de reojo, cuando sus ojos cayeron sobre uno de los tatuajes que sobresalía de la clavícula de uno de ellos, era un timón cruzado con espadas.

Uno tenía una panza que estiraba su camisa sucia mientras que sus piernas regordetas vestían pantalones negros junto con botas del mismo color y, claro, una pañoleta rodeando su cabeza.

Su mano se quedó quieta en el pomo de la puerta entre sus dedos y se los quedó mirando un corto tiempo, antes de darse cuenta que, sí, definitivamente esa era la suerte con la que había nacido.

Porque solo él estaba a punto de meterse en un bar de piratas. Su más grande deseo suponía medidas desesperadas.

Abrió la puerta con la imagen del tatuaje clavada detrás de sus ojos, entrando directamente a su infierno y percibiendo el fuerte olor a alcohol y sudor.

En ese ambiente no se sentía tan mal vestido, con su camisa de lino rota, sus pantalones con agujeros en las rodillas y sus botas manchadas de barro, incluso se podría confundir con ellos. Su cabello castaño rizado y largo, enredado con polvo y sus labios secos parecían concordar con la apariencia de todos, igual que el mal olor que traía encima, incluso las pocas argollas a lo largo de sus dos orejas coincidían.

Excepto que había una gran diferencia entre ellos.

Palpó sus bolsillos para asegurarse que todo estaba en su lugar, el metal caliente de la brújula en su pecho y la daga en la manga de su camisa hicieron que se sintiera más seguro de sí mismo.

Las mesas de madera en los costados del bar estaban repletas de hombres, con sus botellas de ron encima de éstas riéndose a carcajadas sueltas y con mujeres apretadas a su lado. El resplandeciente oro de los dientes de algunos lo inquietaban un poco.

Se sentó frente a la barra con un suspiro cansado, sintiendo sus pies quemar.

Su corazón todavía parecía querer salirse de su pecho por la gigante carrera que había hecho y su garganta estaba más seca de lo común, le picaba. Miró a su alrededor un poco inquieto, sus ojos cayendo en la puerta robusta y de madera del bar, esperando a que entraran en cualquier momento.

The Weight of The Water (l.s)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora