Hacía frío. Tenía hambre y mi saliva rodaba lento por mi mejilla. Mis lágrimas empapaban mi sien y mi pecho casi no latía.
Mi mano izquierda trataba de levantarme del suelo mojado. No tenía la fuerza necesaria para apartarme siquiera un poco. Me hundía más y más... Había miseria en mi pecho abierto.
La puerta se abrió lentamente dejando entrar la luz blanca que irradian tus ojos y con tus dedos me levantaste del frío dolor. Me secaste la piel y besaste mi boca como si nada, como si todo.
Supiste explicar sin palabras que está el que quiere, supiste hacerme tuyo incluso cuando yo no pude hacerme mío.