Una parte de mí en ti

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Ven acá bonita... acerquémonos a la ventana para que veas las estrellas.

(...)

Por favor... Llévame contigo en tu interior.

...Llévame en tu espíritu... Llévame en tu alma.

...Mi sangre es tu sangre... Y tal vez, mi pena... será tu pena.

Te llevas parte de mi coraje... ese que tanto tuve que sacar a flote antes de cada batalla.

Te llevas parte de mi miedo... Porque sin miedo, no podrás ser valiente; el miedo a perderlo todo, el miedo a no hacer lo correcto, el miedo al fracaso.

El miedo que hoy siento... de perder lo que tanto amo.

(Lágrimas caen por las mejillas de Kagome, mientras acaricia el rostro de su bebé)

No tienes mi fuerza física, porque eres mil veces mejor que yo, hija. Serás mucho más fuerte, porque no sólo llevas mi sangre, también llevas la de tu padre. En tus venas heredaste un poder inmenso, sé que está ahí...

Así que... Hazte fuerte, Moroha... Que los monstruos no te venzan jamás.

(La voz le tiembla)

Confía en tí... como yo tuve que confiar en mí. Sólo eso te hará avanzar; sólo la fe en tí misma te hará superar los obstáculos, cariño.

No sé si te vuelva a ver... Pero... Sé... sé que no debo tener miedo... Así que... No lo tengas tú.

(Dijo lo último en un hilo de voz, no muy convencida de ello. Sus palabras se ahogaban por el sollozar de su angustia)

-Kagome... -la nombró su esposo con el corazón acongojado después de haber escuchado desde la entrada de la choza, todo lo que decía su mujer. ¡Demonios! Lo que oyó le dolió y repercutió en cada fibra de su ser.

-Inu... Inuyasha, estabas aquí... no te oí llegar.

La bebé emite quejidos mientras mira el rostro de su madre, iluminado por la luna y la tenue luz de las velas dentro de la pequeña choza. Inuyasha se sienta junto a su mujer y pone una mano en la cabeza de su hija para acariciarla. Su semblante es serio y sus ojos tiemblan al ver la mirada de su pequeña e inocente bebé.

-Lo siento... Llegué hace un buen rato... Estaba escuchando lo que le decías a Moroha y no quise interrumpir.

Kagome negó con la cabeza, las lágrimas se desbordaron por sus mejillas y sollozó.

-Perdóname por mi debilidad, Inuyasha. No quiero preocuparte.

-¿Tu debilidad?

¿Por qué dice que es débil?

-Sí... Yo quisiera mantenerme siempre tan firme y fuerte... como tú. Pero en estos momentos... Sólo deseo llorar, perdóname Inuyasha.

El desborde en los lagrimales de Kagome fue inminente; la pena abundaba en sus ojos e invadía su corazón y soltó un llanto desgarrador.

Infiernos... ¿Cómo me pide perdón por eso?, se preguntaba el Hanyo con el corazón partido.

-No seas tonta, Kagome... -habló en un tono suave y angustiado por su mujer, le dolía verla mal- Tú no eres débil, jamás lo has sido. Esas lágrimas no son de debilidad...

-Yo... le dije eso a Moroha porque quiero que se lleve una parte de mí, Inuyasha... Sé que sólo es una bebé, pero... Intento transmitirle el coraje que alguna vez tuve, la fuerza que sentía poseer, y en especial, quiero que en su mente mi voz se grabe... no quiero que Moroha me olvide. Por eso desde que nació y que ya sabíamos que esto podía pasar... le canto cada noche antes de dormir.

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