Resiliencia

106 16 3
                                        

La furia y el dolor hicieron mezcla en la muchacha de cabellos dorados y el poder infernal que la albergaba se desató... arrasó con medio bosque, mientras corría con toda su fuerza y se detenía sólo para lanzar su poder de hierbas y hojas cortantes contra lo que se cruzara por su camino, el mismo poder que le enseñó su maestra, Ayame. Aunque no superba en velocidad y destreza a ésta; la muchacha era bastante fuerte. Y cuando sentía que las situaciones la superaban... su temperamento bestial afloraba desde sus entrañas descontroladamente.

—¡Ayame, déjala! —le gritó el lobo, mientras corría a la par de la pelirroja. Intentaba desesperadamente hacer entrar en razón a su mujer.

—¡No, Koga! ¿No ves que está mal?... A este paso terminará lastimándose a sí misma, no es la primera vez que tiene este tipo de crisis y sé cómo termina esto. La última vez casi muere... No permitiré eso ahora.

—¡Ayame, sólo vas a empeorar las cosas! ¡Por favor, detente o te voy a detener!... Deja que libere su ira, luego podremos intentar darle consuelo.

—Es que no entiendes, Koga. Saiko necesita apoyo, no consuelo. Yo soy su maestra, no la dejaré sola en esto ¡Y no se te ocurra detenerme!

—Demonios, Ayame... ¡Estás embarazada, ella está fuera de sí y puede lastimarte! ¡No te expongas!

—¡Cariño! Si no vas a cooperar... regresa a la guarida —le exigió la pelirroja sin detener la veloz carrera— Puedo sola con esto, estaré bien.

—¡¿Estás loca?! No te voy a dejar sola ¡Demonios, qué obstinada eres!

—Entonces mantén tu distancia y no te metas en esto.

—¡Por todos los infiernos, no puedo contigo, Ayame!

La muchacha que gritaba cual bestia furiosa, detuvo su carrera en el borde de un acantilado, apretó sus puños y cayó de rodillas al suelo golpeando con el borde de sus manos el mismo; gritando y llorando descargó su rabia y su dolor. Ayame y Koga se detuvieron en el acto, quedando a una prudente distancia de la joven lobuna.

—¡¿Por qué?! —se preguntó la muchacha en un grito que resonó en ecos a su alrededor— ¿Por qué tenía que pasar esto?... —preguntó ahora con la voz temblorosa— Esto... ¡Esto es mi culpa! —gritó fuera de sí errando en su respirar.

Ayame comenzó a caminar lentamente hacia ella, pero Koga la detuvo agarrándola del brazo.

—Ayame, por favor... —susurró— No vayas —Los ojos suplicantes del lobo enternecieron a la pelirroja, quien en seguida se volteó para acariciar el rostro de su amado y darle un pequeño beso en los labios. Y es que ella entendía su preocupación. En seis meses más serían padres y él temía que algo les sucediera a ella y a su bebé. Pues, Koga sabía perfectamente lo peligrosa que podía ser esa muchacha de mirada inocente, pero que cargaba consigo un poder destructor cuando estallaba en ira, impotencia o frustración.

—Amor, estaré bien... ella no va a lastimarme. Si te deja más tranquilo, quédate aquí observando.

—¡Agh!... De acuerdo, pero ten cuidado, por favor.

—Sí, amor...Tranquilo... Te amo.

—Y yo a tí —Koga atrajo el rostro de su mujer y le dio un toponcito en los labios.

—Maestra Ayame... Ya puede venir... ya me calmé —dijo la muchacha con voz seca, consciente de que durante todo el trayecto la pareja de lobos yokai la siguieron. Ayame miró a su esposo, sonrió y le dijo en un susurro—: ¿Ves? Te lo dije —Koga suspiró, pero su preocupación no disminuyó.

Ayame se sentó junto a la joven en el borde del acantilado. No era un sitio muy cómodo, más bien en esa situación el paisaje lucía casi deprimente y si miraban hacia atrás todo lucía peor. Pues estaba todo destruido.

Mujeres hermosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora