Capítulo II: «Hermanos y enemigos»

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En algún lugar de Mystic Falls

Lo obligaron a salir de aquella celda, con unas rudimentarias y pesadas esposas que sujetaban sus manos y lo dirigieron por aquellos pasillos blancos que se asemejaban demasiado a un psiquiátrico. Miró a su derecha e izquierda, observando cómo multitud de ojos lo observaban desde la oscuridad de sus respectivos escondrijos, escudriñándolo, fijándose en él. Y sobre todo, compadeciéndolo y deseando que ninguno de ellos fuera el siguiente, que al menos tuvieran un par de días más antes de que aquella tortura comenzara, o para muchos, que terminara. Pero tarde o temprano les llegaría su turno, eso lo sabían todos, aunque no se atrevieran a asimilarlo. 

Después de atravesar el corredor, llegaron a aquella odiosa sala. Al entrar en ella, la tentadora idea de retorcerle el cuello a aquel asqueroso médico pasó un par de veces por sus pensamientos, pero la desechó. Antes de que consiguiera ponerle una mano encima, los otros dos del pasillo habrían descargado toda su munición de balas de madera sobre su corazón. Y además, Logan no quería que su vida terminara en aquel lugar, sin haber logrado cumplir ningún objetivo de su vida. Tenía un firme propósito: conseguir escaparse. Y lo iba a lograr…

A cualquier precio.

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En la mansión de los Salvatore

—No te lo volveré a repetir, Damon… ¿Qué haces aquí?
—Uh, ¡qué miedo! ¡Mi hermanito Stefan no repite las cosas! —al intentar cruzar el umbral de la puerta, chocó con una fuerza invisible que le empujó hacia atrás —. Anda, llama a Zach y que me invite a pasar.
—No me has contestado. Así que adiós.

Se dispuso a cerrarle la puerta en las narices, pero la mano de su hermano se interpuso, impidiéndolo. Damon le miró a los ojos, sonriendo. 

— ¿Tan extraño es que haya venido para pasar tiempo con mi hermano pequeño? —hizo una pequeña pausa—. En fin. He venido para resolver un par de asuntos, pero te prometo que no pasaré más tiempo del justo y necesario en este pueblucho.

Stefan lo miró con curiosidad, sin pronunciar palabra. Sabía que su hermano iba a quedarse en el pueblo si tenía algo que hacer allí, tanto si lo invitaba a quedarse en la casa, como si no. Así que, resignado, hizo exactamente lo que Damon esperaba. Cerró la puerta, para abrirla un minuto después. Zach estaba allí, acompañado de Stefan, que se situaba a su lado. 

—Puedes entrar.

Y, aunque después lamentaría haberle dado su permiso, Damon entró.

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En casa de Caroline

No había hecho más que vaciar sus libros en la mesa, y encender el ordenador, cuando la puerta de su habitación se abrió, y sus padres entraron en ella. Suspiró. Su padre se aclaró la garganta.

—Caroline. Te acabamos de decir que nos vamos a divorciar.
—Ya lo había oído la primera vez. Tranquilo.

Agarró el ratón y clicó en el navegador, ignorando la presencia de sus padres, que no sabían cómo interpretar esa insólita actuación.

—Carol… —esta vez fue su madre la que tomó la palabra—. Entendemos que estés enfadada, pero queremos que lo comprendas…

Su hija se acomodó en la silla y giró la cabeza repentinamente, mostrando una dulce sonrisa fingida.

—Si lo comprendo. A papá le van los tíos y se ha enrollado con el dueño del Mystic Grill —le dirigió una breve mirada—. Y tú eres una neurótica controladora que se cree que por ser sheriff puede tratar a su hija como una niña pequeña, sin dejarle ni un puto segundo de libertad. ¿Quién no querría unos padres así? ¿Quién?

Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora