No hay dos, sin tres

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Todavía no podía creer lo que había sucedido. Tanto tiempo deseando a Stan, o mejor dicho babeando mentalmente por él, y así como si nada habíamos tenido lo que seguramente había sido el mejor sexo de mi vida, totalmente improvisado. Mientras yo me vestía apurada, temiendo que alguien note nuestra ausencia y se dieran cuenta que habíamos dejado la puerta con traba, él estaba ahí lo más tranquilo, todavía sentado y desnudo. Sólo se había movido para buscar el paquete de cigarrillo que guardaba en sus pantalones, y encendió uno, mirándome descaradamente mientras volvía a ponerme mi vestido.

- ¿Que no piensas vestirte de una vez? –le pregunté, arqueando una ceja ante su sorprendente relajo.

- No hay apuro –Dijo, encogiendo los hombros mientras me mostraba esa sonrisa provocadora suya– Estoy disfrutando el momento, y la vista.

- Ya... Lo mejor será que salgamos separados, para evitar la obviedad de lo que hicimos. Pero si abro la puerta, hay alguien afuera pasando justo, y tú estás así en plan natural, será incómodo.

- Entonces no la abras todavía.

Agh... cuánto relajo, el señor mandón. Claro que yo podía hacer lo que quería, abrir la puerta e irme, no era mi problema si él quería quedarse allí y jugar con fuego. Pero esa actitud de mi parte no era la más relajada y apta para un segundo encuentro apasionado, que él había sugerido ni bien habíamos terminado uno minutos antes. ¿Qué podía ser lo peor, que sus amigos o que Xeno sospechen o se enteren? Éramos dos personas adultas, y ya habíamos hecho lo peor posible, que era "arruinar" las pulcras sábanas de Xeno, y tampoco era como si los ex-universitarios fuesen ajenos a que esas cosas pasaban en las fiestas. Claro que ese era un modesto cumpleaños, una reunión de amigos... pero, aun así, esas cosas pasaban, y nadie iba a señalarnos con el dedo. Tal vez un poco de envidia de parte de algunos presentes, pero no mucho más.

- Ven aquí –me llamó, estirando su mano libre hacia mí.

Me acerqué unos pasos, y él tomó mi mano y tiró de mí hasta hacerme subir a su regazo, sus piernas entre las mías. Pensé que quería seguir "jugando", cuando comenzó a arreglarme el pelo, peinándolo con sus dedos. Sonreí ante ese gesto, y cuando terminó, le pregunté coqueta, bromeando.

- ¿Y cómo luzco?

- Muy bien cogida.

- Ah, eres un encanto –siseé, un poco indignada por la burda frase, y él sonrió orgulloso– Pero sabes, tú te ves igual.

- No lo dudo, así me siento –Depositó un corto beso en mi hombro, y me dedicó una sonrisa felina que me hizo sentir mucho calor en mi bajo abdomen. ¿Cuál era el punto de fusión del interior del cuerpo humano? Porque estaba llegando a una peligrosa temperatura.

Hice lo mismo con él, maravillada de la suavidad de su pelo. Genial, lo que faltaba, Stan incluso tenía el pelo más suave y sedoso que yo. "Un hombre perfecto para llevar, por favor"... y no necesitaba agrandar el combo.

- ¿Fumas? –Preguntó, ofreciéndome su cigarrillo.

- No. Las veces que probé me agradaba medianamente el sabor, pero nunca pude soportar la sequedad de mi garganta, y no dejé de toser. Mejor, me ahorré el vicio y los pulmones negros.

- Eso tiene solución.

Ante mi cara de ingenua curiosidad, le dio una pitada profunda a su cigarrillo, y sopló el humo a un costado. Luego me besó, profundo, como si quisiera dejar el sabor del tabaco en cada rincón de mi boca, esa lengua maldita era demasiado diestra para su propio bien, donde sea que la pusiera. Colgué mis brazos en su cuello, y me empujé contra él mientras le correspondía el beso. Me sorprendía la facilidad con la que él me ponía a cien, sólo bastaba un buen beso para que ya me estuviera trepando a él y queriendo sentir mucho más que su boca. El factor de que además siguiera desnudo, como buen dios griego maravillosamente tallado, no ayudaba para nada.

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