Inuyasha despertó cuando el sol ya traspasaba las cortinas del cuarto de Kagome. Había dormido profundamente toda la noche, y tardó apenas un instante en recordar por qué estaba desnudo en la cama rosada. Estaba acostado de lado, y Kagome dormía con la espalda hacia arriba, su bonito y relajado rostro dirigido hacia él.
El cabello azabache de ella cubría parcialmente la marca que él le había dejado, pero podía sentir su aroma impregnado en todo su cuerpo. La sábana solo le cubría hasta medio muslo, dejando al descubierto gran parte de su figura desnuda, algo que él no podía dejar de admirar.
Se quedó un rato observándola, recorriendo cada detalle con la mirada, hasta que los párpados de Kagome temblaron ligeramente y ella abrió los ojos, somnolienta.
—Buenos días —saludó ella, estirándose un poco antes de acomodarse boca arriba. Su movimiento dejó que Inuyasha la siguiera observando sin pudor. Kagome sentía una agradable incomodidad entre las piernas; ya no era una niña, era toda una mujer, y era la mujer del hombre que amaba. Ese pensamiento la hizo sonreír.
—¿Por qué sonríes? —preguntó él, mientras sus garras comenzaban a dibujar patrones suaves sobre el vientre de Kagome. No podía evitar preguntarse si ella se despertaría arrepentida, temerosa o incluso molesta por lo sucedido.
—Porque estoy feliz —murmuró ella, cerrando los ojos y concentrándose en las caricias ociosas de Inuyasha.
El hanyou sonrió aliviado. Kagome no estaba arrepentida; su aroma era la prueba de ello. No había rastro de tristeza, solo calma y satisfacción. Se inclinó hacia ella y escondió el rostro en su cuello, donde lamió la marca que le había dejado. Simplemente no pudo evitarlo, y, a juzgar por el suave suspiro que escapó de los labios rosados de Kagome, a ella también le gustaba.
—¿Por qué estamos solos? —preguntó él, atrayendo el pequeño cuerpo de Kagome contra el suyo.
—Fue la boda de la prima de mi madre. Creían que estaría en tu época, así que no fui invitada —respondió ella, jugueteando con el collar de Inuyasha antes de darle un beso.
Intentó levantarse, pero no lo logró; los brazos del hanyou la rodearon por la cintura, reteniéndola.
—No te vayas —pidió Inuyasha, besándole la espalda con ternura.
—Vamos a comer algo y te prometo que volvemos aquí —respondió Kagome, riendo.
Inuyasha asintió, conforme con esa promesa. ¿Cómo es que no había hecho esto con ella hace siglos? pensó mientras le daba un último beso en la espalda desnuda antes de dejarla levantarse.
No apartó la mirada mientras Kagome recogía su haori del suelo y se lo colocaba para cubrirse.
—¿Me ves diferente? —preguntó ella, curiosa.
—Hace un momento te veía desnuda y ahora vestida... pero prefiero la primera opción —respondió él con sinceridad.
Kagome se sonrojó, pero no se sintió avergonzada ni pudorosa; no con él.
—Me refiero a no ser virgen.
Inuyasha se levantó y la tomó por la cintura. Podía sentir la marca latente en el cuerpo de Kagome, lo que le daba un impulso casi irresistible para seguir explorándola.
—Diría que debería revisar más a fondo —dijo con una sonrisa traviesa.
Kagome rió.
—Pero tu aroma es diferente.
—¿Sí? —preguntó ella, intrigada.
—Hueles a mí, porque eres mi mujer —respondió él antes de besarla. Adoraba decirlo, repetirlo, saberlo. Kagome era su compañera, suya y de nadie más.
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Te amo Inuyasha
RomanceInuyasha esta irritable y molesto. Kagome no entiende el porque hasta que se encuentra con Myoga y le explica una parte del instinto de los Inu Youkai: Deben tomar una compañera. Smuff y limones.