Capítulo IV

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Kagome dormía plácidamente, con el fuerte brazo de Inuyasha bajo su camiseta de pijama, abrazándola con firmeza por la cintura. Su respiración era tranquila, acompasada con la del hanyou, quien también dormía profundamente. El pequeño cuerpo de Kagome descansaba contra el suyo, su calor impregnaba cada fibra de su piel, y sus bonitas piernas, apenas cubiertas, se entrelazaban con las suyas de manera instintiva.

Eran completamente ajenos a los cinco pares de ojos que los observaban desde la entrada de la habitación.

—Las actividades pueden ser agotadoras —insinuó Miroku con una sonrisa ladina, aunque claramente su comentario no tenía nada que ver con exterminar monstruos.

—Debemos despertarlos o se nos hará tarde —murmuró Sango, sin parecer muy entusiasmada con la idea de ser ella quien lo hiciera.

—Despertemos a Kagome, ella no nos golpeará —sugirió Shippo con un tono astuto. Todos asintieron de inmediato.

—Kagome... —Sango le tocó el hombro con suavidad, pero la joven solo se removió y se acurrucó más contra el pecho de Inuyasha, quien gruñó levemente en su sueño—. Kagome —repitió Sango, esta vez con más firmeza.

Inuyasha fue el primero en despertarse. Sus orejas se movieron levemente al captar las voces de sus amigos y entreabrió los ojos, parpadeando varias veces para despejarse. Al ver a su grupo reunido en la entrada, frunció el ceño, algo desconcertado, pero entonces sintió el cálido cuerpo de Kagome acurrucado contra él y comprendió por qué había dormido tan profundamente.

—Kagome... —murmuró con voz ronca, moviéndola suavemente por el hombro para despertarla.

—Cinco minutos más... —susurró ella, enterrando el rostro en su pecho. Inuyasha bufó con una leve sonrisa y volvió a llamarla. Esta vez, Kagome pestañeó perezosamente antes de abrir los ojos.

—Buenos días —le sonrió con dulzura a Inuyasha, pero pronto reparó en la presencia de sus amigos—. ¿Pasa algo?

—Ya nos retrasamos demasiado —comunicó Sango con paciencia, pero con un deje de urgencia.

Inuyasha suspiró y se incorporó en el futón, destapando sin querer a Kagome. Miroku, a pesar de su autocontrol, no pudo evitar que su mirada viajara a las largas y torneadas piernas de la joven sacerdotisa. Sango le propinó un codazo sin siquiera mirarlo.

—Voy a vestirme —anunció Kagome de inmediato, su rostro encendido en un leve sonrojo. Le tendió el haori a Inuyasha antes de salir corriendo hacia la habitación que debería haber compartido con Sango la noche anterior.

Inuyasha frunció el ceño con desagrado al notar las miradas sorprendidas de los hombres. Nadie tenía derecho a mirar a Kagome de esa manera.

La caminata transcurrió sin incidentes hasta que el viento trajo consigo un olor desagradablemente familiar. Inuyasha se tensó al instante y sus orejas se agitaron con desagrado. Su humor, ya de por sí irritable, se ensombreció aún más cuando, segundos después, Koga apareció frente a ellos con su usual sonrisa de suficiencia.

—¡Kagome! —exclamó con entusiasmo, acercándose con pasos decididos. Pero su sonrisa se esfumó en cuanto percibió algo diferente en ella. Su expresión se tornó oscura y, sin previo aviso, lanzó una patada contra Inuyasha, quien esquivó el ataque por poco.

—¡¿Qué demonios te pasa, pulgoso?! —gruñó Inuyasha, mostrando los colmillos.

—¡¿Cómo te atreviste, maldita bestia?! —bramó Koga con furia, la mandíbula tensa—. ¿Cómo pudiste mancillar la pureza de Kagome? ¡Solo un ser despreciable como tú sería capaz de tomarla por la fuerza!

Intentó golpearlo nuevamente, pero Inuyasha se apartó con agilidad.

—¿Quién dijo que fue por la fuerza, sarnocito? —espetó Inuyasha con una sonrisa socarrona.

Koga se quedó estático. La sorpresa brilló en sus ojos.

—Eres un maldito híbrido. Lamentarás el día en que el asqueroso demonio de tu padre se folló a la zorra humana de tu madre —espetó con veneno—. ¿Cómo crees que un engendro como tú podría siquiera mirarla?

Kagome sintió la furia recorrerla como un incendio. Nadie, absolutamente nadie, insultaría a Inuyasha delante de ella. Se interpuso entre ambos antes de que el hanyou pudiera destrozar a Koga.

—Mientras más lo insultas, más patético te ves —espetó Kagome,  los ojos inundados de indignación—. Porque yo acepté su marca en lugar de la tuya.

Inuyasha la miró con el corazón encogido de agradecimiento. Su pequeña miko lo defendía con fiereza y el miedo que le generaba la idea de que ella se arrepintiera de ser la compañera de un hanyou se disipaba al ver el orgullo con el que ella lo defendía. 

—No... No puede ser —murmuró Koga, incapaz de comprender la situación—. No tienes ni una pizca de olor a niña. No es posible que te hayas entregado...

—Supongo que después de un par de veces, el olor a niña desaparece —replicó Kagome con frialdad—. Pero si tanto te interesa saberlo, era virgen la primera vez.

El silencio que cayó fue sepulcral. Miroku y Sango la miraron boquiabiertos. Shippo estaba desconcertado. Inuyasha lucía una sonrisa de orgullo.

—Tan valiosa no serías si dejaste que un híbrido se metiera ahí —Koga señaló su entrepierna con desprecio.

Inuyasha estuvo a punto de destrozarlo, pero se quedó helado al ver que Kagome se acercaba a Koga como si fuera a abrazarlo. Sin previo aviso, le asestó un rodillazo directo a la entrepierna. Miroku e Inuyasha hicieron una mueca de dolor al ver al lobo desplomarse de rodillas, llevándose las manos a la entrepierna mientras soltaba un aullido de agonía.

—No vuelvas a llamarlo híbrido —le advirtió Kagome, dándose media vuelta con dignidad. Caminó con paso firme por el sendero, ignorando al lobo aullante.

La caminata continuó hasta el anochecer. Nadie mencionó el incidente con Koga.

—Voy a buscar comida —anunció Inuyasha.

—¿Puedo ir contigo? —preguntó Kagome.

Él asintió y ella subió a su espalda. Se alejaron rápidamente, pero en cuanto estuvieron lo suficientemente lejos, Inuyasha la aprisionó contra un árbol y la besó con desesperación.

Kagome rodeó su cuello con los brazos, atrayéndolo más.

—Creí que íbamos a buscar comida —susurró él contra su boca.

—No creo que les parezca extraño que tardemos un poco —respondió ella con una sonrisa, acariciando sus orejitas—. Estoy orgullosa de llevar tu marca. Sé que necesitas que te lo recuerde.

El hanyou sintió la calidez de sus palabras expandirse por su pecho.

—Yo no sé... —balbuceó. Nunca sabía qué responder. Solo sabía demostrárselo: protegiéndola, cuidándola, tocándola, entregándole su vida.

—Dímelo —pidió Kagome en un murmullo.

Él la besó, dejando que su boca recorriera su cuello hasta su marca. Rozó sus colmillos en el lugar preciso y sintió cómo ella temblaba.

—Te amo, Kagome.

Su voz fue un susurro, pero él supo que ella lo escuchó cuando sintió el olor a felicidad llenar el aire.

Kagome lo miró a los ojos.

—Eres fuerte, leal, valiente... —lo besó suavemente—. Y te amo.

Inuyasha tragó grueso. Cada palabra golpeaba su corazón con fuerza.

—¿Por qué me dices todo esto? —murmuró él.

—Porque quiero compensarte todas las palabras horribles que has escuchado toda tu vida—besó su mejilla— Te amo, Inuyasha.

—¿Cómo es posible que me hayas escogido?

Kagome sonrió traviesa.

—Eres bueno en la cama, solo por eso— Inuyasha arqueó una ceja con incredulidad—Busquemos la comida antes de que se devoren entre ellos.

Te amo InuyashaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora