Capítulo Once: Secretos

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Sasuke observaba el techo de su departamento con el ceño fruncido, como si esperara encontrar alguna explicación inscrita en las líneas del concreto. Seguía sin entender cómo había olvidado que no tenía turno ese día. Se presentó en la oficina y Suigetsu no pudo hacer otra cosa más que mirarlo como si la confusión hubiese tomado forma humana frente a él. La burla era inevitable.

Una excusa más que Suigetsu usaría para reírse de él en cada oportunidad.

Sasuke alzó la mano hacia el techo, dejando que los rayos del sol se filtraran entre sus dedos. A pesar del mal rato, su expresión era serena. Lo cierto era que ya no sabía qué hacer con el resto del día: había hecho las compras, limpiado hasta que su departamento brillara, descansado lo suficiente...

Al menos, físicamente.

Mentalmente, seguía exhausto.

Las llamadas en el trabajo no ayudaban —intentar convencer a desconocidos para que pagaran por cartones que pretendían exprimirles hasta el último yen era un infierno—. Las charlas triviales de oficina, insoportables. Y las llamadas insistentes de su madre, agotadoras. Sólo pedía un poco de paz. Nada más.

Miró con pesar la elegante invitación que reposaba sobre la mesa del salón. Desde que la sacó del buzón, le provocaba una mezcla entre náusea y resignación. La fecha del evento. La formalidad en cada palabra. El maldito "dos personas por invitación".

Era demasiado pronto.

Podía soportar las miradas de los Uchiha, las frases en voz baja, los cuchicheos. Debía hacerlo, no por Itachi —al menos no del todo—, sino por su prometido. Y por Mikoto.

Se levantó del sofá, hastiado. Miró alrededor en busca de distracción, como si el aburrimiento que sentía fuera culpa del espacio y no de sí mismo. Exhaló frustrado al darse cuenta de que era su propia compañía lo que le resultaba tan agotadora.

Ese tipo de pensamientos... hacía tiempo que no lo visitaban.

Se dirigió al refrigerador, resignado, y sacó una cerveza. Lo sabía. Prometió no volver a beber por un buen tiempo. Pero la intención de querer olvidar los problemas le pesaba más que la idea de seguir martirizándose por culpa de sus pensamientos autodestructivos.

¿Hace cuánto no se sentía tan... denso por dentro?

Siseó ante el sabor amargo y se quedó mirando al vacío, hasta que la figura de Naruto se materializó en su mente. Su sonrisa. La ropa holgada y colorida. Ese cabello despeinado, como si el viento nunca dejara de jugar con él. Su voz siempre un poco más fuerte de lo necesario. El leve rubor que teñía sus mejillas cada vez que Sasuke lo llamaba por su nombre, con enojo o con ternura. Sus ojos, grandes, sinceros.

Era absurdo culpar a la cerveza por esos pensamientos.

No estaba ebrio. Era bueno bebiendo. Pero algo le estaba pasando, algo que no tenía que ver con la cerveza.

No era confusión, tampoco tristeza. Era otra cosa. Como si algo hubiera cambiado sin que se diera cuenta

Seguía sin entenderlo del todo. Pero estaba dispuesto a seguir buscando la respuesta.

Unos golpes suaves lo sacaron de su abstracción.

Por un segundo temió que fuera su madre, Sakura... o, peor aún, la anciana Chiyo. Pero al abrir la puerta, el alivio fue inmediato.

Incluso se abstuvo de sonreír y suspirar.

—Hoy vine a hacerte una pregunta —dijo Naruto, con esa sonrisa que sólo él podía hacer—. Sólo espero que no me cierres la puerta en la cara.

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⏰ Última actualización: 3 days ago ⏰

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