[46] XLVI

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Él era el príncipe azul de todo cuento de hadas pero siempre regresaba con la princesa equivocada.
Hasta que un día cansado de perseguir quiaras, se enfocó en las coronas y en sus vistosas joyas.
Así que cargado de miedo, y con solo un corazón herido de batalla como escudo se lanzó a la búsqueda de su corona.
Muchas fueron las guerras luchadas por el astuto y temerario príncipe, batallas a las que ni la mismísima mitología griega podría igualar,
lucho contra bestias llamadas ignorancia, desinterés, deshamor, y dolor, pero esto no era nada que una fórmula de tiempo en conjunto con una pisca de amor propio no pudiese curar.
El tiempo continuo con su largo y oscuro libertinaje, y mientras, las batallas continuaron hiriendo un poco más cada vez el roto corazón del príncipe,
y entonces sucedió, justo allí, delante de sus ojos, encontro sin esfuerzo alguno eso que tanto hubo anhelado.
Cielo y tierra temblaron y supo que esta era su corona, supo que era la indicada.
Si le pidieses que le describiese solo podía decir maravillado que era perfecta.
Perfecta para sí, y demasiado para alguien más, juntos se complementaban y eso fue suficiente.
El príncipe ya estaba en casa,
había encontrado lo que tanto buscaba, había encontrado a su reina y así comenzó su reinado.

O al menos eso es lo que cuenta la leyenda de el gran Rey de reyes, Elias I

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