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CAPÍTULO 4

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Me mantengo al margen mientras Ly hace un acuerdo con el gerente para que sea razonable con el desastre que se armó en su restaurante, Ly asegura que como solo me defendía la esposa de Jean Carlos debería pagar los gastos y yo estoy más que de acuerdo. El punto aquí es que la mujer no quiere pagar nada y Jean Carlos mucho menos porque asegura que no es su esposa, sino la madre de su hija, porque sí, él muy maldito hasta hijos tiene.

Ya me sé toda su puta vida con la lunática esa y aunque no tengan ninguna relación el tipo ya no me cae bien.

—Bien, gracias. —Ly me extiende una factura y se me va el alma a los pies—. Solo vas a pagar la comida de la mesa que destrozaste, agradece.

—¿Qué agradezca? —pregunto exaltada—. ¡Me están cobrando cinco mil pesos!

—Para la próxima no entierres la cabeza de alguien sobre uno de los caldos más caros, ni tampoco tires copas de vino ajenas. Estás cubriendo la cena que destrozaste al restaurante y también la nueva comida que se le ha servido.

—¿Sabes todo lo que puedo hacer con cinco mil pesos?

—Amanda, ellos van a tener que pagar más que tú, hubo daños en el inmobiliario y si no lo hacen irán a la cárcel. Tú no quieres ir a la cárcel, ¿o sí?

No tiene que decirlo tres veces para que mi tarjeta cubra los gastos. Nunca una cita me había salido tan cara en la vida. Sigo a Ly hasta su auto para que me lleve a casa porque a pesar de que lo estaba buscando hace un rato no vine en él, nunca iba a encontrarlo para escapar, ya que Ángela me trajo en el suyo.

—Creo que terminaré cobrándote en dólares —murmura.

—No fui yo la que agendó una cita con un hombre que tiene una loca salvaje detrás —me quejo—. Tampoco iba a dejar que ella hiciera conmigo lo que quisiera, debería estar agradecida que el guiso ese no estaba caliente.

Ly no dice nada, solo se ríe sin apartar nunca su mirada de la carretera.

—Eres muy divertida a veces.

—Sí, soy muy graciosa —resoplo y no intento llenar el silencio que hay hasta que lleguemos a casa.

Ly pocas veces entabla conversación cuando va al volante, dice que luego se distrae.

—Me debes vente dólares por el servicio —dice mi amiga cuando llegamos a mi edificio.

—¿Qué tiene tu auto? ¿Oro? Un Uber no me saca tanto dinero como tú.

Ly me muestra el dedo medio y no puedo evitar reír antes de subir a mi piso.

Creo que Kiki huele cuando es fin de semana y cuando no, porque no se ha parado de su rinconcito para ladrarme, ni siquiera porque el timbre de la casa está sonando con insistencia

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Creo que Kiki huele cuando es fin de semana y cuando no, porque no se ha parado de su rinconcito para ladrarme, ni siquiera porque el timbre de la casa está sonando con insistencia. Es como si dijera que va a ser más perezosa que siempre solo porque es sábado. El teléfono suena una y otra vez y juro que sea quien sea va a llevarse un jalón de orejas cuando lo tenga enfrente.

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