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Una dulce melodía fluía con el viento. El trovador regresaba a la ciudad que una vez tanto amó, pero para su desgracia, los rumores habían sido ciertos, la oscuridad había azotado el lugar.

No quedaba más que el triste recuerdo de niños jugueteando por las calles, música, color y magia por todos lados. Parecía un pueblo fantasma, el castillo yacía imponente en medio de la escena, con la hiedra cubriendo sus ventanas y sus paredes cubiertas de polvo.

Las casas abandonadas o destruídas, parece que el sitio había pasado por lo peor de la guerra, se preguntaba si el rey aún seguía ahí, le preocupaba, no había ningún escudero que le diera el permiso de entrar al palacio, pero de igual forma ingresó al lugar, haciendo un gran ruido con el rechinar de la puerta. Empezó a toser bastante por todo el polvo que había levantado.

— Su majestad...

El rey reconoció esa voz de inmediato, estaba levantándose del suelo, parecía un prisionero en su celda de la cual no podía escapar.

— Clover, eres tú... Finalmente. Cuando la guerra comenzó, pensé que tú habías... Y yo jamás podría volver a...

Estaba demasiado devastado por el encuentro como para seguir hablándole, le atormentaban los recuerdos de cuando Clover voluntariamente había cantado en sus banquetes, canciones sobre gloria y amor que ya no experimentaba de hace tiempo.

— ¡Estuve bien! Fué duro, pero quise volver a verle por los rumores ¡me alegro que aún esté aquí, su majestad!

Clover se acercó a Licorice, notando que estaba demasiado débil como para estar de pie, así que se quedó sentado en el piso junto a él.

— Lo siento, no pude. Te prometí que cuando volvieras... Podrías seguir cantando para los demás, que todos estarían bien y los protegería. Lo siento, lo siento mucho. Tienes que odiarme por ello...

El trovador negó con la cabeza, estaba bien, de todas formas, Licorice solo ni de broma le hubiese hecho frente a todos los enemigos de la guerra, no quería ni imaginar todo el dolor por el que había pasado, ver como cada ciudadano escapaba y se iba, como cada soldado moría. Era demasiado.

— No se preocupe, ahora estoy aquí. Ahora que la amenaza se ha ido, la gente regresará ¿verdad?

— No lo hará.

El rey tenía ojeras, su ropa carmesí estaba gastada y desteñida. En su mirada no había esperanza alguna.

— Entonces... ¡Puedo quedarme con usted! Y de paso... Limpiar este lugar, es un desastre, hahaha ¡lo siento!

Para Licorice se sentía como si la luz del sol hubiese vuelto a tocar su rostro, aquella soledad que sentía se había esfumado por completo.

— ¿Estás seguro, Clover? No quisiera exigir tanto a, bueno... Un trovador. No quiero que me protejas o algo. Puedo hacerlo yo solo.

Eso último había sonado como una mentira, ahora estaba más desprotegido que nunca, no habían caballeros, no habían soldados. Una guadaña no era suficiente para defenderse.

— Quiero ayudarle, Licorice... Está muy solo, pero podría intentar hacer que la gente regrese ¡y su reino volverá a levantarse!

— ¿Cómo harás eso? ¿les vas a cantar a todos los monstruos que hay cerca de esos reinos en ruinas?

Se estaba cansando un poco de su negatividad, al parecer no había forma de convencerlo de que había una salida de esa miseria. Sacarlo de ahí no era una opción, ver un mundo destrozado no sería nada agradable o esperanzador.

— Seré su caballero entonces. Soy el único que está aquí.

Licorice quería echarse a reír, parecía una broma de mal gusto ¿Clover cambiando de oficio? Debería estar muy aburrido o muy afectado por la guerra para hacer eso. Pero dentro de esas palabras había algún deseo que aún no podía descifrar ¿quería salvarlo?

— No tendrá que llorar nunca más. Se lo prometo. Este reino volverá a como era antes... Y cuando eso pase ¡volveré a cantar para usted!

— ¡Espera, espera! ¡¡Te matarán ahí fuera!!

— ¿Duda de su caballero?

Sin que Licorice se diera cuenta, el trato estaba hecho, tenía a su propio caballero real que lucharía en su nombre.

— ... ¿Qué harás ahora?

El rey miraba el nuevo aspecto de Clover, de todas formas el negro y el plateado no le iba nada mal. Lo único que estaba fuera de tono, era una brillante espada reemplazando aquel laúd con el que recitaba poesía.

— Puede quedarse con esto como prueba de que cumpliré mi promesa.

— ¿Entonces no cantarás para mí hasta que todo vuelva a la normalidad? ¿ni siquiera si te lo ordeno ahora mismo?

Decía el rey Licorice mientras sostenía ese instrumento tan apreciado.

Clover asintió, realmente no necesitaba un instrumento para seguir cantando, su voz seguía ahí, pero por el momento sólo iba a resonar en las lejanas memorias del rey.

— Licorice. Ahora tengo que irme, iré guiando a los demás de a poco. Quien sea que busque un hogar, habitará aquí ¡nunca más estará solo!

— ¡¡Basta!! Me emocionas demasiado ¡nadie había hecho algo así por mí antes!

— Pero ese es mi deber. De todas formas, soy su trovador.

Clover se despidió posando un beso en la mano de su rey. Realmente no hubiera sacrificado tantas cosas por hacerle feliz. Pero en el fondo le amaba, su fachada de caballero no era más que una cárcel para esconder aquel amor que ardía con fuerza, más que cualquier otra emoción.

Trovador [Two-shot Cloverice]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora