Prólogo.

452 54 17
                                    

Hay personas que no nacieron para vivir.

Personas que sólo están gastando oxígeno, sin sueños, metas o sentimiento alguno. No tienen algún objetivo, no planean un futuro o reconocen su estilo de vida.

Hay otras que nacieron para estar en la cima de la jerarquía.

Que nacieron con una vida ya planeada, que antes de abrir los ojos ya tenían una meta y no tienen que deambular buscando su propósito. Personas que nacieron para creerse superiores, para ser alguien relevante en la vida.

Y finalmente, los que tienen sueños pero no pueden cumplirlos.

Soñadores con un propósito y un objetivo, que sueñan con poder lograr sus metas pero que algo lo impide. Personas que no son lo suficientemente capaces de eliminar esa pierda en el camino, y solo aceptan que no pueden cumplir su sueño.

Hace años, yo era esta última.

Antes de presentarme como Omega, sólo era un chico que soñaba con tomar el trono algún día; aún cuando era el menor de cuatro hermanos, cuando era el menos consentido y cuando ya estaba destinado a ser Omega. Eso es el tipo de cosas que siempre se sabe, con tus actitudes, forma de mirar el futuro, tu altura, tu físico o incluso tu postura.

Siempre supieron que yo sería un Omega, pero eso no le impidió a nadie dejar que aquel triste sueño me consumiera.

El vivo ejemplo de un chico alegre, carismático y amable, siendo destruido por un puesto de la horrible jerarquía de lobos.

Un chico con un gran sueño, que su piedra es imposible de quitar porque se trata de su naturaleza.

Pero a todo lo que me ha llevado hasta ahora no es simplemente el hecho de nacer Omega, el lobo de menor rango.

Porque aún así después de presentarme e incluso la madre luna me diera una cachetada en el rostro diciéndome que es imposible cambiar mi puesto en el mundo, siempre mantuve mi frente en alto deseando que esas estúpidas reglas cambiaran mágicamente.

Pero entonces, las humillaciones de aquellos chicos que amé con todo mi corazón me quebraron. Las personas por las que sentía más admiración, que me cuidaban y protegían. Los únicos alfas en los que confiaba.

Y una vez más, la madre luna me dijo que no podía confiar en esos miserables.

Tal vez las cosas hubieran sido diferentes si aquella noche luego de cumplir mis quince años mis hermanos no me hubieran violado en aquél mugre establo. Hubiera seguido siendo el niño soñador que mantenía la esperanza de ser alguien en la vida.

Ahora, con veintiun años, no era ese niño soñador. Ya no lo era.

Porque ahora no estoy hablando de un sueño, si no de un hecho. Que por muchas piedras, troncos y muros que hayan en el camino logrará su cometido; sin embargo, jamás será suficiente. No hasta que aquellos malditos que se burlaron de mí tantas veces besen mis pies en busca de piedad.

Pero no puedo adelantarme a los hechos, cuando planee todo esto solo, sin compañía y sin un solo amigo, había pasado una semana cuando cumplí los quince años y aquella desgracia me había perseguido por todos aquellos  días.

Encerrado en mi habitación llorando y pensando qué había hecho mal, llegué  a la conclusión que no había nada mal conmigo. Y que ellos merecían pagarme por un daño que me hicieron sin razón.

Cegado por la rabia y rencor, terminé  en la habitación de la mano derecha de mi padre.

El primer involucrado en mi plan.

Eterna Lealtad | Jiharem Donde viven las historias. Descúbrelo ahora