Emilia

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Supongo que en algún momento de sus vidas les llegó a pasar algo similar, aunque lo correcto sería "¿A quién no le pasó?".
Podría decir que mi trabajo no era como el de cualquier otro, ya que mientras varias personas descansan los domingos, yo descansaba los lunes. El día más pesado de toda la semana, el más abrumador, el día en el que no puedes disfrutar de mucho por más que quieras, en especial si eres un pobre hombre como yo, que suelo ir en transporte público todo el tiempo, aunque no sé si debería agradecerle eso al destino.
Pero bueno, como dije en un principio, a quien no le pasó que sube a un autobús y se enamora. De seguro que si te pasó un montón de veces como a mí, pero... ¿Algún día te atreviste a hablarle a aquella persona, cuya mirada te encantó?
Era casi medio día, y me encontraba de camino al súper. Debía hacer las compras de la semana, y estaba hecho un desastre, como si recién me hubiera levantado de la cama; con los ojos testarudos y a punto de cerrarse nuevamente por haberlos abierto hace casi nada. Mi cabello se encontraba como un montón de paja mezclada y mi rostro súper pálido, podría decir que me encontraba más claro de lo normal, a pesar de que mi tono de piel es moreno. En fin, estaba en decadencia.
Fue entonces que sucedió. Si hace un instante estaba pálido, ahora me encontraba como un fantasma, mis cabellos se ordenaron solos por la impresión, mis ojos decaídos se abrieron, cual girasol floreciendo, y mis pupilas se dilataron eufóricas. ¿La razón? Una hermosa obra de arte había subido al autobús. Una bella chica, que irradiaba juventud, belleza y un aura que te hacía sentir querido por más lejos que te encontrases de ella. Pero que bella mujer. Era obvio que me había enamorado a la velocidad de la luz, y mis sentidos saltaban desesperados por indagar quien era aquella gloriosa chica.
Ella se sentó solo tres asientos por delante de mí y coincidentemente el asiento de su costado se encontraba desocupado. Sin pensarlo dos veces aceleré el paso y tomé el asiento vacío. Estando ahí no supe que hacer, o que decir. Me encontraba buscando una forma de iniciar una conversación, hasta que vi un reloj en aquella delgada y blanca muñeca.
Sin pensarlo dos veces dije:
-Disculpa, ¿me podrías decir que hora es? Pues voy tarde para el súper.
A lo que respondió:
-Las 12:05, y tranquilo que el súper no cerrará.
Morí por dentro. Su voz era bellísima, como si una sirena entonara sus mejores melodías en tan solo unas pocas palabras. Fue un bello momento, asi que solo proseguí a reírme cautelosamente, y agradecerle por hacerme el favor.
-Gracias, y dije que se me hacía tarde por que debo regresar velozmente a mi casa y preparar un almuerzo.
Ella replicó:
-Oh, qué lindo. De seguro que tu enamorada disfruta de tu sazón.
Sentí que esa era una respuesta que me abría mucho campo para hablar y solo dije:
-Cocinaría para mi enamorada, si tan solo tuviera una. *la miré directamente a los ojos*
Todas mis neuronas explotaron de los nervios al decirlo. En mi interior esperaba que entendiera la indirecta, y me dijo:
-Bueno, pues a mí me gustaría probar de tu sazón, que de seguro es buena.
Morí, no lo podía creer. Fue asi que continuamos hablando por un largo momento, conociéndonos poco a poco. De un momento a otro ella mencionó que ya se debía bajar, asi que en un dos por tres sacó un cuadernillo y un lápiz, en el que aparentemente anotó algo, rompió y doblo el papelito. Seguidamente me lo entregó mirándome a los ojos y me dijo:
-Ábrelo cuándo baje por favor.
No pude asimilarlo, la felicidad me invadía ¿Qué había pasado? ¿Era mi día de suerte? Aparentemente no era asi, abrí el papelito y decía algo que me daba un cierto grado de esperanza pero a la vez me mataba al instante.
Si nos volvemos a encontrar, la que iniciará la conversación seré yo.
Emilia.

Amores fugacesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora