De truchas y zampones.

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Estaba aburrido en casa. Me Llamo mi amigo Pascual, que es cocinero. Me invitaba a su casa a comer una buena sopa de trucha. Tiempo llevaba detrás de él para que me enseñara a cocinarla. Siempre me decía lo mismo, no tienen nada, no tienen nada, pero hasta ese día hacía dos años que lo decía y nunca había concretado.

Cuando llegue, tenía un mandilón puesto. Uno de esos color de vaca. A un lado las fogazas duras, a otro el tarro de pimentón y sal, mas allá un trío de truchas en el plato, el mortero y la cazuela.

- Lo vas hacer tu, que tienes pinta de tener mucha hambre. Corta el pan en trozos grandes y échalo para esa cazuela. Me acuerdo muy bien cuando mi abuela me enseñó a hacerlas. Yo era un niño, pero ya me gustaban los pucheros. El cocinarse lo que uno se come, siempre es mejor que ser como el lambrón de la lumbre, que estaba siempre a la gresca y al despiste de los demás.

- ¿Qué es eso del lambrón de la lumbre?

- No conoces la historia. Pues mira que fue sonada.

- No.

- Corta un poco mas de pan, que no importa que nos sobre. Además tienes cara de hambriento. Resulta que en mi pueblo, Jetino, los rapaces, sobre todo en el antruejo, se colaban a las casas y se comían lo que pillasen. Hasta ahí era lo común, pero un día.

- ¿Qué pasó?

- Ya está bien de pan. En mi pueblo había un guaje que se llamaba Francisco y le llamaban Chisco. Estaba echo un adán y tenía mas hambre que los pavos de Manolo. Su familia era muy pobre y estaba harto de comer lo que pillaba por las huertas. A parte de lampón, tenía fama de bromista... Echa un poco de aceite a la cacuela y pica unos cuantos ajos. Muy finos. No prendas el fuego aún.

- Y que le pasaba a ese.

- Acabó llamándose el lambrón de la lumbre. Durante un año entero empezaba a faltarle la comida a la gente. Cambiaba de sitio los pucheros. Las lentejas de la Tomasa las llevaba para la casa de Sixto y los pimientos con bacalao de este, para la casa del cura. Lo que empezó siendo una broma se convirtió en un cabreo monumental. Era un exquisito.

Me contó Pascualón, que el lambrón de la lumbre se comía siempre los guisos mejor preparados. En su pueblo siempre dejaban las puertas abiertas, nadie cerraba con llave. Como se generalizó la rapiña la gente empezó a trancar. Aquello no fue solución. Chisco sabía mucho de ganzúas y como nunca trabajaba, tenía controlados los horarios de la gente. Los robos eran a diario. Las lentejas a Fermina, los chichos a Martín, los jamones a Vicente, los nicanores a Fernando, la Cecina a Senen y el lechazo con pimientos a Marcelino. Todos estaban muy mosqueados. Sobre todo porque el cabezón del ladronduelo, tenía un rito especial. Encendía con fuerza el fuego mientras comía, las mas de las veces a carreras, y luego con un tizón de cisco de roble que llevaba en el bolso, pintaba en cualquier lado "El lambrón de la lumbre". Mi compañero estaba extasiado con el sucedido, tanto que cada vez me costaba más concentrarme en lo que hacía y acabó por regañarme:

- Picas muy fino el ajo, coime. Calienta el aceite, pon a sofreírlo con la trucha, que ya esta limpiada y cortada, y añade unos trozines de beicon para que se dore todo bien.

- Un año entero estuvo danzando. ¿Y no había manera de pillarle?

- Joaquinín. Aquel hombre era un diablo de listo. Menuda comadreja. No había manera de que se le cogiese. A veces para mayor retitín, el lambrón de la lumbre, escribía con grasa en los cristales: "Gracias por el botillo, esta cojonudo". Algunos empezaron a cocinar mal adrede. Si se corría la voz de que hacías bien el cocido montañés, la sopa de ajo, el gallo a la cazuela, el bacalao o que tenías castañas, queso de oveja de Gordón, yogur de Coladilla, pimientos de fresno, escabeche o callos con garbanzos, tiempo le faltaba de enterarse y de cogértelos. No dejaba una por lamer. Siempre pillaba el momento y te lo ventilaba todo. Los paisanos estaban entre la risa y la decepción.

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⏰ Última actualización: Mar 24, 2021 ⏰

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