Mi nombre es Daniela, actualmente tengo 20 años y vivo en una ciudad con un nombre que no muchos conocen, en un país tercermundista que está al borde de convertirse en algo peor. Soy hija única y no tengo más compañía que mis padres y mi mascota, mi fiel y hermosa Fanny.
Para que puedan entender la historia que estoy por contarles, tienen que conocer dónde comenzó. Tal vez mi historia va a parecerles muy común, pero solo soy una chica común, contando su versión de las cosas, sólo busco que escuchen de mis propias palabras lo que yo viví.
Siempre he sido una persona muy solitaria, rodeada de mucho amor, pero solitaria. Cuando nací fui la primera nieta que mi abuelo cargó, a pesar de tener otros primos mayores, ya que ellos no viven en la ciudad de mi abuelo. Una de mis tías, que es como mi segunda madre, me consintió y protegió tanto, incluso cuando dejé de ser una niña.
¿Han escuchado alguna vez sobre los problemas de ser hijo único? Tus padres suelen ser demasiado exigentes, tienes miedo al fracaso, desarrollas una personalidad controladora, te cuesta aceptar las cosas que otros imponen y muy importante, te cuesta hacer amigos. No todo lo que dicen es real, pero en mi caso, la presión, el miedo al fracaso y lo de dificultad para hacer amigos, eran aspectos parte de mi realidad.
Cuando entré por primera vez a la escuela, me hicieron un examen y me dijeron que debería estar dos grados por encima de lo que niños de mi edad solían cursar; mis padres tomaron la decisión de ponerme sólo un grado arriba de lo normal, pero la mayoría de mis compañeros tenían dos años más que yo; de estar muy emocionada por entrar a la escuela, perdí el interés, una vez habían transcurrido algunos días. Los primeros días conocí a una niña, se me acercó y nos hicimos amigas, después de unos días, ella se alejó de mi porque se dio cuenta que iba a ser un peligro para su reinado de buenas notas, y lo único que me dejó, fueron dos niñas muy enojadas porque yo les había "robado a su amiga". Desde entonces mi estancia en el colegio no fue divertida, me sentaba sola al recreo, a pensar en la vida y ver a mis compañeros jugar fútbol, con mi lonchera roja de la película esa de las abejas, Bee Movie se llamaba.
Al pasar el tiempo, uno de los niños se me acercó y me preguntó con una sonrisa si yo quería jugar, a lo que, desesperadamente, respondí que sí. Cuando terminó el recreso, después de haber pateado un par de espinillas y de haberme caído unas cuantas veces, entré al salón sintiéndome muy feliz. Desde ese día, ese niño y su mejor amigo me invitaron a jugar con ellos y descubrí lo divertido y entretenido que era, aunque todas las niñas me miraban como la "rarita" de la clase que no jugaba con vestiditos y muñequitas.
Desde entonces recuerdo escenas de mi misma, llorando y contándole a mi abuelo cómo me trataban las demás niñas y alguno que otro niño, enojado porque había golpeado su espinilla un par de veces. No recuerdo con exactitud las cosas que me decían y que mr hacían sentir tan mal, pero sí recuerdo las tiernas palabras de consuelo de mi abuelo, palabras que hasta el momento siguen estando grabadas en mi corazón.
Los años pasaron y mis únicos amigos eran hombres, de alguna manera, siempre he preferido tener amigos hombres, porque son más sinceros y no te envidian nada. Las niñas de la clase, hacían pijamadas y se invitaban las unas a las otras en mi cara, y nunca me dijeron nada, tal vez un par de veces por compromiso, pero me acostumbré a vivir así. Llegó el tiempo en que la consola Wii se volvió famosa y todo el mundo tenía una, así que para navidad mi papá me compró una y me divertía jugando en especial, con un amigo (que tenía nombre de marca de televisores), que vivía en la misma colonia que yo; desarrollamos un lazo de amistad muy fuerte y nos llamábamos por teléfono mientras jugábamos Mario Kart; esto pasó cuando estaba en tercer grado de primaria.
Cuando empezó cuarto grado, llegó un niño nuevo, con fama de rebelde y de esos que controlaban a los demás, imponían modas y a la vista de todos, era el más cool. Su nombre era Mario, y casualmente era el mejor amigo de mi amigo Sony. Recuerdo una vez, que hablé con la mamá de Sony para que lo dejara ir a jugar a mi casa, ella amablemente me dijo que sí y que si podía estar también el niño nuevo, Mario, a lo que yo acepté. Llegaron a mi casa y pusimos la television y jugamos, turnándonos porque yo sólo tenía un control, ese día marcó el inicio de algo; desde ese día, nos turnábamos para jugar en alguna casa, que la mayor parte del tiempo, era la de Sony; ellos salían de su entreno de fútbol y pasaban a recogerme y jugábamos y la madre de Sony nos preparaba comida. Aún recuerdo ese día en que me sentí realmente feliz de tenerlos a mi lado, me llegaron a traer y ellos iban a dejarme a donde estaba mi papá, Sony vivía en una casa que estaba muy en lo alto, y para bajar había un camino lleno de rocas y agujeros, estaba obscuro y de verdad no veía ni mis propios pies, estábamos bajando poco a poco cuando ellos decidieron comenzar a correr y saltar, diciendo cosas como "Yo soy Hulk" y "Soy capitán américa", así que sin pensar en que podía romperme la cara o doblarme el tobillo, corrí con ellos diciendo "Soy la mujer maravilla", ese día me sentí tan libre, no podía ni si quiera verlos, de lo obscuro que estaba, pero sí escuchaba sus voces y sus risas.
El sentirme libre es algo que valoro mucho y es por eso que recuerdo a detalle lo que sucedió esa noche, no porque me hayan obligado a realizar trabajos forzosos, sino porque han sido pocas las veces que me he sentido con la capacidad de decidir si arriesgarme a algo o no, si hacer algo porque en verdad lo quiero y estar dispuesta a aceptar las consecuencias, pero sobre todo, me sentí libre de ser quien yo era, sin miedo a que me juzgaran o me dijeran algo, simplemente fui yo.
Como siempre en la vida, las cosas comenzaron a cambiar para mi; ¿recuerdan a las dos niñas que se enojaron conmigo por haberles robado a su amiga? Una de ellas, Andrea, se separó de su grupito de tres y comenzó a juntarse conmigo, comenzó a escuchar mis ideas y a motivarme para que las compartiera con los demás, ella me decía cosas como "Si no hablas, cómo esperas que los demás conozcan lo que sientes", "Tus ideas no son malas", "Dilooo, tu idea es buena" y cosas así, ella me ayudó mucho a ser una persona abierta, y a darme cuenta que mis ideas y pensamientos eran igual de valiosos que los de cualquier otra persona.
Mientras ella me ayudaba a salir del cascarón, y mi vida se iba llenando de color, porque mi miedo al rechazo se estaba desapareciendo, ella estaba comenzando a entrar en el cascarón y su vida poco a poco se sumergía en una tristeza de esas que te dejan el corazón vacío y te llena de heridas que toma toda una vida sanar; sus padres estaban tramitando el divorcio y sé con toda certeza que su vida diaria estaba llena de pleitos, discusiones y problemas hasta por las cosas más insignificantes. Incluso hoy en día, lamento mucho no haberme dado cuenta de las cosas que ella estaba pasando, yo estaba saliendo poco a poco con su ayuda, y ella se estaba hundiendo, y yo ni si quiera volteé a verla, me arrepiento tanto de no haber sido de más ayuda para ella.
Las cosas estaban a punto de cambiar, en una dirección que comienza a guiarnos a la historia principal que quiero contar. Cuando uno conoce a una persona, no sabe el impacto tan grande que esa persona puede generar en su vida; ojalá se pudiera ver el futuro que esa persona traerá para ti, con solo estrechar su mano, y así poder escoger si acercarte y vivir todo lo que viste, o alejarte para evitar alguna desgracia.
Sexto grado de primaria llegó a su fin, y mi amiga Andrea tuvo que cambiarse de colegio porque ahora viviría con su mamá, triste, nos despedimos y no volví a verla. Cuando entré al primer grado de básico, yo era una persona totalmente diferente, dejé de sentir temor al rechazo y comencé a ser quien en realidad era. La otra niña que en un principio se enojó conmigo, la amiga de Andrea, que se llamaba Emilie, comenzó a juntarse conmigo y comenzamos a llevarnos bien; mientras tanto, la niña que fue mi primer amiga, María Emilia, se quedó sola y tuvo que juntarse con otras dos; todo era diferente, desde las clases, hasta las amistades que tenía, pero por todo lo que había vivido, sinceramente yo no sentía ningún apego a nadie en mi salón, ni si quiera hacia Emilie que se había vuelto mi amiga.
Las semanas comenzaron a pasar y anunciaron una olimpiada de matemáticas, a la cual me metí, y logré ser de las 5 personas que iban a representar a mi grado y colegio. Este ambiente de las olimpiadas, es una de las cosas que más extraño en la vida, abrían un salón con una pizarra, unas mesas y banquitos, para que todos pudieran estudiar; tu entrabas y habían chicos estudiando matemáticas, otros estudiaban ciencias, otros química y otros física. Fue ese año, en el que conocí al mejor profesor que he tenido en la vida, un hombre muy bueno para matemática, física, contabilidad y química (no tanto química, pero digamos que sí), aparte de eso, tenía un buen sentido del humor y era esa clase de persona que te inspira confianza, hasta para contarle de tus problemas familiares; su nombre era Byron, siempre será alguien a quien yo lleve en mi corazón.
Estando ahí, como toda una persona diferente y social, conocí a una chica, llamada Lourdes, la cual se portó muy linda desde el principio; ella era muy social y me presentó con otros amigos y así fui conociendo a chicos y chicas de otros grados, que estaban en las olimpiadas o que eran amigos de Lourdes. Un día, tocaron la puerta de mi clase y al abrir, una voz dijo "Puedo hablar con Daniela", yo salí y era Lourdes, con dos amigas, ella me dijo que se organizaba un torneo de fútbol cada año y que ellas iban a participar, pero que necesitaban a más jugadoras; obviamente yo era la chica que todos los días jugaba en la cancha de fútbol con los hombres, así que me preguntó si quería ser parte de su equipo. Ella también dijo que llamara a mis amigas para que jugaran también, así que Emilie y una chica nueva, se incorporaron a nuestro equipo. Después de esto, Lourdes me presentó a Alison, la chica su derecha, a quién saludé, y luego me dijo "Ah, y ella es Fernanda", a quién saludé, sin tener ni la más mínima idea del futuro, que en ese preciso momento, estaba escogiendo tener.
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La historia que nunca conté
Teen FictionDaniela es una chica de 20 años, aparentemente todo marcha bien en su vida, pero sin duda, es una de las personas más solitarias y llena de heridas del pasado, que marcaron su vida para siempre, y que nunca le contó a nadie.