II

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Will estaba completamente equivocado cuando pensaba que haber ordenado la muerte de Hannibal, suponía que el psiquiatra estaba exento de sentir remordimiento de sus pasadas acciones. Ahora el mayor vivía atormentado con la idea de que Will no lo quisiese a su lado.

Le aterraba saber que su corderito estaba dispuesto a vivir en mundo sin él.

Will lo odiaba.

Will no le quería.

Todo en el interior de Hannibal se estaba desmoronando, aunque no lo demostrase. Hannibal quería tanto a Will, que lo hirió y no había vuelta atrás. Reconocía muy en su interior que lo destrozó. Que su forma de amar no era sana, si no enfermiza. Quería controlarlo, poseerlo y dominarlo.

Quería dejar al corderito solo y asustado mientras que él transformado en el lobo –desde las sombras– lo acechaba.

Entonces ocurrió lo de nunca, se desesperó. No dormía o comía. Las ansias dentro de sí lo castigaban y atormentaban. Jamás tendría a Will a su lado. Su amor egoísta no era del agrado de Will. Aquello lo descubrió la primera vez que visitó al ojiazul al hospital psiquiátrico. La mirada que le dedicó el menor desde su celda, en su palacio mental, provocó que se le cayese de las manos la taza de té.

Hannibal salió de allí agitado y determinado en que tenía que sacar a Will del hospital cuanto antes, solo así ambos podían permitirse pegar los pedazos de la taza de té rota; aunque sólo fuese en la imaginación de Hannibal. Más la curiosidad le provocaba al psiquiatra cosquillitas en las palmas de sus manos, ¿Will ansiaba su unión tanto como él? ¿Lo podrá perdonar?

Hannibal estableció la posibilidad de que su amado podría desear deshacerse del control que él tanto luchó por infiltrar de manera poco sutil en su Will. En efecto, el menor quería realizarse un detox de todo lo que el psiquiatra inculcó con tanto esfuerzo en su cabecita. Pero, ¿Hannibal se lo concederá como a quién se le perdona todo en el último suspiro de vida? Ni el propio psiquiatra sabía la respuesta a aquello.

Hannibal se dedicó a descomponer y corromper la confianza de su paciente, su nakama, su querido en los meses que se conocían. Y todo por mera curiosidad. Por creerse Dios.

La idea de otorgarle a Will todo el control que él había tomado sin permiso fue tentadora por segundos. Quizás de esa manera Will regresaría a sus brazos.

Egoísta al fin, Hannibal no dejaba de cuestionarse, ¿por qué Will simpatizaba con los demás asesinos y no con él? ¿Por qué no entendía que lo quería solo para él? ¿Por qué lo rechazaba? No era prudente que se cuestionara las acciones de Will ya que estas son pura y únicamente consecuencias de sus pasadas maniobras.

Pero, ¿tan ciego y engreído es Hannibal que presionará la soga del cuello de Will?

Las emociones que su corderito le inspiraban a actuar con crueldad, no le permitían pensar con claridad. No le permitían ser racional. Por tanto, no fue racional cuando provocó el miedo de Hobbs como regalo para Will.

Hannibal no se permitió reflexionar cuando tenía a Will muy cerca suyo, sudando frío con las mejillas enrojecidas, ojos llorosos, piel hirviendo; olía muy dulce, como médico y con un olfato ridículamente desarrollado diagnosticó en silencio a su Will de encefalitis. Lo dejó quemarse. Lo quería ver sufriendo.

Hannibal tampoco medito cuando introdujo la oreja de la adorada y apreciada Abigail, en el estómago de Will.

Definitivamente Hanniballo ofendió, denigró y maltrató de casi todas las formas posibles a Will. Se comportó tan grosero con su mancebo como lo hacían las personas a las que asesinaba. De ahí que, Hannibal corrió de su despacho a su auto, y condujo hasta casa de Will.

Tenía que verle. Tenía que enfrentar sus consecuencias por más abrumadoras que fuesen.

Pero, la vida le tenía otros planes. Más bien, la poderosa mente de Will. El ojiazul visualizó el posible arrepentimiento de Hannibal.

En su imaginación presenció a Hannibal sufriendo por el efecto final de sus propios caprichos. Will sonrió y procedió a ir a casa de su ex psiquiatra adelantándose pasos agigantados de los Hannibal.

Dispuesto a hacer realidad su imaginación.





A mitad de camino Hannibal recibió una llamada que hizo que su cuerpo temblara y siéntese un nudo en el estómago.

– Will – murmuró el psiquiatra al aceptar la llamada.

– Hola, doctor Lecter.

– ¿Acaso ya no nos tuteamos? – preguntó con voz neutral, pero todo dentro de él se resumía en nerviosismo.

– Estoy más cómodo mientras menos cercanos seamos.

La voz apagada y tan robótica de Will demostraba cuán reacio estaba hacía su persona. Era más de lo que suponía. De lo que toleraría.

Hannibal suspiró.

–¿Me amarías más si asesino a alguien por usted? ¿Sostendría mis manos, las mismas que usaré cuando asesine a alguien por usted? – de pronto cuestionó Will.

Hannibal sonrió emocionado. Su corazón comenzó a latir a toda velocidad, ¿Will se rendiría tan fácil ante él?, ¿podía confiar plenamente en su amado?, ¿huirían por fin los dos con Abigail?, ¿asesinarían a otros groseros juntos?

– Oh, Will. Mi estimado, Will. – comentó con más alegría de la que quería revelar. –Si supieses que eso es lo que siempre he querido para ti. Para mí.

Will sonrió aunque Hannibal no lo viese. Era una sonrisa triste, forzada.

– Estoy en su casa, comenzaré sin usted. Así que, apresúrese, doctor Lecter. – agregó antes de colgar la llamada.

Hannibal giró y guió a toda velocidad. De nuevo, su subjetividad sobrepasó la objetividad metódica que siempre utilizaba.





Una vez Hannibal tocó el pavimento corrió hasta dentro de la casa.

– Will. – gritó. – Will, ¿en dónde estás? – subió las escaleras de dos en dos cuando escuchó el agua de su tina correr.

– Pensé que no llegarías o más bien que no llegarías a tiempo. – susurró débilmente Will.

El ojiazul se acomodó un poco en la tina hasta quedar sentado, el agua le llegaba hasta el cuello y parpadea lentamente.

– ¿Qu-é has hecho? – preguntó Hannibal en un reproche amargo, viendo el agua color rosada desbordándose de la tina.

Cambie lo que era, por lo que quería que fuera. Seguí tu dirección, hice todo lo que me pediste. – tragó con dificultad Will. – Espero que esto le haga feliz, porque ya no hay vuelta atrás.

– N-o, no entiendo. – negó Hannibal sacando el cuerpo de Will de la tina. Al igual que él, Will tenía los brazos cortados de manera vertical, pero sus cicatrices estaban selladas. Las del moribundo Will, Hannibal podía jurar que podía ver los huesos. Giró hasta el lavabo, y allí se encontraba un frasco de pastillas vacío, y a su lado en el suelo una jeringuilla igualmente vacía.

Will le negaría salvarlo.

– Lo único que tienes que entender es que quien asesine fue a mí. ¿Lo ves? Asesine a alguien por ti, como siempre has querido.

Si asesino a alguien por ti- HannigramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora